En la web del Col·legi de Periodistes aparece el testigo de un colega que denuncia que "a los mexicanos no les importa que maten a periodistas". Llevo tres días mirando la web y no he visto en cambio ningún anuncio de ninguna acción del Col·legi en relación a la agresión fascista que sufrió el periodista catalán Jordi Borràs por parte de un policía español que, al grito de "Viva España y viva Franco", le causó heridas en la cara y le rompió la nariz. Parafraseando al testigo del colega mexicano, parece como si en el Col·legi de Periodistes "no le importa que los fascistas agredan a periodistas". O lo importa poco porque, quizás en un ataque de vergüenza, publicaron un tuit para pedir "respeto al trabajo de los profesionales". ¿Lo del policía es una falta de respeto?

Jordi Borràs es un periodista polifacético, riguroso y valiente que armado de una cámara y un portátil, ha puesto en evidencia las actuaciones de la extrema derecha, la impunidad con la que las llevan a cabo y la utilización de grupos ultras por organizaciones que se reivindican demócratas como Ciudadanos o Sociedad Civil. Es por ello que los grupos fascistas y sus patrocinadores han decretado su persecución. Somos muchos los que nos dedicamos al periodismo en varios frentes, pero Borràs es único. Ha escogido la especialidad más difícil y peor pagada, pero sobre todo, la más arriesgada y la más necesaria. Si no fuera por él, de muchos de los abusos y los atropellos de derechos, además de impunes, ni siquiera nos habríamos enterado. De gente como él depende la libertad y la democracia porque sólo la libertad nos hará libres.

Hay que dar constancia de eso ahora que el Col·legi de Periodistes adopta una posición coherente con la pereza que demostró para denunciar hechos similares en el momento álgido del procés y cuando la Junta Electoral impuso criterios informativos a los medios públicos durante la última campaña del 21-D. Seguramente, la actitud del Col·legi está influida por la autocensura cuando no el colaboracionismo que han venido practicando los principales medios impresos respecto de los casos flagrantes de represión antidemocrática. El caso de la agresión a Jordi Borràs es paradigmático. Las ediciones de papel de los principales diarios prácticamente han silenciado los hechos o los han relegado a informaciones breves, como si se tratara de un hecho irrelevante. Es significativo que todos los colegas que hicieron correr ríos de tinta escandalizados por interpretaciones reglamentistas discutibles en el Parlament que calificaron como "golpe de estado", callan y otorgan ante hechos tan graves como la agresión a Jordi Borràs (o el encarcelamiento de los Jordis). Y eso que los comentarios en las redes sobre la agresión a Jordi Borràs fueron trending topic, porque el policía agresor ni siquiera ha sido separado cautelarmente del servicio. La fiscalía no se ha dado por enterada de los hechos. La Policía dice que ha abierto un expediente, que es como chutar la pelota muy lejos. Es seguro que la delegada del Gobierno, Tere Cunillera, rechaza el fascismo y la violencia, pero no es tan seguro que tenga suficiente autoridad como para identificar al agresor y depurar responsabilidades, que es lo que correspondería.

Todo ello nos lleva a reflexionar nuevamente sobre el papel y sobre el futuro de los medios impresos, y sobre todo sobre su responsabilidad democrática. Cuando se produjo el auge de las fake news y las mentiras de Donald Trump, The Washington Post incorporó en su cabecera la frase siguiente: "Democracy dies in darkness" (La democracia muere en la oscuridad). Es difícil que alguno de los principales medios impresos españoles pueda tomar una iniciativa similar. Sería el colmo del cinismo. Hace una semana, la divulgación de las conversas de la examante del rey Juan Carlos provocó un escándalo. Los medios de papel o no dijeron nada o buscaron la forma de defender la monarquía, no argumentando que no fuera corrupta sino acusando de chantajista al supuesto filtrador de las conversas.

El desprestigio de la prensa española ha tenido eco internacional. The New York Times lo denunció ya hace unos años con un reportaje donde se afirmaba que "la poderosa combinación de presiones gubernamentales y financieras ha minado la capacidad de los diarios para cubrir una gran variedad de conflictos de interés, justo cuando se multiplican los escándalos financieros y políticos". Miguel Àngel Aguilar hizo de testigo. "La situación ha llegado a niveles de censura", dijo, y lo despidieron de El País. Y ahora hace unos meses, un escritor suizo, que firma con el seudónimo Gabriel Laflèche, publicó un escrito satírico en francés titulado "La prensa española: oda al papel higiénico" en el que protestaba enérgicamente porque le parecía "inaceptable que tantos diarios españoles intenten sustituirte en el inodoro".