La juventud del president Aragonès (38 años) resulta una ventaja muy esclarecedora para ver cómo funciona el ansia de poder en Catalunya y cuál es la rapidísima fuerza con la que los partidos catalanes despedazan el alma de los políticos. Cuando era todavía más benjamín, y una de las almas de las JERC, el 132 había flirteado con un núcleo alternativo de ERC en el que se escondían Uriel Bertran y Elisenda Paluzie, un grupo de clarividentes que trabajó para que las bases de los republicanos pasaran del "sí crítico" a votar "no" al Estatut vigente (y decapitado). Cuando Aragonès vio que estos políticos acabarían arrasados por la maquinaria de Joan Puigcercós, no tuvo ningún problema en ponerse la corbata y empezar una carrera política de tragarse sapos con el fin de llegar a la trona. En Catalunya, ya lo sabéis, quien obedece y sabe ser discreto cuando toca siempre acaba cantando bingo.

Estoy seguro de que si se consultara a los militantes de Esquerra sobre el nuevo giro pragmático de los republicanos, la mayoría de las bases, especialmente los más veteranos, no tendrían ningún problema en dar la espalda a la cúpula de su partido. En eso, Junqueras aprendió muy bien de Pujol que lo mejor que se puede hacer con la militancia es intentar que no vote nunca y que sólo acate las decisiones del Olimpo. Eso se ha visto perfectamente en el trapicheo que Jordi Sànchez propuso hace muy poco a los conciudadanos que tienen carné de Junts pel Sou: poder votar el pacto de gobierno sellado con Aragonès... pero bajo la condición de investirlo igualmente. Eso de votar un algo con un resultado determinado es un abracadabra sensacional y, cuando no me fatigo de tildar de convergentes los juntistas, es por detalles entrañables como este: "Vote, vote, señora Remei, que ya decidiremos nosotros".

Mientras los políticos reclamaban que el mundo nos mirara al grito de "queremos votar", su lógica interna renegaba de la consulta a la militancia de un modo casi estalinista

Las anécdotas son categoría: es fácilmente comprobable como, a medida que ha avanzado el procés, la maquinaria de los partidos catalanes se ha hecho más dictatorial. Mientras los políticos reclamaban que el mundo nos mirara al grito de "queremos votar", su lógica interna renegaba de la consulta a la militancia de un modo casi estalinista. En eso, Esquerra se ha doctorado, porque desde que Oriol Junqueras es presidente, el rumbo del partido sólo cuenta con la asesoría del Espíritu Santo. Junts hizo algún intento de primarias altamente surrealista, donde los futuros consellers de este nuevo Govern se presentaron en territorios alejados de su residencia con tal de salir igualmente escogidos como diputados. Ahora se entiende por qué cuando Jordi Graupera pidió a convergentes y republicanos hacer unas primarias abiertas para ganar a Colau en el Ayuntamiento de Barcelona los partidos callaron como putas.

Las bases independentistas han llegado a tener una existencia prácticamente fantasmagórica. Nadie sabe qué piensan, si les parece bien el nuevo pacto de Govern y, de hecho, ni el mismo Indiana Jones resucitado ha conseguido encontrar rastro alguno. Se acepta con naturalidad, por ejemplo, que la militancia no tenga ningún tipo de poder decisorio en nombrar consellers. A su vez, como es el caso de Elsa Artadi, uno se mira desde la gradería y con sorpresa como la principal negociadora de Junts consigue sellar el pacto de gobierno para, en el primer minuto, largarse como si fuera el campo de batalla y volver a la paz del Ayuntamiento de Barcelona, un lugar donde todavía te deben controlar menos y es más fácil seguir haciendo ver que trabajas. ¿De todo eso qué piensa la militancia? ¿De hecho, hay alguien más allá de las cúpulas de los partidos? La gente que paga el carné... ¿tiene voz? ¿Hola?

Como decía al inicio, el actual propietario de Sant Jaume es un ejemplo clarísimo de cómo se puede pasar, en poquísimos años, del atrevimiento de las bases de un partido al arte de vivir hasta llegar a la cumbre de la Generalitat. El ejemplo es positivo, especialmente para los políticos del futuro que ahora todavía están en la adolescencia, para que cuanto más claro vean que un político que vende su alma a la cúpula tarde o temprano lo hará a España, mejor que mejor.