Unió Democràtica de Catalunya ha resucitado en boca de Ada Colau, la hiperalcaldesa de Barcelona capaz de asistir encantadísima de la vida a una manifestación a favor de la independencia de Catalunya, y, escasos días después, montarle el pregón de la Mercè a un escritor resentido de San Adrián de Besós que se ha referido a los separatistas como ayatolás intolerantes. En mi universo ideal, Colau debería conceder una entrevista diaria a los medios de la tribu y así todos los catalanes moderados y tradicionalistas escucharían regurgitados en Ada los bellísimos anhelos de una República Catalana Confederada con las naciones libres de España, la canción de un referéndum tolerado por la oligarquía madrileña y hasta la existencia palpable del blancuzco unicornio purificador como última novedad del transporte sostenible en Barcelona.

Vuelve nuestro añorado Josep Antoni, ay, ahora encarnado en la director’s cut de Ada, que nos regala lecciones sobre el derecho del pueblo catalán a autoconsultarse, sin dar cuenta sobre si este nuevo cachivache verbal implicaría o no la revolución previa de autodeterminarse, a saber, de conceder la mayoría de edad política a los catalanes para imponer democráticamente lo que decidan en las urnas (repasa los apuntes de Hegel, alcaldesa). Pero a diferencia de las discutidas apariciones de Josep Antoni en las manis del 11-S –el pobre solía aparecer en muletas, por aquello tan cristiano de suscitar la compasión de la abuelita– Ada no solamente será aplaudida sino altamente vitoreada por los presentes, como si su sola presencia fuera la reaparición mágica de Santa Eulalia reventando la bota vinícola de sus trece insufribles tormentos.  

Que el independentismo se postre en genuflexión ante la presencia de comunes y podemitas en la manifestación del 11-S es, en definitiva, la enésima prueba del poder inofensivo de la actual movilización. Que todos aquellos que marearon la perdiz noche y día exigiendo la pregunta del Sí-No para legitimar el 9-N tinten ahora una manifestación que debería exigir el referéndum, como así votó la ANC, es dejarse robar el relato de una forma absurda. Si alguna cosa le hace falta al independentismo es más valentía con tal de denunciar a todos aquellos que se pasan el día cantando que contra la troika y el maligno déficit sí se puede, que con Palestina y el Sáhara sí se puede y etcétera, pero que cuando se enfrentan a España transmutan en unos perfectos legalistas opositores a funcionario que se mean en las bragas por miedo a perder el puesto.

Como se hace evidente cada día que pasa, el referéndum de autodeterminación es el único desatascador del futuro político catalán, sobretodo porque muestra a partes iguales el miedo y el cinismo de aquello que llamábamos catalanismo. El referéndum pone en evidencia a todos los revolucionarios a tiempo parcial que creen solamente en la desobediencia cuando les conviene y resulta factible. El referéndum manifiesta la absurdidad supina de apelar a la soberanía de los catalanes mientras uno negocia su soberanía en sordina. El referéndum desnuda el miedo y por ello solamente tiene objeciones de burócratas y cínicos. Ada habla como un sociovergente de toda la vida y tiene guasa que sean los convergentes de siempre, que nos obligaron a zamparnos a Josep Antoni durante lustros, los que la critiquen por repetir sílaba por sílaba la que fue su doctrina hasta hace cuatro días.

El referéndum de Colau i Lleida consiste en no hacer el referéndum. Si aplaudes la farsa, después no me llores.