Hay que agradecer a los partidos independentistas el hecho de que, consciente o inconscientemente, hayan dejado bien claro a sus electores que el futuro Govern de la Generalitat se ha pactado porque no había más remedio. Por primera vez en su vida política, Jordi Sànchez ha sido franco reconociendo que, entre el acuerdo final que ha pactado con Aragonès y el borrador final del bipartito del embate, no hay diferencias demasiado relevantes y que, en consecuencia, este compás de espera (eso no lo ha dicho, ni puñetera falta que hace) sólo ha tenido como objetivo erosionar la figura de Pere Aragonès y conseguir algo más de chicha presupuestaria para Junts. En efecto, esta nueva administración nace con un peso convergente muy importante en las conselleries de gasto (donde hay pasta, vaya) que Esquerra ha cedido con la intención de ganar poder a través del peso simbólico de la presidencia de la Generalitat.

La política catalana tiene que celebrar una noticia que no es sólo fruto de las negociaciones de estas últimas semanas, sino de los efectos inexorables del paso del tiempo: tanto Carles Puigdemont como Oriol Junqueras serán poco importantes en el núcleo decisorio del Govern, en el primer caso porque la distancia geográfica ha acabado erosionando el glamur que tenía la figura de president en el exilio y, en cuanto al Espíritu Santo de Lledoners, porque Junqueras ha acabado implosionando en su propio personaje de mártir budista. Eso tiene una consecuencia nada menor: Pere Aragonès será un president que no tendrá necesidad de matar al padre y, siguiendo la tradición del régimen autonómico, únicamente tendrá como superiores a las élites madrileñas y al PSOE, si es que Pedro Sánchez sigue haciendo honor a su capacidad de matar a sus rivales con el altísimo nivel de efectividad demostrada.

Aragonès es lo más parecido a un político convergente que tiene ERC y hace bien en pensar que ya está bien que los consellers juntistas le hagan bien el trabajo mientras este lo patrimonialice él como president. Durante la campaña, sus asesores lo revistieron con una gestualidad nada disimulada de Artur Mas y, por mucho que les cueste admitirlo, si ahora son inteligentes, tendrían que convertirlo en una especie de Pujol postpandémico. El antiguo president sobrevivió toda su vida política haciendo creer a los catalanes que eso de la Generalitat era una administración mucho más importante que la voluntad libre de los ciudadanos de Catalunya (el procés, inicialmente, había conseguido revertir esta trampa) con lo cual, en una etapa de retorno tranquilo a la autonomía, Aragonès haría muy bien en disfrazarse de excursionista business friendly y salir en el telediario inaugurando cuantos más tramos de obra mejor.

Revertir este bipartito del embate que no va a ningún sitio sólo será posible si el país conserva la memoria y la energía del 1-O y no se resigna a guardarlo en el espacio sideral de la Wikipedia como una jornada de nostalgia para recordar llorando entre gin-tonics

Como siempre hace el procesismo, cuando la élite indepe se encuentra atenazada en sus propias mentiras (y ante la evidencia de que nadie dispone de una hoja de ruta creíble más allá de mesas de diálogo en las que no cree nadie y levantamientos de DUI que nadie estará dispuesto a asumir), inventa una nueva palabra para chutar la pelota adelante y ganar unos cuantos segundos. La palabra agraciada es este curioso "embate", que es una forma muy light y digerible para la padrinada de lo que en casa siempre hemos llamado "ataque", "embestida", "acometida" o, cuando nos ponemos un poco alegres, "mambo", "revés" o incluso "guerra". Como sabe todo el mundo, a su vez, hablar de volver a apretar el Estado mientras se negocian abiertamente indultos es un asunto tan plausible como tomarse una caña justo en medio del desierto; pero eso da igual, porque aquí lo único que se ha buscado es tocar a retirada sin producir mucho ruido.

Como pasó con Pujol, las élites madrileñas tolerarán la sed de poder de Aragonès mientras no ataque su turboeconomía y la política catalana tenga el verbo muy afilado pero la autodeterminación en el cajón. En el fondo, y este es el error de la élite independentista, nuestros políticos creen que la historia del país se puede repetir como si nada después del 1-O, y es por eso por lo que a Jordi Sànchez siempre se le escapa una sonrisa como una ventosidad siempre que le preguntan por la posibilidad de hacer un nuevo referéndum. Revertir este bipartito del embate que no va a ningún sitio sólo será posible si el país conserva la memoria y la energía del 1-O y no se resigna a guardarlo en el espacio sideral de la Wikipedia como una jornada de nostalgia para recordar llorando entre gin-tonics. Por mucho que la encorbates, la historia siempre se repite como una farsa y la memoria de la gente no se deja pervertir.

Esta semana muchos altos cargos del futuro Govern brindarán aliviados y besarán a las respectivas mujeres al grito de asegurar la hipoteca y las extraescolares de los chiquillos. Pere, yo de ti me iría poniendo las chirucas en casa, por aquello de evitar ampollas, y por si acaso compra unas tijeras que vayan bien para cortar minisenyeres en la AP-7. Y recuérdalo muy bien: los españoles te aguantarán mientras les sirvas para castrar la independencia. Pero eso, en tu casa, ya lo saben muy y muy bien. Felicidades a todos que, de momento, la gestión del 52% pinta la mar de ilusionante.