Este artículo va de una de las pocas mujeres del país que ha exhibido el poder con verdadera intuición y mala leche. Mientras se recupera de la cojera, con la mente obnubilada, Marta Ferrusola afronta quizá la tarde inconsciente de como los castrados que le habían hecho reverencias durante lustros, adulándola por si así podían oler la sombra de su marido, ahora intentan afilar su ingenio burlándose de ella en Twitter. Hay que estudiar seriamente a los personajes caídos en desgracia porque, como pasa con el caso de Juan Carlos I, son el mejor detector de burros oportunistas y de ese tipo de personas que cambian la moral según la climatología. Da igual si Ferrusola te cae bien o si la consideras un ejemplo de catalanidad atávica y démodé, pues de la antigua primera dama te tiene que interesar exclusivamente la capacidad de cínicos que deja al desnudo, no por su condición de matrona de un supuesto clan mafioso.

Los plumillas del país dicen que la figura política de Pujol no podría explicarse sin su mujer, pero se equivocan en los motivos. Lejos de ser el escudo de sus miserias, Ferrusola no tuvo nunca ningún problema en hacer explícito todo lo que el president escondía con la excusa de hacerse el simpático en Madrit y no parecer tan cínico a ojos de los catalanes. Marta siempre trató a los españoles de enemigos y sabía que las estructuras de poder de la Generalitat, que el pujolismo vendía como las de un pequeño estado alemán, no eran más que agua de borrajas. En un entorno corrupto como el del primer autonomismo, Ferrusola fue muy consciente de que su descendencia tendría que tener bastante pasta, pero no para ostentar (que de eso los catalanes no hemos sabido nunca), sino para hacerse respetar entre la burguesía pactista del país y para que su marido no quedara como un pueblerino a ojos de las élites madrileñas.

Basta con comer una sola vez con el president Pujol y que manifieste su nula cultura de tenedor para ver como el 126 no ha ostentado nunca ninguna noción de lujo. A su vez, también basta con ver cómo han vaciado la cartera sus críos para saber que a los pobrecillos, más que por corruptos, los tendrían que encausar por mal gusto (en Catalunya los únicos que tenemos verdadera clase y aristocracia somos los que venimos de pobre y tenemos la bondad de no repetirlo en cada artículo como hacen las poetisas de pierna peluda). Marta nunca acaparó billetes porque fuera una matrona protectora, ni porque quisiera que sus hijos marcaran paquete, sino para dejar bien claro que su marido se domesticaba a los españoles por cuatro migajas. Como la mayoría de mujeres catalanas, Ferrusola disfrutaba haciéndose la tonta cuando en el fondo era la única que podía arrinconar a su marido y acusarlo de blando.

Hay que estudiar seriamente a los personajes caídos en desgracia porque son el mejor detector de burros oportunistas y de ese tipo de personas que cambian la moral según la climatología

En el terreno de los cojos, como ya se sabe, todo el mundo intenta sobrevivir, y la doble moral tiene que ser juzgada por los objetivos que consigue, no por aquel gesto tan espantoso de evaluar la ética de antes desde la comodidad del sofá o la cátedra del presente. A mí esos discursos de la Martona sobre la necesidad de trabajar más horas que nadie, recalcando la importancia de la familia o de la fe siempre me han dado una grandísima pereza. Pero también es verdad que, cuando abandono mi espantosa pose intelectual y examino qué me ha funcionado en la vida y quién me ha acabado salvando, su retórica no me parece tan iracunda. Los remilgados pueden acusar al clan Pujol de haberse enriquecido con el jornal de la plebe catalana, y con toda la razón, pero estoy seguro de que si Marta viera a sus hijos fumando un cigarro en un yate como ha hecho Felipe González, nadaría hacia donde estuvieran para meterles una colleja.

La Catalunya de Ferrusola es la guardiana de un esencialismo montañés y vetusto que ha posibilitado el escarnio falsamente cosmopolita de los niños del Eixample como servidora. Puede criticarse tanto como se quiera el imaginario de floristería y moño de la matrona en decadencia, pero lo que hay que ver es el cinismo mayúsculo de todos los tuiteros que se ríen de Marta mientras ejercitan la rodillera por el mosén de Lledoners o el falsario de Waterloo, mientras se preparan para vivir de la teta de este posautonomismo nuestro tan nauseabundo. Son los mismos apologetas de la república que han investido a Pedro Sánchez y que han permitido que Juan Carlos I se largue de España a gastarse una suma de dinero que los Pujol no habrían ni soñado llegar a tener en Andorra. Marta ejemplariza muchas cosas que no nos gustan, puede ser cierto; pero delata muchísimas más que todavía nos atenazan.

En una situación de falsa paz como la de ahora, es comprensible que los sabelotodo del país renieguen de una guerrera como Ferrusola; pero en medio del campo de batalla y en caso de necesidad de bofetadas, yo la escogería como defensora de mi cueva, pues soy muy consciente de que sería capaz de dejarse matar para defender un paisaje que aprecie o un hijo que haya parido, por muy seca que sea. Son unas cualidades que yo no tengo ni tendré nunca, porque mi cinismo me ha llevado a tener una vida de dandy más ajetreado en hacer volar faldas que en liberar mi país. Quizás esta es la tragedia, tener que escoger entre ser un guerrero medio corrupto o una caricatura de tu talento real. Todo eso me lo recuerda Marta y su adorable y asquerosa Catalunya; por este motivo terapéutico le deseo que se recupere muy pronto, aunque sea para mirar a sus antiguos aduladores a la cara. Sin parpadear. Claro.