A estas alturas ya habréis visto el último y repetidísimo Aló Alcaldesa de Instagram en que Ada Colau responde a las dudas de sus seguidores en las redes, un espacio de propaganda maravilloso en el que la antigua activista Supervivienda abeja Maya se adapta desde la trona municipal a la gestualidad desenfadada y risible de los youtubers y en el que declara priorizar el uso del español para comunicarse con "el máximo de gente", aclarando también que si alguien le pregunta en catalán, pues "me paso un momento al catalán y así, de forma natural, nem fent". También sabréis que, ante la sorpresa de algunos escritores y agentes culturales de la tribu por la negligencia de Colau al querer expulsar el catalán a la hora de comunicarse con esta extraña entidad llamada "el máximo de gente", ella respondió vía Twitter que es "bastante asfixiante el rollo este fiscalizador de la lengua", mientras aclaraba que utiliza el catalán en la mayoría de actos institucionales, en las redes y sobre todo con sus hijos.

Entenderéis que, a estas alturas de la película sobre el colauismo y conocida mi sincera adoración por la hiperalcaldesa de Barcelona (uno de los escasos líderes catalanes conscientes de qué significa el poder), ya se sepa que Ada Colau no hace un vídeo en Instagram, un acto, un gesto o una simple ventosidad que no esté perfectamente calculado y que no anticipe antes que nada la respuesta mediática y política que generará. En el caso que nos ocupa, Ada sabe perfectamente que Twitter brotará de opiniones como la de servidora, según la cual el catalán no sólo es la lengua propia del país y de su capital, una lengua que sufre un fenómeno objetivo de minorización y sustitución justamente porque se atenaza en la ley del nem fent, sino que no hay ninguna ley escrita en el apasionante universo filológico según la cual "el máximo de gente" que tiene el español como única lengua no pueda comprender el catalán de la misma manera que entendería el 90% de una intervención en gallego o en italiano.

Lo más natural es presuponer que el español es una lengua para entendernos entre todos y que mola mucho y te hace tolerante, mientras que aplicar el mismo criterio al catalán, una lengua que se habla en la intimidad, es propio de trogloditas racistas

De todo esto, insisto, Colau es muy consciente y por eso se permite, desde el cosmopolitismo de toda la vida (es decir, desde el supremacismo lingüístico español), declarar que se siente fiscalizada e incluso asediada. Porque en el fondo, lo más natural es presuponer que el español es una lengua para entendernos entre todos y que mola mucho y te hace tolerante, mientras que aplicar el mismo criterio al catalán, una lengua que se habla en la intimidad, es propio de trogloditas racistas. Es decir, como sabemos de sobra los barceloneses, Colau sigue institucionalizando la idea según la cual la frase “¿perdona, no entiendo el catalán, me podrías hablar en español?" es una petición de tolerancia y de buen rollo, mientras la frase “dispensi, podria adreçar-se’m/atendre’m/etc. en català?” o el inexistente “perdona, no entenc l’espanyol” es algo que asfixia el alma prácticamente como una cámara de gas hitleriana.

Todo eso ya es sabido, como también se manifiesta que esta es la actitud que ha provocado que el catalán ya sea la lengua de uso habitual de menos de un 20% de los adolescentes del Área Metropolitana de Barcelona, unos números que ya pasan objetivamente de la alarma a la emergencia. Pero lo importante del caso es entender que si Colau todavía puede hacer bandera de su cosmopolitismo de pacotilla es porque el independentismo ha renunciado igualmente a defender la lengua catalana como la forma natural de expresión de la población. Primero, continuando con la farsa de afirmar que la inmersión lingüística ha sido y es un éxito cuando todo el mundo sabe perfectamente que no se cumple en la mayoría de institutos y escuelas de primaria del territorio y, segundo, viendo como todavía hoy son los mismos políticos de la tribu los que no han tenido nunca ningún problema pasándose sistemáticamente al castellano en las ruedas de prensa y en las comunicaciones públicas en virtud de llegar a este misterioso "máximo de gente".

De hecho, lo que más sorprende de la polémica generada por Colau ha sido el silencio administrativo ejemplar de juntistas y republicanos que, en busca de un voto de la tercera vía (de este "máximo de gente" que, insisto, tiene la misma presencia mágica que el Espíritu Santo o la Moños) han regalado vía libre al desprestigio del catalán no sólo como la vía de comunicación natural de su territorio de origen, sino de una herramienta dialógica que, como cualquier lengua, implica un mercado y una economía asociada que hay que defender si no se quiere que, bajo la ética del nar fent, del nar-hi nant, del ya te lo miraré morena, y del nanay de la China, lo acabamos hablando cuatro gatos de una forma tan natural como la desaparición de algunas focas antárticas. Pero de todo, queridos lectores, a mí lo que me sorprende es la propia sorpresa de los conciudadanos que descubren por primera vez el confeso españolismo de la alcaldesa y de su consecuente hábito de hablar catalán en la intimidad. Nem fent...