Cuando uno se predispone a romper unilateralmente una pareja, a menudo aparece una estrategia (que acostumbra a ser masculina) consistente en hacer todo el daño posible al otro, ignorándolo o incluso hiriéndolo, para que sea este quien dé el paso que no osa dar el cobarde, ahorrándose así el aprieto de iniciar la ruptura e incluso quedando como la parte afectada de todo el asunto. Con el risible juego de cartas que hemos vivido estos días, diría que el Govern de la Generalitat ha perpetrado esta dinámica de forma bastante consciente: sin declarar explícitamente la independencia de Catalunya y suspendiendo el mandato vinculante que surgió del 1-O, Puigdemont ha querido ganar tiempo incitando a un diálogo que sabe imposible con la sola intención de que Rajoy y toda su maquinaria de jueces y registradores le impusieran la activación del 155, símbolo de la ruptura final.

El movimiento presidencial, incitado por los sectores moderados de los que dicen ser independentistas, tenía como doble objetivo exponer a Rajoy ante el mundo civilizado (manifestando a ojos de todo el mundo su negativa al diálogo y buscando solidaridad internacional) y retrasar unos días la aplicación del 155 para que el artículo no se desplegara con mucha brutalidad, más "a la gallega". El escaso entusiasmo con que Europa ha recibido, recibe y recibirá cualquier declaración unilateral de una región, por muy nación que se defina, junto con la detención arbitraria y demencial de Sànchez i Cuixart (permitidme que no me refiera a ellos con la hortera nomenclatura oficial) ha demostrado que la estrategia de ganar tiempo ha sido fallida. Ni el Govern es más fuerte hoy para declarar la independencia, cuando el recuerdo del 1-O ya parece tan pretérito como la juventud, ni la represión del Estado ha sido matizada.

De la misma forma que había muchos independentistas que no previeron la brutalidad policial del 1-O, ahora hay muchos agentes gubernamentales que no avistan la fuerza represiva del aparato judicial del Estado. Pero si la jueza Carmen Lamela no ha tenido ningún problema por interpretar el delito de sedición como le ha salido de los ovarios de la toga, a estas alturas nadie puede esperar que la burocracia del Estado olvide por arte de magia el papel central de la policía catalana en permitir que el 1-O se celebrara, ni tampoco la firma de president, vicepresident y consellers en la convocatoria de la misma votación. Como he escrito muchas veces, ni el mismo Rajoy podría parar a estas alturas una máquina alisadora que no tiene la necesidad del 155 para aplicar toda su fuerza. La táctica de esperar y ganar tiempo no ha hecho más que regalar un tiempo precioso a la bestia para que sume todavía más bilis.

Como tantas otras cosas de la vida, el artículo 155 no es un procedimiento, sino un símbolo, una metáfora del poder que el Gobierno español puede aplicar siempre y cuando le dé la gana en la autonomía catalana; el 155 son los padres y genera pavor justamente porque encarna la ocupación real del país. Ahora vemos, no obstante, que, aparte del error de no proclamar la independencia cuando tocaba y cuando los líderes catalanes nos habían prometido en la ley del referéndum, no haberlo hecho tampoco antes de la aplicación expresa de un tal artículo implicará que la Generalitat tenga mucho menos poder para defenderse de las agresiones. De la misma forma que los catalanes protegieron el 1-O porque se jugaban la dignidad y creían en la determinación del Govern de celebrarlo, había que defender la declaración de independencia sin ir a remolque de la Administración española. Cuando cedes la iniciativa al más fuerte, sueles tener las de perder.

Los mismos que no creían que podríamos sacar adelante el referéndum (se aceptan disculpas) ahora han dicho nuevamente que la declaración de independencia no podía hacerse efectiva sin crear más caos y violencia. Por desgracia, a los partidarios de la espera eterna les espera mucha más represión del club 155: quizás cuando se decidan a actuar, tendremos a todos los representantes legítimos haciendo compañía a los nuevos mártires. Y entonces será demasiado tarde para hacer nada.