El 1 de octubre cambió la vida de mucha gente. De los pueblos y los barrios que participaron en un acto de democracia masiva, de desobediencia civil, de dignidad. Mucha gente siente que aquel día nació algo y nada volvió a ser igual: en su pueblo, en su barrio, en su país. Hubo heridos que tardaron en recuperarse. Por fuera y por dentro. Por el miedo, por la frustración, por la angustia. Hay quien no recuperará nunca lo perdido, y hay quien sigue peleando para conseguir acudir a un lugar donde haya mucha gente sin sentir pánico.

Una de las personas que ha sufrido día tras día las consecuencias de votar fue Marta. Una joven comprometida con los valores del progreso, del republicanismo, de la libertad de expresión. Esa mujer que acudía a votar el 1 de octubre con un vestido de flores, sin más arma que su papeleta. Marta fue tumbada por la policía. Arrastrada por el suelo. Mientras tiraban de ella escaleras abajo y retorcían sus pechos, ella se retorcía de dolor, de frustración, de miedo. Le doblaron los dedos de la mano, hasta el punto de ocasionarle capsulitis (un dolor muy parecido a la rotura).

La conocí porque me llegó un audio donde contaba lo que acababa de pasarle, ese mismo domingo por la tarde. Y lo compartí con una prestigiosa periodista que para mi es referente: esperamos a que llegasen las imágenes para contrastar. No tardaron en llegar y fue imposible verlas sin llorar de rabia e impotencia. El vídeo del maltrato a Marta a manos de los agentes en un colegio electoral se hizo viral. Y enseguida las almas más retorcidas y sucias comenzaron a reírse de Marta.

Los vientos se desataron cuando el informe de médico no decía “rotura” sino “capsulitis”. Fue el pistoletazo para acusarle de mentir, cosa terriblemente injusta sobre todo cuando todos vimos el trato bestial que recibió. A partir de aquel momento Marta comenzó a recibir mensajes de amenazas, insultos; le incluían en grupos de gente solamente para insultarla. Ahora ya sabemos que alguno de los que hacían esto eran miembros de la Guardia Civil. Y entre sus colegas alguno quedó por el camino. Una auténtica aberración. Esta información no la ha dado Susana Griso, ni Ana Rosa Quintana, las mismas que en su dia trataron el tema de Marta con una frivolidad lamentable y pretendieron culpabilizar a la víctima.

Marta ha sufrido mucho: ha pasado miedo. Y aunque la gente que la quiere cuida de ella, es inaceptable que desde las instituciones de Gobierno no se haya hecho nada. Es más, el que fuera Delegado del Gobierno de Rajoy en Cataluña, Enric Millo, tuvo la poca vergüenza de mentir sobre Marta. Así responde el Estado español cuando sus agentes agreden a una mujer inocente: despreciándola, ninguneándola y en el caso del Guardia Civil, además, acosándola.

Marta, no estás sola. Cualquiera que tenga sentido de la justicia, de la dignidad y de la democracia, estará encantado de caminar contigo.