Esta semana el Tribunal Supremo ha confirmado la condena a la revista Mongolia por vulnerar el honor de Ortega Cano y vulnerar también su derecho a la propia imagen. 

Un asunto que algunos han entendido como un ataque a la libertad de expresión, cuando en realidad, atendiendo a la sentencia, no lo es. Y es importante explicarlo, puesto que quienes siempre hemos defendido y defendemos la libertad de expresión tenemos la obligación de informarnos e informar correctamente para que nadie intente aprovecharse de las banderas que no le corresponde enarbolar. 

En estos momentos los de Mongolia están pidiendo dinero para hacer frente al pago de la cantidad que se les reclama, esto es, 40.000 euros. Lo hacen a través de una colecta pública mediante la plataforma Verkami.

Dicen que si recaudan más de los 40.000, cubrirán también las costas del proceso, que estiman en 20.000 euros más aproximadamente. En la campaña para pedir dinero explican que han sido condenados por vulnerar el honor de Ortega Cano, y que todo esto en realidad es un ataque a su libertad de expresión. Algo que, si se lee la sentencia, se entenderá que no es el caso. Por eso ya hay quien está señalando que los de Mongolia podrían estar incurriendo en un posible delito de estafa al pedir dinero alegando algo que, en realidad, no es lo que dicen. O no lo es del todo. 

La revista Mongolia pretende presentarse como una revista de tipo satírico. Para gustos los colores, y personalmente valoro la sátira como algo elaborado, con cierto fundamento, y no el mero insulto ramplón e infantiloide que roza muchas veces más el acoso o bullying que el humor punzante. Los de Mongolia, en mi opinión, han sido siempre una suerte de wannabismo, un "querer y no poder" pero han contado con el respaldo y apoyo de los medios financiados por la derecha más rancia. Eso sí, disfrazándolo todo de falsa progresía, de esa "izquierda de las tontás" como le gusta a un amigo decir. Parece que van de progres pero a la hora de la verdad se dedican a intentar ridiculizar a cualquiera sin analizar mínimamente las cosas. Los perfiles de los que llevan este chiringo tampoco tienen un perfil del que se pueda esperar un análisis en profundidad de casi nada. Pero con hacer de bufones de la falsa progresía que pretende amasar las conciencias críticas de una pseudoizquierda, financiados por la derecha más rancia, ya es suficiente. 

Queda claro que nunca me han gustado ni el estilo ni el contenido de esta publicación, que ya desde su primer número ha tenido a bien considerarme con cierta frecuencia para insultarme. Sin gracia, dicho sea de paso. Pero lo cierto es que tampoco he prestado mucha atención a sus panfletos al comprobar desde el primer número que más que hacer humor pretendían poner a gente en su particular "diana humorística" creyéndose que bajo la falda del humor se puede justificar cualquier cosa. Para hacer humor hay que tener un mínimo de inteligencia, de sutileza y de conocimiento, y no todo el mundo que se cree que hace humor tiene el perfil necesario para que pueda ser respetado como tal. 

Ya el simple hecho de utilizar el término "Mongolia" para referirse a lo que hacen dice mucho de ellos. 

El caso es que hicieron una serie de actuaciones, de tipo musical, donde venían más o menos a hacer gala de "su particular humor". Recuerdo que en su día grupos de extrema derecha fueron a boicotearles algún acto y en aquel momento me solidaricé con ellos. Una cosa es no comulgar con lo que hacen y otra muy distinta no apoyarles cuando los ataques han sido absolutamente brutales. Pero ya entonces, en conversación directa con ellos, dejé claro que no me gustaba lo que hacían, y que sencillamente mostraba mi solidaridad ante un ataque intolerable contra ellos. 

Sin embargo en esta ocasión están queriendo jugar con la solidaridad de la gente a base de no contar las cosas tal y como son. Y eso es algo que me parece abusivo. 

La condena que les ha puesto el Tribunal Supremo, que viene a confirmar las dos sentencias anteriores dictadas en el mismo sentido, pone el foco en el hecho de que el cartel con la imagen de Ortega Cano tenía la finalidad única y exclusivamente de ser parte de una campaña publicitaria. Y usar la imagen de alguien para hacer publicidad, sin su consentimiento, no está permitido por la ley. Esa es la sentencia, y deja muy claro que no se persigue ni la sátira ni el humor ni la crítica ni nada por el estilo: porque lo que se ha denunciado por parte del extorero es, precisamente, que se haya usado su imagen para una publicidad donde, además, se le insulta. 

Podremos tener la imagen que tengamos del extorero, que fue condenado por un homicidio imprudente al ir conduciendo bajo los efectos del alcohol. No cabe duda que son hechos detestables y que por ellos, en su momento, las críticas públicas fueron muchas y en mi opinión, merecidas. Este señor cumplió su condena y a ello hace precisamente referencia la sentencia: en un estado de derecho, quien cumple y paga por lo que ha hecho, tiene derecho a reinsertarse y vivir sin tener que aguantar agravios continuos. Un buen punto de la sentencia que deberá tenerse en cuenta para todas aquellas personas que han cumplido su condena, por lo que ya no sería justo seguir tratándoles como delincuentes (pongamos como ejemplo a Otegi, del que tanto se habla estos días, que ya cumplió una condena, y al que han seguido catalogando de delincuente, terrorista y un sinfín de adjetivos más). 

