En las últimas elecciones voté de nuevo a la CUP porque, aunque pudiera parecer paradójico, el grupo antisistema resultaba la mejor garantía de cumplimiento de la restitución efectiva de los líderes encarcelados y en el exilio prometida por Convergència y Esquerra. Desafortunadamente —en lo que ha sido una decepción más, y ya no me viene de una, de mi tristísima existencia ciudadana— los cupaires no solo se zamparon como si nada el enésimo incumplimiento programático de la mayoría independentista, sino que cayeron en el chantaje emocional de investir un gobierno efectivo con tal de evitar las consecuencias del 155 y blablablá. De la efectividad de este Govern supongo que no hace falta escribir ni una palabreja, porque aquí lo importante es recalcar que, cediendo al imperativo del miedo, la CUP también abandonó cualquier pretensión de continuar conformando una selecta minoría de presión contestataria a la parsimonia catalanista.

Tras las agresiones de los Mossos a los antifascistas de Girona, y como ya ha pasado en numerosas ocasiones parecidas en las que el Govern se dedica a maltratar a la propia ciudadanía como si la memoria del 1-O fuera cosa del paleolítico, la mayoría de cupaires inundaba mi timeline exigiendo la dimisión del conseller Buch. Ayer mismo, después de la flamante presentación del Consell per la República en Bruselas, Carles Riera despertaba de su siesta perpetua para considerar fallida la “lógica simbólica” y ningunear un nuevo artefacto propagandístico que no tiene como fin “la ruptura democrática con el Estado español” y que no dispone de “mecanismos de control democrático y popular.” Y yo me pregunto: ¿y qué esperabais, queridos miembros de la CUP? ¿Acaso no conocíais a los convergentes? ¿De veras os sorprende que Miquel Buch sea como un Felip Puig, pero en versión incompetente? Ay, criaturitas…

Cuando la CUP ayudó a investir a Quim Torra sabía todo esto, pero sus diputados prefirieron doblegarse al procesismo sin ningún tipo de decencia y, lo que es mucho peor, trabajaron por sobrevivir como princesas indignadas contra una realidad que ellos mismos habían ayudado a esculpir. Estos días hemos podido ver cómo el Govern etiquetaba como violentas las manifestaciones que no había podido controlar ni la administración ni la ANC. No es extraño: llevábamos demasiado tiempo con manifas pautadas al milímetro y perfomarnces de fotografía para enlluernar el món (ecs). Con este panorama, la CUP acabará haciendo oposición en la calle, con un mínimo impacto político, cuando podría haber ganado un caudal inmenso si hubiera puesto de manifiesto la farsa de la restitución reclamando a su vez y hasta las últimas consecuencias la presidencia de Puigdemont, aunque ello implicara repetir las elecciones hasta que se respetase la voluntad popular.

La CUP pagará caro el haber entrado en este imparable proceso de degeneración. Nosotros, también. Hoy por hoy, a la espera de las Primàries, solo nos representa una papeleta en blanco.