El terrorismo islámico ha vuelto a impactarnos con toda su maldad posible: 32 muertos y más de 300 heridos. Y golpe moral en el corazón de Europa.

Desde las 8 de la mañana de este martes, en vivo y en directo, por radio, tele, prensa escrita y digitales, los media han abierto sus espacios a una multitud de expertos, los pundits. Hemos oído las interpretaciones sobre las causas, los orígenes y remedios contra el terrorismo islamista, tantas y tan diversas, que se comprende que no se haya encontrado hasta ahora ninguna solución razonable a medio/largo plazo. La sensación es que todos los expertos y pundits, públicos y privados, oficiales y oficiosos, más que navegar, a duras penas flotan.

Por eso, es notable el sesgo de la mayoría de las observaciones que se hacen, ya sean puras bobadas o retorcidas maledicencias. No caeré ahora yo en el defecto que expongo, cuando menos intencionadamente, y me limitaré a sobrevolar las líneas maestras de la riada de mensajes de estos días.

En primer lugar, no veo lo bastante subrayado que, hasta la ilegal invasión de Irak acordada por el trío de las Azores, el terrorismo islamista era prácticamente casi un desconocido. Ésta me parece una causa próxima y provocadora del infierno que hemos empezado a vivir y del que me parece que nos quedan horas muy amargas por vivir. En segundo término, si bien es cierto que es una cuestión que se ha puesto encima de la mesa, no se han sacado, según mi opinión, las lecciones adecuadas: los asesinos –esta es la palabra y no cabe otro eufemismo o término benevolente– son europeos, no extraños venidos de todo el mundo.

Hasta la ilegal invasión de Irak acordada por el trío de las Azores, el terrorismo islamista había sido prácticamente un desconocido

Y aquí reside un tercer argumento, lo bastante opaco, porque hace, nos hace, daño: ¿si los atentados son contra los valores europeos y están llevados a cabo por europeos, qué valores europeos han interiorizado estos europeos? La respuesta, que es lo que hace daño, radica en el hecho que a estos nuevos europeos, tan sólo sobre el papel tan europeos como quien más, no les han llegado ni las causas ni los beneficios de los valores europeos, sólo su retórica, y contra esta retórica sádicamente se sublevan.

No forma parte de ningún valor, ni europeo ni de ningún sitio, almacenar a personas que nuestra riqueza llama o ha llamado y mantenerlos en este apartheid permanente, ya solidificado. Así pues, el primer valor europeo sobre el que no pueden creer es el de la igualdad. Tampoco pueden creer en el valor vida, visto el trato de semi esclavitud que reciben: sólo hay que dar un paseo por los suburbios y arrabales donde se les confina: la vida como valor europeo no florece ahí, precisamente.

Así pues buscar el cobijo de una religión que brinda un paraíso, aunque sea en la otra vida, está cantado. Para el falto de instrucción digna de tal nombre y despreciado por el sistema, el radicalismo simple y asesino es liberador y no abrazarlo parece de tontos.

Y aquí llegamos a uno de los valores centrales de la cultura genuina europea, la tolerancia. Después de matarse entre si los europeos durante siglos en las llamadas guerras de religión –una excusa como otra cualquiera de los poderosos para afirmar su poder– se acordó una paz, más o menos frágil, basada en la tolerancia. No podía haber una guerra entre dos monoteísmos, por lo tanto, entre dos únicos dioses verdaderos: eso es un auténtico oxímoron. Debido a eso, poco a poco, y a medida de que la razón se convertía en el instrumento esencial de conocimiento del mundo y no la revelación divina, la religión fue abandonando, no sin algún retroceso, el espacio público y, cuando menos en Europa occidental, permanece en el ámbito privado.

Nos tenemos que preguntar por qué la igualdad, el respecto a la vida y la tolerancia no han arraigado en los que nos atacan

Esta tolerancia, auténtico activo en esta Europa deshilachada, débil y temerosa ante el desconocido que ella ha contribuido a crear, apenas ha calado en las nuevas capas de europeos de segunda y tercera generación. El desinformado confunde la tolerancia con debilidad o cobardía: nada más lejos de la realidad. Saber que no se está en posesión de la verdad, porque la verdad es en sí misma lo bastante discutible y que lo que hace falta para avanzar pacíficamente son consensos básicos es un valor que no podía calar en los que, forzados por circunstancias a las que no somos nada ajenos, se sienten –porque lo son- rechazados.

Éste es, políticamente, no jurídicamente, que quede claro, el primer atentado a dichos valores europeos. Si los valores no se practican cotidianamente, no sirven ni para ornar las tumbas de los muertos injustamente: sería una burla.

En fin, nos tenemos que preguntar por qué la igualdad, el respeto a la vida y la tolerancia no han arraigado en los que nos atacan. Esta sería la mejor defensa.