Dicen los comunicólogos que fenómenos como la Covid provocan un estado de abundancia y de tensión informativa tan empachante que el común acaba afectado de infoxicación: a saber y según nuestra benigna Wikipedia, un exceso de actualidad "que provoca en el receptor una incapacidad para comprenderla y asimilarla, para tomar una decisión o permanecer bien informado sobre un tema concreto". Quizás sí que fenómenos de inundación mediática como la pandemia (o el procés) provocan una cierta information overload, pero yo diría que el actual consumidor de noticias se caracteriza más bien por un cierto sadomasoquismo adictivo que lo lleva a estampar la cara en la televisión buscando aquella mezcla de dolor y placer que genera el mal rumor. Sólo así se explicaría que media Catalunya disfrute a diario con la oreja puesta en el enésimo recuento de muertes, que todo dios se vuelva loco buscando compulsivamente la entrevista al epidemiólogo del día, y que el resto de asuntos de la actualidad pasen a un segundo término cuando lo importante es buscar placer en el golpe.

Por otra parte, y aunque parezca paradójico, la era pandémica todavía ha resaltado un hecho de toda la vida que no necesita de entrada en ninguna enciclopedia virtual, pues no hay nada mejor que un tsunami informativo para disimular (todavía más) las noticias que a algunos medios ya les interesa disparar en sordina o que el consumidor preferiría no escuchar, pues atacan a sus convicciones. A mediados de septiembre, por ejemplo, había que zambullirse con mucha maña en los diarios de la tribu para descubrir que el antiguo tesorero de Convergència, Daniel Osàcar, había salido de Brians 2 con el tercer grado penitenciario bajo el brazo. Condenado a tres años y seis meses de prisión, Osàcar habría pasado así setenta y cinco días en chirona por lo que se tendría que llamar "caso Convergència" y todos conocemos como "caso Palau". Meses después, en una causa separada de la investigación del 3% y ante el juez de la Audiencia Nacional José de la Mata, Osàcar sacudía mantas y decidía implicar por primera vez a Artur Mas, Germà Gordó y a toda la lavandería convergente en el arte del blanqueo.

Hay quien dirá que son cosas de la infoxicación, pero a mí me parece que eso es la omertà tribal de toda la santa vida

El martes pasado, en una comparecencia gloriosa en que el 129 nos demostró que piensa lucir la piel dorada más allá del día de Sant Esteve, el propio Mas declaraba "no haber dado nunca ninguna instrucción para hacer las prácticas que Osàcar había mencionado" (el antiguo tesorero había dicho que era imposible que no las conociera, no que las dirigiera), agradeciendo incluso que se dejara bien claro que de instrucciones ni órdenes directas nada de nada, "porque el único que podía haber dado una instrucción de estas características era yo, como superior jerárquico". Aparte de este argumento clásico, yo no he matado a Manel porque nunca he ordenado matar a Manel, Mas rizaba más el rizo definiendo a Osàcar como "una persona mayor que ha estado injustamente en la prisión, que tiene injustamente amenazado su patrimonio y que, por lo tanto, puede ser una persona más vulnerable". ¡Ah, la senectud, esa etapa vital en que nuestros miedos nos convierten en un simple bebé! ¡Eso sí que es todo un hit, querido 129! No le hagáis mucho caso a Daniel, pobrecito, que ya empieza a chochear.

La cosa tiene mucha gracia, ya que Mas ha pasado en poco tiempo de definir a Osàcar como un ciudadano del todo honorable a describirlo con esta pequeña mancha, esta adjetivación de "persona mayor" dulce y mortífera como el puñal que te clava la cortesana mientras tu mollera se concentra en el orgasmo. Aunque el 129 dijo que esta nueva condición entraba en el terreno de las "suposiciones", la insinuación ya estaba hecha, y el pobre Osàcar ya tiene el sambenito de chochear. Cuando salvas tu partido, ya se sabe, eres un reo condenado injustamente por la pérfida judicatura española. Pero cuando rajas admitiendo que las prácticas del 3% eran conocidas por Artur Mas y Germà Gordó, aunque sea por aquel acto tan humano (y viejo, ¡este sí!) de mirar hacia otro lado, pasas al adorable y compasivo universo de la geriatría, a la cúpula de los dementes y al Olimpo de la silla de ruedas. ¡Qué cosas tiene la vida, querido lector! ¡Esto de la demencia propia de la senectud, en Convergència y en la mayoría de partidos políticos, es una condición que sólo se te atribuye cuando cantas!

Hay que decir que Artur Mas tiene mucha más ciencia y cinismo que bípedos como este desdichado homínido que se llama Albert Batet. Preguntado por la misma condición, el actual portavoz de Junts per Catalunya dijo que él "no opinaba sobre asuntos de otros partidos". Después de haber tuiteado eslóganes electorales donde el antiguo alcalde de Valls se declaraba "orgulloso de ser de Convergència", declaraciones como las del pobre chico en cuestión sólo las podemos digerir con buen humor, champán y una tortilla de dos huevos bien rebosantes de alegría. A pesar de las formas, tanto Mas como Batet siguen una lógica común: confían en el paso de los días y en la infoxicación por saber que su cara marmórea y su triple moral se desvanecerán en el top de la actualidad. Cuando se disfruta tanto hablando de muertes, de UCI llenas a tope y del bicho de Wuhan, ya me dirás quién tiene la santa paciencia de añadir a las noticias una mancha negra de nuestro antiguo pal de paller! Hay quien dirá, insisto, que son cosas de la infoxicación, pero a mí me parece que eso es la omertà tribal de toda la santa vida.

Dicho esto, mando toda mi solidaridad y afecto (ecs) dominical a Daniel Osàcar, porque eso de pasar de honorable a aspirante a demente no debe hacer mucha gracia. Pero ya sabes, guardián de los tesoros. Por Catalunya, lo que sea.