En el libro de George Orwell, 1984, se habla de muchas cosas que estamos viviendo estos días. 

Era una novela futurista, distópica, ambientada en Oceanía. 

En el imperio se hablaba, se pensaba, se decía, se creía, se hacía lo que el Gran Hermano establecía. Y para ello los ministerios trabajaban. Solamente se hablaba neolengua, y, quien no lo hiciera, sería castigado. 

El partido gobernante, Ingsoc tiene tres lemas principales, máximas en base a las cuales gestiona: "Guerra es paz, libertad de esclavitud, ignorancia es fuerza". Herramientas de sometimiento de la mayoría de la población, que son los "proles" y a quienes se les aplica todo tipo de medidas para que no se subleven contra el poder. 

Había un Ministerio de la Abundancia (Minidancia), encargado de planificar los recursos: racionamiento de alimentos, materiales para la construcción y los bienes consumibles. Desde el control, desde el Gobierno, van "informando" sobre las cantidades existentes, y se le toma el pelo a la gente cuando es menester falsificando informes que camuflan y engordan cifras. Lo que gestionaba en realidad este ministerio era la miseria, la pobreza y las armas claves para controlar a la sociedad. Pero no eran las únicas. El Ministerio de la Verdad (Miniver) también hacía labores fundamentales. 

En el Ministerio del Amor (Minimor) se encargaban de conseguir que la población respetara al poder y lo perpetuara. En su sede estaba la habitación 101, donde se torturaba a quienes cuestionaban de alguna manera las pautas establecidas hasta hacerles "amar" al Gran Hermano. El Ministerio de la Verdad también contribuye en amar al poder. 

El Ministerio de la Paz (Minipax) se encargaba de las fuerzas armadas. Siempre activo, siempre engrasado, siempre trabajando. Desde él, luchan contra la guerra, y por eso están continuamente batallando. 

El Ministerio de la Verdad (Miniver) también está continuamente trabajando. Desde allí se reescribe la historia, administra la verdad. Todo lo que existía antes del Gran Hermano era fulminado. Verdad solamente hay una y es el ministerio el que así lo determina. 

La novela nos cuenta cómo Winston, que trabaja en el Miniver comienza a entender el porqué de su trabajo: eliminar los vestigios que pudieran poner en duda la verdad oficial. 

A Eric Arthur Blair, más conocido como George Orwell me lo he ido encontrando a lo largo de mi vida. En mi viaje hacia Birmania, me sumergí con una mirada adulta en "su granja". Y cuando volvía, de regreso a Europa, después de haber oído en distintas reuniones inolvidables que tuve en su nombre, supe que George nos había dejado un camino marcado. Algunas de las personas con las que me reuní, a mi equipo y a mí nos llamaban "los Orwells", porque nos veían, a través de los libros que leían, como brigadistas internacionales que acudían a apoyarles en su causa. Como uno de los monjes budistas que fue detenido tras la Revolución Azafrán, con quien pude reunirme, en secreto, que dedicó los años de cárcel para leer y leer, y leer inspirado por Orwell. 

Eric era socialista democrático. Era internacionalista. Era alguien que miraba desde una perspectiva que no perdía el punto de anclaje en el deber ser, sabiendo describir perfectamente con su pluma lo que en realidad había devenido "el ser". Su labor periodística buceaba tanto en la realidad, que al final siempre terminaba siendo parte de ella. Y fue así cómo llegó a España en diciembre de 1936. Venía a escribir sobre la Guerra Civil, y sin esperarlo, se vio involucrado en ella. 

Eric llegó a Barcelona, y allí se encontró con hechos que le enamoraron, le mostraron un lugar donde gobernaba la izquierda. Veía hechos realidad alguno de los ideales que siempre había defendido. Pero también vio las sombras de aquello, el alimento de los monstruos totalitaristas que también habitan en la izquierda. Y se sumó a las milicias. Pero allí no combatía contra el fascismo, algo que evidentemente rechazaba, sino que sus energías y su vida se pusieron en peligro para plantar cara a los sectores estalinistas del propio gobierno republicano. Eric se partía la cara, siendo rojo, con los propios rojos. El aparato y los críticos, lo de toda la vida en la izquierda. 

Todo esto es lo que Orwell narra en su Homenaje a Cataluña, una obra que Glòria Flix me regaló en una de mis visitas a la editorial del señor Pagés, en Lleida. Glòria siempre me llama "brigadista" y lo hace, precisamente, porque se refiere a Orwell. 

Quienes recuerdan la batalla del Ebro, siempre me han dicho que los rojos perdieron la guerra por partirse la cara entre ellos, que fue algo mucho más encarnecido que lo que ya era brutal contra el fascismo. 

Esta es una visión que Preston rechaza y por lo que ha criticado siempre a Orwell. Pero también es cierto que solamente puede describir una guerra interna de índole política quien la ha vivido. Es una de las cosas que solamente entiendes cuando te has involucrado en los intestinos de la política y, concretamente, en los de la izquierda. Y cuando aprendes a verlo, lo reconoces. Y, efectivamente, mucho de lo que sucedió en la guerra que originó el golpe de estado franquista, tuvo que ver con el odio entre los partidos de izquierda. Algo que hoy por desgracia continúa y se puede constatar militando en alguno de ellos. 

En Barcelona, en aquel momento, quienes dominaban la vida pública eran los comités libertarios, y criticar al Partido Comunista en aquel momento te podía salir muy caro. 

De hecho, Orwell se marcha meses después temiendo que su vida corriera peligro. Y lo piensa por haber criticado al Partido Comunista y lo que hacía en Cataluña. Los intelectuales de izquierdas españoles le dieron la espalda porque consideraban que sus críticas eran críticas al gobierno de la República y no podían admitirlo. Además, obviaba la realidad del POUM, partido al que pertenecía (y más tarde reconoció que no contó la verdad del todo al protegerlos tanto). Las broncas entre anarquistas y comunistas eran algo que había que ocultar. Y así la disidencia se miraba con verdadero recelo. 

Parece como si Eric hubiera vivido la vida de Winston Smith y como si, después de su muerte, estuviéramos asistiendo a 1984. ¿No le parece?

A Winston le torturaron en el Ministerio del Amor hasta que terminó por afirmar que dos más dos eran cinco. Fue así como su prueba de amor al Gran Hermano le permitió ajustar su neolengua al Ministerio de la Verdad.