El president Torra ha tenido la brillante idea de entrar en el pabellón de la dignidad simbólica con igual ahínco que el de sus antecesores. Si Mas inventó la fórmula mágica para organizar un referéndum místico como un pecado de pensamiento sin acabar en el trullo y Puigdemont una declaración de independencia alegórica, nebulosa y con la durada de un haiku, el pasado viernes Quim decidió que en-aquesta-hora-greu del coronavirus era necesario inventar el confinamiento simbólico. Como todo quisque sabe a estas alturas de la peli, ni el 131 ni presidente autonómico alguno –que no tenga como motor la sedición y etc.– tiene ni una sola competencia para cerrar fronteras y chapar aeropuertos. Pero helo aquí, gallardo y valiente como él solo y ANC mediante (que en asuntos científicos entienden más que el doctor Trilla) proclamando Cataluña rica, plena, lliure… y cerrada. 

Por risible que os pueda parecer, tanto convergentes como republicanos hicieron exactamente lo mismo con la independencia. A saber; montas toda la performance del 1-O y la posterior declaración política, simbólica, apostólica y romana sin tener intención alguna de confinar el país, de controlar sus fronteras y ni mucho menos de comandar las fuerzas de seguridad y esperas a que España te libere. Así como Torra ha hecho con el tema del coronavirus, pensaban que con declarar el tema y organizar una rueda de prensa ben maca sería suficiente como para que el Estado acabara cediendo a la lógica de la razón que, como todo el mundo sabe, siempre ha sido de parte de la tribu. La cosa es bien sencilla. Tú montas cierto alboroto, declaras lo que sea y esperas que Madrit te ceda amistosamente el comando del territorio. Oye, Paco, tío, que estos han declarado la independencia. Pues nada, Josema, coño, que habrá que dársela, ¿no?

El problema de repetir los trucos de magia como pauta indefinida es que esto del arte de lo simbólico al final acaba siempre cutreando. En este punto debemos agradecer infinitamente la ayuda de la consellera de lo del virus, Alba Vergés, que decidió perpetrar un acto d’escalf (con lágrimas y recuerdos a la familia confinada) justo cuando su teórica labor era demostrar control y seguridad ante los millones de catalanes que la miraban y valentía con los doctores que, aparentemente, lidera. Somos una gente tan buena, queridos lectores, que no sé como los líderes del mundo no nos copian el gesto. Yo todavía no entiendo como Emmanuel Macron no acabó su discurso a los gabachos con un Vive la République et vive la France… ah, y aprovecho para mandar un saludo a mi tío Jacques, que vive solito en Villeneuve-sur-Lot. Realmente, este mundo tan inhumano no está hecho para quienes proclamamos la empatía.

Que los convergentes se hayan recalentado con esto de confinar el país no tiene nada de extraño. Hace días, Alfred Bosch (¡que vuelve al mundo de la novela!) ya les dio una gran alegría con eso de su jefe de gabinete picha-alegre, ahora la peña ya sabe porque los colegas de Esquerra dejan hablar más bien poco a la consellera del departamento más importante de la Generalitat y con unos pocos días más de este simulacro de control del territorio urdido por chavales tan presentables y gendres-perfectes como el alcalde de Igualada ya tendrán casi hecha la campaña electoral. Porque de eso va, aunque os choteéis de mí, toda esta pantomima. Tu salud es algo secundario; quieren confinarnos en casa como hicieron la noche de la declaración fallida, cuando te encontrabas gente perdida por la calle esperando indicaciones del Govern. Pero todo era simbólico, como este confinamiento tan de jugada mestra.