Antes de fijar como imagen de fondo en mis perfiles en redes sociales la de “Libertad presos políticos” hubo otra. Una sábana blanca en la que podía leerse: “Parlem?”. 

La puse desde que comenzó la tensión entre Madrid y Catalunya; entre una parte de España y una parte de Catalunya. En realidad, entre los que se agarran al régimen del 78 y los que queremos cambiar de una vez por todas las estructuras de un estado que está desmoronándose por su herencia franquista. 

Recuerdo que hubo muchas manifestaciones, no suficientes, en las que se ondeaba el color blanco. Estas imágenes parecen haberse esfumado, para encontrar una polarización cada vez más lamentable. Y en este sentido hay que explicar, hay que fijarse, en quién está siendo responsable de esta polarización. 

Los comuns, Podemos y gentes de “centro” (algunos afines al PSOE, otros afines a lo que podía entenderse como moderados del PP e incluso algún despistado de Ciudadanos) se daban cita vestidos de blanco para exigir el diálogo. Sobre todo podíamos ver caras de dirigentes del PSOE y de Podemos (o de sus socios). Mientras tanto, el PP, Ciudadanos y un Vox que aún no tenía focos convocaba en la plaza de Colón con sus banderas muy españolas y mucho españolas y apelaban a la España de los balcones. 

Duraron poco estos llamamientos. Concretamente, hasta que Sánchez decidió apoyar a los del 155. Desde que retiró la reprobación que una semana antes había puesto contra Soraya, se acabó el blanco, se acabó el diálogo, se acabó la posibilidad de buen rollo y de apostar por la política como respuesta. Seguro que ahora Sánchez recuerda bien quién le empujó para tomar aquella decisión (suicida). Seguro que ahora va dándose cuenta de que lo que realmente querían esos que le susurran al oído era sencillamente empujarle por las escaleras (políticas, y hacia abajo). 

Le han hecho lo mismo con Venezuela. Y él, tan fácilmente impresionable por el poder que manejan Felipe, Alfonso, Alfredo y sus adláteres, a pesar de intuir seguramente que Zapatero es la mejor opción, siempre termina dejándose caer por el precipicio de la derecha disfrazada de socialista. 

Abandonar la posición de la bandera blanca es la mayor irresponsabilidad que ha cometido Pedro. Y ahora le va a costar salir del agujero en el que los filofascistas le han metido. 

Ahora que se criminaliza el diálogo, una vez más, es interesante hacer un repaso y recordar la cronología de este planteamiento. 

Tras la sentencia del Constitucional contra el Estatuto de Catalunya, allá por el año 2015, Zapatero ya anunciaba que era necesario recuperar los afectos, abrir una vía de diálogo. Y ya en este momento señalaba que el gobierno de Rajoy no estaba apostando por una respuesta política. 

Meses después, en diciembre de 2016, tras el nombramiento de Enric Millo como delegado del Gobierno en Catalunya, se anuncia una etapa de diálogo desde el Ejecutivo.

Lo decían con la boca pequeña, pero lo dijeron. 

Abandonar la posición de la bandera blanca es la mayor irresponsabilidad que ha cometido Pedro

Pronto se desmontó el teatro, dejando claro que la derecha no sabe dialogar. Y en febrero de 2017 leíamos que “Sáenz de Santamaría renuncia a la Operación Diálogo con Cataluña”. Tras el discurso del diálogo, y unas semanas antes de la celebración del congreso del PP, la postura del Gobierno se endureció y dio un portazo al diálogo con Catalunya. En este momento Aznar no pierde la ocasión para sacudir a Soraya por la Operación Diálogo.

¡Quién le ha visto y quién le ve! Parece mentira haberle escuchado decir esto.

Después de haberse roto el diálogo, después de que Puigdemont intentase hablar en más de catorce ocasiones con Madrid, el 10 de octubre del 2017: “El FMI reclama a Rajoy y a Puigdemont diálogo y que no actúen de forma precipitada”. En este sentido se manifestaron desde Europa, tanto a nivel institucional como desde países de gran relevancia. La respuesta del president Puigdemont fue contundente: “Pides diálogo y te responden poniendo sobre la mesa el 155. Entendido”. 

