El Diccionari de l'Institut d'Estudis Catalans define la acción de movilizarse como la 'de organizar (un grupo de personas) y hacerlas participar en una acción conjunta'. Ayer mismo, Ada Colau y Xavier Domènech abandonaron momentáneamente el Run Run de las plazas catalanas para decir a su parroquia que lo nuestro del próximo octubre sólo será una "movilización", porque la falta de garantías del referéndum organizado por el Govern, de momento, no es "lo que Catalunya merece." La declaración exige comentario, e incluso diría que pide una pila de tesis doctorales, porque Colau y Domènech nos tendrían que explicar (y nuestra hiperalcaldesa, filósofa como servidor, tiene condiciones de sobra para irrumpir en el debate ontológico) si existe alguna forma mejor de movilizarse en una acción conjunta consistente en votar que no implique la acción misma levantar el culo del sofá para dirigirse a la urna.

Así como la mejor manera de movilizarse para ir a coger patatas consiste, en efecto, en dirigirse a un campo donde haya tubérculos y proceder a la consiguiente recolección o, de la misma forma, movilizarse para rodear La Caixa contra las maldades del capitalismo financiero implicaría precipitarse a lo que los barceloneses denominamos la línea verde para dirigirse de una tal forma rotunda y presta a las torres negras del chairman Jordi Gual y formar un círculo humano de motivados contra la pérfida banca, se me haría difícil pensar en una mejor movilización colectiva ante un referéndum que no implicara hacer una cruz en millones de papeletas electorales. Hagámoslo al revés, Ada, Xavier: ¿si decido movilizarme por la democracia y no voto el próximo 1-O, hacia dónde me movilizo? ¿A la playa? ¿Al bar Manolo? Esta forma de movimiento alejado de las urnas, idiota de mí, no la acabo de entender.

La cosa se complica todavía más con eso de no participar en una votación que no sería "el referéndum que Catalunya se merece". Volvamos al diccionario, bien contentos. Merecer: 'alguien, tener derecho por su comportamiento, carácter, etc., a obtener (algo)'. Si admitimos que el colectivo de los ciudadanos de Catalunya tiene el derecho, como así lo piensa su inmensa mayoría, a tratarse a sí mismo como una suma de homínidos con criterio y a respetar, por lo tanto, el comportamiento de la suma de sus voluntades: ¿qué tipo de referéndum merece Catalunya? La respuesta más lógica, hace falta suponer, sería un referéndum de autodeterminación, es decir, una votación que justamente se justifique en el comportamiento de hacerlo y en la aplicación del resultado. Si alguien, como catalán, homosexual, cojo o tartamudo merece un determinado status, ¿qué mejor forma de reclamarlo que a través del voto colectivo y en común?

Si Colau y Domènech creen que los catalanes no merecen un referéndum de autodeterminación, haría falta que explicaran urgentemente qué tipo de votación los dignifica como sujetos de derecho. Si la respuesta es un referéndum acordado, habría que cambiar urgentemente de verbo, porque la condición de soberanía no se merece, sino que se ejerce. ¿Cómo se puede justificar, en definitiva, que un colectivo sea más digno de una votación pactada que de un referéndum unilateral? ¿Qué hay -Ada, Xavier- más digno en el hecho de que el Estado delegue la soberanía a los catalanes para permitirles decidir qué quieren ser de mayorcitos que no esté en la acción y la iniciativa de este mismo colectivo para preguntárselo sin trabas? ¿Por qué, en definitiva, se merece más una delegación de soberanía que ejercer esta misma soberanía, consistente en ejercer el voto y aceptar el resultado que se derive?

No deja de ser curioso que toda esta retórica vacía de la "movilización" y del "merecer" empariente cada día más a los comuns con el lenguaje de la antigua Convergència. No han sido los comuns, sino los convergentes de la Tercera Vía, los que han pretendido enmarcar desde hace tiempo el referéndum en tanto que acto de indignación ciudadana contra el Gobierno del PP. Hay que recordar a todos, comuns y metafísicos de pacotilla, que el referéndum del 1-O no es un acto de protesta contra el PP, ni contra ninguna Administración española, sino un acto de soberanía consistente en dignificar de una vez por todas a los catalanes como sujetos de derecho. El referéndum no moviliza ni hace merecedor a nadie: la votación, contrariamente, trata a los ciudadanos como adultos y sujetos de sus propias decisiones. Ir a votar no es manifestarse, ni exigir respeto: es ejercer la voluntad sin ningún límite.

Os hemos pescado copiando a los convergentes. Ada, Xavier, cómo os tenéis que ver. De momento, vais a septiembre.