Algunos ciudadanos discrepamos. Y es que estamos conformes con la expulsión del activista Mohamed Said Badaoui de Europa. Lo que no ha querido ver la mayoría progresista —con muy mala conciencia— del Parlament de Catalunya lo ha clichado enseguida la policía española. Se comprende muy bien que esto haya ido así. Primeramente porque ahora, en Madrid, no quieren asustarnos como el 17 de agosto de 2017. La pasma, naturalmente, es un nido de ultraderechistas armados, carentes de cualquier tipo de conciencia, lo sabemos, pero al menos son unos uniformados que no se llaman a engaño con los islamistas. Los conocen bien, son muchos años de africanismo español, de colonialismo profesional, de innumerables carnicerías y expolios, para que ahora tengan que detenerse por una declaración lagrimosa y ramplona del PSC, Esquerra, Junts, CUP y comuns pidiendo la completa libertad de Badaoui.

Cuando se miran entre sí todos los ultraderechistas se reconocen, es muy difícil equivocarse cuando todos van cojos del mismo pie. Con la savia del fascismo se nutre por igual el militarismo europeo y el islamismo militante. Giorgia Meloni y Alí Jamenei son lo mismo en contextos nacionales enormemente distintos. De modo que, hoy, no encontramos por ningún sitio una religión mahometana moderada, ni culta ni comparable a las formas teologales humanistas de un Jacques Maritain o de un Hans Küng. En nuestros días las diversas sociedades islámicas del planeta entero viven secuestradas por un mismo legitimismo purista, por un puritanismo radical que se afana, en vano, contra la corriente secularizadora que afecta a todos y a todas las religiones y creencias. El islam, una religión que significa sumisión a Dios, vive peor que ninguna otra ese inevitable proceso de secularización.

En nuestros días las diversas sociedades islámicas del planeta entero viven secuestradas por un mismo legitimismo purista, por un puritanismo radical que se afana, en vano, contra la corriente secularizadora que afecta a todos y a todas las religiones y creencias

Badaoui tenía precisamente esa sagrada misión en Catalunya. Más allá de las máscaras, hay líderes de la inmigración islámica que sólo trabajan para eso, para que la sociedad musulmana inmigrante no quede diluida, seducida, integrada dentro de la sociedad catalana. Para que los creyentes musulmanes del norte de África, a menudo poco islamizados de puertas adentro y de forma crónica, nunca dejen de ser cautivos, deudores y subordinados de las clases dirigentes tradicionales de Marruecos y el Magreb. Los he visto cómo actúan y son lo más parecido a la mafia italiana en la Nueva York de los tiempos de Al Capone. Aquella familia ha dejado de ir a la mezquita, habrá que recordarles que deben asistir siempre. Aquel chico ha empezado a salir con una chica no musulmana y no nos conviene que salga del perímetro de la inmigración donde mandan los que siempre han mandado. Esa otra, la hija pequeña de un buen musulmán, lamentablemente ya estudia en la universidad y tiene ideas propias, ha dejado de llevar el velo. Habrá que ayudar al pobre padre para que recupere el dominio sobre su hija. Algunos jóvenes musulmanes ya hacen como los europeos, tienen amigos y amigas de ambos sexos, incluso se ven con negros, con la excusa de que también son musulmanes. No, no, los negros a un lado y los magrebíes en el otro. De imán negro para todos los musulmanes no verán ninguno.

Hay que seguir hurgando en la herida de la mala conciencia de los europeos. Decirles o insinuarles a cada momento que son racistas si no se avienen a dejarnos que gobernemos a nuestra gente. Cuanto menos integrados estén nuestros magrebíes, más débiles serán, más necesitarán de los líderes, de los activistas islámicos. Por el camino de la religión se justifica todo. Porque todo es religión. Naturalmente, hoy, que nuestra gente pueda comer cerdo o saltarse el ayuno no es importante en sí. Lo importante es que a través de la comida halal, a través del ramadán, a través de la mezquita, podremos gobernar a varias familias. Cuanto más desconectados los individuos de origen islámico de la sociedad catalana, más necesitarán a la familia islámica. Por eso nos ayudó mucho cuando el president Aragonès dijo públicamente que los islámicos no deben integrarse en la sociedad catalana porque ya son catalanes tal y como son ahora. Lo ha entendido muy bien. A estos políticos independentistas les interesa promover y proteger a la comunidad islámica. Porque en unas elecciones municipales, donde tenemos derecho de voto, podemos hacer votar masivamente a varias familias a favor de uno u otro candidato. El grupo, siempre por encima del individuo.

Mohamed Said Badaoui viste y se presenta en público como un salafista, como un radical del sector duro. Por eso lleva la barba así, porque recortarla, cuidarla, por ejemplo, es cosa de afeminados, tal y como determina la santa tradición. Ir descuidado es ir como determina el Profeta. Cualquier musulmán reconoce por su aspecto quién es del sector duro, los auténticos, los que mantienen viva la llama del islam. No hace falta que digan nada, todo el mundo entiende los códigos de vestimenta, los dobles sentidos, la presencia de la marca, lo que llaman el higo, sobre la frente, los juegos de palabras en árabe. Un día Badaoui le dijo a una periodista que quería saludarle que no, que no podía tocarla. Que lo lamentaba pero que no podía darle la mano. Porque la mujer es impura. Ahora, Badaoui será deportado a Marruecos, si no hay cambios de última hora, junto con un compañero. Es probable que pueda volver. O que otros continúen hoy mismo con su abominable trabajo.