Hay dos cosas que admiro profunda y sinceramente de Ada Colau. Primero, la hiperalcaldesa de Barcelona es uno de los pocos líderes catalanes que tiene aureola de poder (y no sólo eso, sino que es perfectamente consciente de su talento para el dominio y lo ejerce a placer: de hecho, reina en la capital de Barcelona como si tuviera mayoría absoluta y en solitario, mientras el pobre Jaume Collboni pasa su teórica madurez política inaugurando expos y comiendo croquetas). En segundo lugar, y no descubro nada, Colau es una política que surfea como nadie por los senderos del cinismo. Preguntada por su tibiez con la abertura de espacios públicos del Ayuntamiento destinados al referéndum del 1-O y el contraste de su prudencia actual con su pasado activista, la hiperalcaldesa de Barcelona nos ha regalado una distinción filosófica extraordinaria: una cosa, dice Ada, es la desobediencia civil de los particulares y otra es la desobediencia institucional de un alto cargo.

Según esta teoría, el desobediente civil (recuperamos Thoreau) sería alguien que lucha contra la ley con la voluntad de hacer notar la absurdidad y que, a su vez, carga él solito con la represión por su temeridad. Contrariamente, según el idiolecto filosófico de mi colega, la desobediencia institucional es más complicada, porque un responsable público representa a todos los ciudadanos y si desacata algo quien se juega la piel es toda la población y no un particular. Para Colau y todos los que como ella misma dicen "venir de la calle" (y no del planeta Marte o del coño de su madre), esta tiene que ser una terrible dicotomía, pues si algún objetivo tiene el desobediente civil negándose a admitir una ley injusta es precisamente remarcar la distancia que existe entre la ética institucional y la moral colectiva. Destacar el choque entre quien se escuda en un "nosotros" teórico para aplicar una ley injusta y aquellos que la sufren es el terreno moral óptimo del contestatario.

Si quiere representar a todo el mundo, lo que puede hacer es estar al lado de quien lo intenta permitiendo que se vote

En este sentido, la filigrana de Colau no es criticable por haber pasado de pedir lo imposible a sobrevivir en el mundo de la realpolitik, sino por aplicar a un cargo institucional una representatividad artificial sobre el todo de la población. La alcaldesa se suma así, implícitamente, a la cancioncilla aquella del "queremos una televisión pública que nos represente a todos" o a la de "no participo en la Diada porque ya no es de todos los catalanes". Una cosa es que los líderes a menudo tengan que vencer la partitocracia cuando representan una institución, pero una de bien diferente es que traicionen sus valores escudándose en la cobardía de afirmar que nos representan a todos juntos. Porque este, por desgracia, acostumbra a ser un gesto conceptual que sirve más bien para dejar de hacer cosas y ahorrarse problemas que para arriesgar, como es el caso de la actitud de la hiperalcaldesa con un referéndum que le es incómodo.

De hecho, la dicotomía de Colau es interesante dado que el 1-O es el intento más exitoso de nuestra historia para representar la fotografía de la sociedad catalana en un todo que es justamente la suma de votantes contrarios y favorables a la independencia. Si Colau sufre por lo institucional que nos representa a todos, la mejor forma que tiene para espabilarse es precisamente fiarse del Parlament que han escogido los ciudadanos, de la ley refrendaria que los diputados han impulsado y del consiguiente referéndum que se tiene que aplicar de acuerdo con la voluntad popular de los catalanes. Si sufre por su institución, lo mejor que puede hacer es ponerse en la sombra de la Generalitat para legitimarse todavía más. Si quiere representar a todo el mundo, lo que puede hacer es estar al lado de quien lo intenta permitiendo que se vote. Todo eso y, evidentemente, buscarse justificaciones filosóficas un poco menos de andar por casa.

Hecha la enmienda, no tengo ninguna duda de que la alcaldesa pondrá las urnas, así como no tengo ningún tipo de duda de que ahora mismo ya está rezando para que la participación sea baja. Si la gente vota demasiado, ya se sabe, los revolucionarios españoles como ella siempre se ponen muy nerviosos...