Esto del gobierno efectivo es toda una ganga. En tiempos del 1-O, uno se desgañitaba a gusto cantando aquello d’Els bombers seran sempre nostres (añadid vosotros mismos el repique de manos) y ahora, solo un añito después, podemos admirar cómo los Mossos cascan a nuestros bellísimos apagafuegos cuando osan protestar ante el Parlament. La cosa se está convirtiendo en un hábito de la administración Torra: primero fueron los manifestantes de la plaza de Sant Jaume, que Miquel Buch expulsó del barrio Gótico después de que el 131 les impusiera la sacrosanta misión de apretar a los políticos independentistas, y ahora vemos cómo la Generalitat se lo pasa pipa repartiendo mandobles a médicos, bomberos, y porque no pueden hostiar a una urna del referéndum, que ya les gustaría. ¡Si causaron júbilo, nuestros gallardos bomberos, como para que ahora se les recompense a manotazos!

Esta, mire usted por dónde, ha sido una mala semana para el procesismo, y los propagandistas del régimen buscaban como locos una salida al atolladero. Viendo cómo Esquerra ocupaba lentamente el centro del electorado independentista-autonomista, los guardianes de la retaguardia convergente se han inventado esto de la huelga de hambre de Sànchez y Turull, una performance que tiene la sola y única intención de contraprogramar el auge de Junqueras con tal de tener una mayor cuota de pantalla en el reparto del pastel de esta espantosa neoautonomía a la que los políticos catalanes pretenden condenarnos. Sé que os parece delirante, de la misma forma que os parecían imposibles una cantidad innumerable de gestos y de promesas que se han acabado demostrando fraudulentas en el pasado, pero tranquilos, el tiempo acaba curando siempre nuestra ingenuidad. Afortunadamente, no nos hará falta esperar un año para comprobarlo. 

Tampoco es casualidad, para aquellos que nos afeitamos hace tiempo, la publicación de la primera fotografía de los presos políticos en Lledoners, un posado que querría ser una muestra de lo que los cursis llaman unidad de acción (un concepto que, dicho sea de paso, parece ser un privilegio de machos). Sin embargo, como también sabe todo el mundo, ni entre los políticos encarcelados la unidad es algo que se tenga mínimamente en cuenta. Junqueras no quiere ni oír la mínima insinuación de una candidatura unitaria con el entorno convergente y la maquinaria del PDeCAT ya suspira para que la influencia de Puigdemont se desvanezca poco a poco para poder coger de nuevo las riendas del partido. Aquí, en definitiva, todo el mundo lucha para conseguir rentabilizar las migajas de lo que un día fueron los partidos catalanistas, y la única gracia del asunto es saber hasta qué punto sus electores continuaran tolerando la farsa.

Ante la famosa foto no puedo evitar preguntarme de qué se ríen los presos en la instantánea. Y cada vez resulta más difícil dejar de pensar que se chotean de ti, querido compatriota.