Soy una paradoja. Y una metáfora. ¿Por qué? Pues porque siendo la líder de un partido que nació para defender una Catalunya separada en dos comunidades por razón de lengua, soy un ejemplo de integración personal, social y lingüística. Soy exactamente la realidad del país, no la que algunos de los "míos" quieren hacer creer.

Pero también soy la gran ironía, porque me caso con un indepe. ¿Sabe aquello que decían algunos de la sociedad catalana fracturada? Pues venga, argumento fracturado. O como dicen en mi tierra de origen: "zasca en toa la boca".

Pero espere, que ahora viene la carambola a 4 bandas. Aquel momento memorable cuando, en un debate en las españas, un diputado andaluz del PP dijo que yo no tenía ni idea de la realidad andaluza porque yo ya era catalana. O sea, la tradicional intransigencia hispana excluyente aplicada a una servidora. O sea, un español repartiéndome a mí carnés de españolidad. O sea, yo, siendo expulsada de España. No me negará que fue un momento delicioso.

Por lo tanto, recapitulemos: soy la prueba fehaciente de lo que pasa en Catalunya desde hace siglos. Alguien llega, se integra en la sociedad (si tiene un mínimo interés, hay gente que se pone de culo y se niega) y pasa a ser un catalán (o una catalana) más. Sin ningún problema. Con normalidad. La misma normalidad de los millares de personas que han pasado antes por este proceso y la de los millones que vendrán. Y va y esta persona, en este caso yo, sufre aquel nacionalismo español identitario basado en el anticatalanismo. ¡¡¡COM-BO TO-TAL!!!

Y mire por dónde, justamente hoy es el día de mi boda. Con el famoso indepe que, pobre, tiene un nombre: Xavier Cima. Nacido en Vic, criado en Ripoll, ex convergente i del Barça. Vaya, que lo tiene todo. Y, oiga, todo tan normal.

Nuestra relación es poco habitual, efectivamente, pero aunque nunca la escondimos, tampoco íbamos con un altavoz explicándola. Porque yo nunca mezclo mi vida pública con la privada. Y resultó que la mayoría de periodistas catalanes lo sabían, pero actuaron con naturalidad. Y respetaron (y respetan) nuestra privacidad. Es aquello tan catalán de la discreción. En cambio los medios de Madrit (concepto) han mojado todo el pan que han podido con el indepe que nunca tenía nombre. Y, de hecho, ellos fueron los primeros en publicar que estábamos juntos.

Por cierto, una relación que empezó desmintiendo que en las comisiones parlamentarias nunca pase nada. Al menos en la que nos conocimos nosotros, sí que pasó. La Razón publicó que precisamente fue él quien "me entró" primero en medio de los debates. Sin embargo, vuelvo a decir, que yo no hablo de mi vida privada. Aunque lo confirmo: "comisión parlamentaría, contigo empezó todo".

Tengo fama de ser tozuda e implacable, pero yo creo que es firmeza. Son dos conceptos que se parecen, pero no son exactamente lo mismo. Por eso dicen que seré yo quien llevaré a Xavier a mi terreno. Veremos. Porque de las parejas, al final, siempre sale una mezcla. Dicho de otra manera: los tiestos se acaban pareciendo a las ollas.

Pero hay más paradojas. A pesar de ser catalana de origen andaluz, o andaluza que ejerce de catalana (o como le quieran decir) en Salmoral, a 50 kilómetros de Salamanca, todavía soy la hija del Rufino de los Olivas y por parte de madre soy de los Relocos. Porque mi familia es de allí. Lo qué pasa es que mi padre, abogado, decidió establecerse en Jerez, donde acabó haciendo de procurador. Y su movilidad es la que hizo que yo tenga un hermano catalán. El mayor. Nació en BCN cuando la familia estuvo establecida durante un tiempo, antes de retornar a Jerez.

Total que, cosas de la vida, la niña que quería ser arqueóloga e ir a la India con mochila ha acabado teniendo que contestar preguntas como: "¿habla de política con su pareja?", "¿se hará usted indepe o él de Ciudadanos?". Mire, así en confianza, le diré... ¿Usted cree que sólo hablamos del Barça, una de las cosas en las cuales coincidimos más? ¿Verdad que no lo cree? Pues eso...

Por cierto, una última cosa: la boda de hoy es una prueba de la realidad catalana, sí, pero también es la determinación de dos personas que han decidido que su vida era más importante que lo que puedan pensar unos cuantos de los de los dos extremos. Del mío y del de Xavier.