Sabes a ciencia cierta que un régimen político llega a su decadencia total cuando sólo es capaz de reivindicar el pasado y vomita nostalgia. Así ocurre en este tiempo nuestro tan espantoso, el de la Segunda Transición al autonomismo, un presente en el que todos los que crecimos conviviendo con el pujolismo admiramos petrificados como el país que creíamos haber dejado atrás vuelve a emerger en ámbitos como la cultura o la comunicación. Pensaba en ello el jueves pasado mientras miraba el estreno de Els meus pares, flamantísimo retorno a los medios de la tribu de Gemma Nierga y ejemplo de una televisión vetusta, de folclore y barretina y de ratafía estética, pero nociva sobre todo porque apesta a esa filosofía tan pujolista de relegar la vida de los catalanes a la supervivencia familiar y a la contemplación del paisaje mientras les minas cualquier capacidad de iniciativa política y les metes en el inconsciente que la independencia del país es un sueño.

Para los que hayan hecho la ESO y no sepan de qué cojones hablo, recordaré simplemente que el pujolismo consistió en un arte particular de hacer chantaje emocional a los catalanes mediante el cual el excelso Molt Honorable se dedicó a pactar con los españoles un nivel razonable de competencias políticas, de autarquía económica (y corrupción) al precio de folclorizar el independentismo para hacer creer a la ciudadanía que, en caso de intentar autodeterminarse, los españoles los masacrarían a hostias. Este mismo y exacto chantaje volvió los días posteriores al 1-O, copypasteado en el hecho de que no se aplicara la independencia bajo la excusa de evitar escenas de violencia en la calle y con la posibilidad de una mediación internacional del conflicto a escala europea. A estas alturas, sabemos que aquella intervención de la UE no existía, y que el conflicto en las calles ha aumentado precisamente cuando la política ha abandonado el Parlament y se ha abocado a una autogestión nefasta de manis y contra-manis.

Hablar de retener el control de las instituciones mientras tu consellera de Presidència viaja regularmente a Madrid con el fin de tender puentes forma parte de toda esta retórica encendida que siempre acaba con un gesto de bajar la cabeza

Hace días que circula por la red un vídeo de la pasada Diada donde Quim Torra, charlando con unos visitantes del Palau de la Generalitat a los que hace de guía, afirma: "Europa nos ayudará cuando hagamos lo que no hicimos el 27 de octubre: defender la República". La idea tiene cierta gracia: primero, porque el 131 está admitiendo con bastante claridad que la clase política independentista declaró la República sin ningún tipo de intención de fortificarse en las instituciones catalanas ni de defender lo que los ciudadanos habían votado. Pero sobre todo, en segundo término, porque el president hipoteca la iniciativa de los catalanes al carácter mediador de la Unión Europea, una intervención que no existió después del 1-O, con todo el nivel de empoderamiento que el independentismo había ganado en aquel instante, y que ahora, como sabe perfectamente, no llega ni a la centésima posibilidad de realización.

Hablar de retener el control de las instituciones mientras tu consellera de Presidència viaja regularmente a Madrid con el fin de tender puentes forma parte de toda esta retórica encendida que, como en tiempo del excelso, siempre acaba con un gesto de bajar la cabeza; eso sí, disimulado con un grandísimo memorial de agravios y una mirada al infinito. Pero la culpa no es de los políticos, sino de quienes algún día nos tragamos su altísimo grado de fantasía y de incumplimientos. Espero que el movimiento de primarias para las siguientes municipales oxigene un poco nuestra vida política (aunque cada vez soy más pesimista, pues ni la ANC las defiende, aunque sus socios votaran impulsarlas), porque en caso contrario todo eso acabará haciéndose irrespirable. Yo, por si acaso, no enciendo mucho la televisión, temeroso de que me vuelva a salir el Bassas con pelo y acompañado de la Vicenteta.