Ya va para un año que andamos sumergidos en una realidad extraña. Al principio vivimos lo del virus con una lejanía absolutamente insultante. Porque mientras veíamos que en China estaban con "aquello del coronavirus", les mirábamos —como les miramos casi siempre— con un tufillo de extrañeza, convencidos de que "eso a nosotros no nos iba a llegar". 

Nos dimos el susto con la gripe aviar, que al final quedó en mucho menos del miedo que se había generado. La cosa se gestionó malamente (cabe recordar los millones que se pagaron con dinero público para millones de vacunas que al final se echaron a perder). Y no nos planteamos que ese aviso podía servirnos para imaginarnos qué hubiera ocurrido si, de verdad, aquello hubiera sido tan terrible como parecía. Pero no, pasamos del tema. Y como sociedad ni nos hemos cuestionado cómo podríamos habituarnos a "otra normalidad" si algo, como un virus incontrolable, llegase a nuestras vidas. 

En todo esto tiene mucho que ver que el ser humano anda pensando últimamente que lo tiene prácticamente todo bajo control. Y mira con condescendencia, al menos el hombre europeo —conectado con Norteamérica y alineado con los principios capitalistas—, cualquier idea que pudiera poner en jaque su bienestar. "Eso le toca a otros", parece ser un mantra que quizás tenga que ver con un instinto de supervivencia que alimenta al egoísmo, motor por desgracia de esta sociedad de consumo. 

Sea como fuere, somos egoístas. Y desde hace un año, más. El problema es que los egoísmos, como todo lo malo, pisan. Y pasan por encima de todo lo que pueden. Como en esas avalanchas de gente que corre despavorida, pisando y pasando por encima de otros que van tropezando. Pues así vamos. Y cuanto más estrés esté viviendo el sujeto (o el colectivo de sujetos), ese egoísmo fruto del pánico se desata —y se justifica porque todos lo practican—. 

El egoísmo de algunos, que tienen unos intereses muy muy en peligro ante lo que sucede, pisa y se impone sobre los intereses de la gran mayoría, que fundamentalmente es su salud, su vida. Eso que dicen los textos tan bonitos que llaman constituciones, declaraciones y no sé qué más. 

El mantra de que las escuelas son seguras debería ponerse en cuarentena. La exposición de los menores ante un virus que ahora sí les afecta habría de conllevar una reconsideración de protocolos de manera urgente

Pero como quiera que sea que aquellos que andan como pollo sin cabeza viendo su poder diluirse, lo que a nosotros nos genere desasosiego viene a suponerles nada. Y nos llegan a manipular de tal manera a través de sus tentáculos (dígase "medios de comunicación a los que inyectan pasta") como para hacer que nos preocupemos de unas cosas y no de otras. Fundamentalmente que nos preocupemos por mantener lo que a ellos les importa (trabajo, ingresos, sobrevivir), en lugar de permitir que prioricemos en base a otros criterios —mucho más naturales, dicho sea de paso—. 

Así las cosas, todo este rollo, para contextualizar y tratar de encontrar la razón a la pregunta que me hago: ¿qué narices pasa con el interés de los menores? 

Que yo decida exponerme más o menos a un virus que puede costarle la vida a seres fundamentales en mi vida, hace que yo tome las decisiones sobre el riesgo que yo asumo. Evidentemente, también sobre el riesgo que asumo respecto a los demás, pero eso ya implica un poquito de conciencia que no debo presumirle a todos. Pero sobre todo debemos plantearnos qué ocurre con los niños, a los que se les está llevando al colegio como si allí una burbuja mágica hiciera que los contagios se detuvieran. 

Ha costado, por desgracia, muchos meses de estar plantando cara a amenazas desde los poderes públicos que daban a entender que habría consecuencias para aquellas familias que decidieran quedarse con sus hijos en casa. Pero hubo amagos, sobre todo con el asunto del "absentismo escolar", que podían suponerles a las familias un proceso muy desagradable y amenazante. 

Y en algunos sitios se amenazó, en otros incluso se ha llegado a abrir expedientes a los padres y madres de niños que no acudían al colegio —pero que seguían aprendiendo y estudiando en casa—. Pues bien, están empezando a tener respuesta: no sólo desde tribunales, como el Superior de Andalucía, que ha considerado que "por encima del derecho a la vida y a la salud, no hay nada". Y en este sentido ha entendido que esta circunstancia que vivimos justifica el cierre de centros escolares o residencias de mayores. 

El "miedo insuperable" es más que correcto en esta circunstancia en la que cientos de personas mueren al día. No voy a hablar ya de los miles que se infectan, sino de los centenares de personas que llevan muriendo desde hace un año. Por lo tanto, evitar por todos los medios el contacto con ese virus es algo primordial como especie. 

Los niños están comenzando a contagiarse con la nueva variante del virus de una manera que antes no se daba. En Reino Unido el ingreso de menores ha aumentado un 70%. En pueblos de Girona ya ha saltado la alerta ante la cantidad de contagios entre alumnado y maestros. 

Según un informe publicado por Mateomaticas.com, "los niños ya tienen la mayor incidencia del país la última semana". Y apunta que "resulta inquietante que en tres semanas se haya incrementado un 54% el contagio entre menores de 15 años, mientras que el resto de la sociedad ha bajado sus contagios un 20%". 

¿Qué está sucediendo? Pues que nos podríamos estar encontrando en una situación hasta ahora desconocida —otra más— en la que los efectos de las nuevas vertientes del virus nos plantasen ante nuevos escenarios. 

El mantra de que las escuelas son seguras debería ponerse en cuarentena. La exposición de los menores ante un virus que ahora sí les afecta —al menos en más proporción que antes— habría de conllevar una reconsideración de protocolos de manera urgente. 

Implantar teletrabajo y teledocencia debería ser una máxima en estos instantes, al haberse detectado que hay un sector de la población que antes parecía no contagiarse de igual manera, que ha comenzado a ser un factor también a tener bajo vigilancia. 

En definitiva, que no se habla de la situación de nuestros hijos, ni siquiera cuando los datos son preocupantes. 

No se presta atención al profesorado, un sector al que se está exponiendo de manera absolutamente negligente, habiendo medios que podrían facilitar las clases telemáticas. Pero claro, ¿quién se encarga de los hijos mientras han de estar en casa? Tras el primer episodio se quedaron en evidencia las tremendas faltas de adaptación que tenemos en España a las nuevas tecnologías. Porque una vez más, no nos lo hemos tomado en serio. 

Debimos pensar que lo que salía en las pelis era cosa del futuro. Como cuando empezó este virus en China. 

Como cuando decidimos que los niños no pintaban nada.