La sentencia habla de vulneración del honor y de la imagen de Ortega Cano. Y precisamente señala que se han vulnerado sus derechos: pero subraya algo fundamental, algo de lo que los de Mongolia prefieren no hablar y que, si algunos osamos comentar y explicar, supone causa para que seamos atacados vilmente, como en mi caso están haciendo. 

Dice literalmente la sentencia que "Este cartel se difundió ampliamente, tanto en soporte material —varios fueron colocados en las zonas más frecuentadas del centro de Cartagena—, como en soporte digital, mediante su publicación en la página web de la revista y en sus cuentas de Facebook y Twitter” y abunda señalando que "la composición fotográfica no se integraba en ningún artículo informativo o de opinión sobre el demandante, sino que se usó única y exclusivamente para publicitar un espectáculo musical y, por lo tanto, como mero reclamo para vender entradas”. O sea, que no estamos aquí valorando una de las portadas de la revista, donde por cierto también hay alguna dedicada a Ortega Cano, sino que el objeto que se analiza es un cartel usado exclusivamente para hacer publicidad de una obra. Es publicidad. Y cuando alguien usa la imagen de otra persona para hacer publicidad, tiene que pagar, o al menos, contar con el consentimiento de la persona en cuestión.

Imagine usted que de pronto ve su imagen en un anuncio de colonia. Evidentemente, podrá reclamar que le paguen lo correspondiente por sus derechos de imagen. Pero si, además, imaginemos que usan su imagen para aparecer en un anuncio de colonia, pero encima en el anuncio usan su imagen para dar a entender, un suponer, que usted es una persona que no se cuida, que no huele bien y que por eso necesita usar la colonia anunciada, además, estarían atentando contra su honor. Y tendría todo el derecho a reclamar daños y perjuicios por ello.

Defender la libertad de expresión es un deber de todos en democracia. Defender también la verdad es obligación para que no se manipule y para que al final no se meta en el saco de la libertad de expresión lo que en realidad no lo es

¿Qué pensaría si la marca de colonia intentase argumentar que están intentando limitar su derecho a la libertad de expresión? Pues seguramente, que tienen la cara muy dura. Porque hay unas normas que establecen que la imagen de una persona no se puede usar con fines comerciales sin el consentimiento de aquélla. Es sencillo y además es justo y lógico.

Pretender ahora dar a entender que lo que se persigue en este caso es la libertad de expresión, intentar justificar en la supuesta sátira algo que no lo es, supone en mi opinión intentar aprovecharse del desconocimiento de la gente: del hecho en cuestión y de la legislación.

Están recibiendo bofetadas -metafóricas, claro- los de Mongolia sobre todo porque en su día, cuando se aplicó el 155 de la Constitución española a Cataluña, los de la revista tuvieron a bien sacarse una foto brindando por ello. Su máximo representante público, Edu Galán, ha hecho comentarios criminalizando a los CDR que fueron detenidos en su día, acusados de graves delitos de terrorismo y que, con el tiempo, ha ido demostrándose que la acusación se ha caído por su propio peso. En definitiva, que llama la atención cómo pretenden pedir dinero para cubrir el pago que les corresponde apelando a la libertad de expresión cuando ellos jamás se han solidarizado con nadie que estuviera siendo reprimido injustamente y, para más inri, intentando aprovecharse de algo que, en realidad, no es aplicable para su caso.

Han sido distintos expertos juristas los que han aparecido en redes sociales a explicar lo sucedido. Otros, que sin ser expertos, tenemos conocimiento de las leyes, también lo hemos señalado. ¿Cuál ha sido la respuesta por parte de los de Mongolia? Insultar, difamar y tratar de callar la boca a todos aquellos que, esta vez sí, haciendo uso de la libertad de expresión y del derecho a la información, tratamos de explicar lo que en este artículo se detalla.

Llama la atención, además, que quien está apelando a la libertad de expresión para pedir apoyos, dinero y suscripciones, no sean capaces de aguantar una crítica educada y argumentada de manera pública: se dedican a bloquear las cuentas de cualquiera que les haga el más mínimo comentario crítico.

Defender la libertad de expresión es un deber de todos en democracia. Defender también la verdad es obligación para que no se manipule y para que al final no se meta en el saco de la libertad de expresión lo que en realidad no lo es. Intentar hacer negocio a costa del agravio contra otras personas, pretendiendo utilizar la imagen de terceros sin su consentimiento es algo que el Derecho regula, y afortunadamente en este caso, la sentencia lo dice muy claro.

Lástima que no pocas personas no se informen correctamente antes de que les den gato por liebre. Equivocarse al defender algo que no merece ser defendido es posiblemente de lo peor que se le pueda hacer a la verdadera libertad de expresión.