Queda claro, pues, quienes han estado siempre en el lado del diálogo y quienes han hecho todo lo posible por dinamitarlo. Son los que tras llevarse a cabo la aprobación del Estatut se dedicaron a recoger firmas para destrozarlo, lo llevaron al TC y lo dinamitaron. Son los mismos que señalaban a los dirigentes catalanes de “su unilateralidad” cuando, en realidad, la única actitud cerril y unilateral ha sido siempre la del Partido Popular. 

Manteniéndose en el diálogo como solución ha estado siempre Zapatero, que en marzo de 2018 apuntaba que “el momento del diálogo llegará y lo hará el PSOE”.

Esto mismo era lo que comentaba Sánchez en el verano del 17. Él tenía claro que el diálogo era la solución, pero que “ese no era el momento”. 

Por su parte, en Catalunya, el diálogo no era cosa solamente de Puigdemont. El 14 de mayo de 2018 Quim Torra fue investido president de la Generalitat de Catalunya. Al día siguiente, 15 de mayo, acudió a Berlín para dar una rueda de prensa conjunta con Puigdemont. En ella fue contundente: “Mi primer objetivo, de este nuevo gobierno catalán, es ofrecer un diálogo al gobierno español”.   

Y en pleno cambio de gobierno, cuando el PP estaba ya saliendo del foco, en el mes de junio de 2018 Bermúdez de Castro (el que fuera secretario de Estado para la Administración Territorial en el gobierno de Rajoy) aparecía de nuevo para dinamitar el diálogo. Una y otra vez. 

A pesar de la tozudez por parte del PP de romper cualquier vía de diálogo, desde el independentismo catalán mantenían la mano tendida. Dos meses después de que Bermúdez de Castro insistiese con el relato de que “la culpa de todo la tenían los indepes”, en agosto de 2018, y después de haber sido recluido en una prisión en Alemania, Puigdemont, desde Suecia, considera que hay posibilidades reales de abrir un diálogo claro y fuerte con el Gobierno.

¿Quién es realmente responsable de haber llegado a este punto de tensión? La respuesta es sencilla: quienes obtienen beneficios de ello

Avanza el calendario y ya entrados en el otoño caliente anunciado por Torra, en ese octubre de 2018, Iglesias y Puigdemont coinciden en abrir espacios de diálogo.  

Y Puigdemont, por su parte, sigue insistiéndole a Sánchez para el diálogo. 

Mientras tanto, aparecen Pablo Casado, Rivera y Abascal para mantener la tensión, a base de insultos, de acusaciones, de una actitud incendiaria que hoy ya permite pocas dudas. No hay que olvidar que la acusación particular contra los soberanistas es de Vox, mantenida por las instituciones españolas en lugar de haberles ilegalizado por sus escándalos de financiación y por su enaltecimiento de tiempos pasados.

Cerrábamos el 2018 y en diciembre Zapatero mantenía su discurso apostando por el diálogo y denunciando que se estuviera utilizando el término “golpistas” para los independentistas catalanes. Además, cargaba duramente contra la aplicación del artículo 155.

Estamos en febrero. En una semana en la que se anuncia la apuesta firme por el diálogo por parte del gobierno con Catalunya. ¿Y cuál es la reacción de quienes siempre han estado poniendo zancadillas a la resolución de los problemas? Insultar, injuriar, calumniar y comparar la propuesta de contar con una persona objetiva para ayudar en las reuniones con un golpe de estado (el del 23-F). 

Queda bastante claro que para esta gente cualquier cosa que suene a democracia es dar un golpe de estado. Ir con pistola, acusar de comisión de graves delitos siendo falso, generar caos y agresividad viene siendo la tónica dominante. 

¿Quién es realmente responsable de haber llegado a este punto de tensión? La respuesta es sencilla: quienes obtienen beneficios de ello. 

Si esta gente no quiere diálogo, ¿qué hay que hacer? ¿Meter a todo el que no comulgue con lo suyo en la cárcel? 

Todo esto tiene un lado positivo: que el tiempo está dejando las cosas en su lugar. Y esta semana ya podíamos escuchar a Carmen Calvo, vicepresidenta del Gobierno, explicar que el Partido Popular jamás ha querido dialogar. Que ha mantenido cerradas todas las puertas y que ha sido el responsable de toda esta situación. Ya era hora. 

Cada día más cerca de escuchar que apoyarles en el 155 fue su gran error.