El cálculo en torno a la reacción catalana a la sentencia del procés será un ingrediente importante en su confección por parte del Estado. Sin duda, a estas alturas, el deep state español, con sus inseparables brazos político, económico, judicial y policial, habrá pensado mucho en las posibles consecuencias de la sentencia. Saben que tienen asegurada la euforia por su dureza en España, donde el rechazo al independentismo catalán es del 95%. ¿Pero pueden decir que en Catalunya lo tengan tan claro? ¿Podría haber sorpresas? ¿Tan fácil lo tiene el Estado unionista para condenarnos y eliminar el independentismo para siempre, como pretenden? ¿Qué nos indican los antecedentes históricos en casos parecidos?

El proceso de Montjuïc, a finales de 1896, si bien lejano en el tiempo, puede ser un interesante referente en este sentido. Nos ayuda a entender los efectos inesperados de las dinámicas represivas descontroladas. Ayuda también a constatar la importancia de la volatilidad emocional de nuestra sociedad en circunstancias parecidas. Aquel lejano proceso, recordémoslo, juzgaba el sangriento atentado anarquista de la calle dels Canvis Nous contra una procesión del Corpus que había causado 12 muertos y 35 heridos. La manifestación de repulsa inmediata que provocó fue la más grande registrada en Barcelona a finales del XIX. El Estado lo tenía todo a favor para arrasar toda la disidencia. Sin embargo, ¿qué pasó para que el resultado fuera tan diferente?

Una represión brutal con 400 detenidos arbitrarios ―entre ellos, gente tan claramente inocente como Teresa Claramunt o Pere Coromines―, 87 imputados, múltiples torturas denunciadas, cinco ejecutados, trece sentenciados a más de 18 años de prisión, siete a 10 años y 63 desterrados, fue el cruel y desproporcionado resultado de aquel juicio. La brutalidad de la respuesta de estado fue tal que las manifestaciones de protesta que provocó acabaron empequeñeciendo la que se había producido con el atentado. Quizás una parte de los manifestantes incluso repitieron, quién sabe. Tal fue la respuesta ciudadana a la represión que, por el año 1901, todos los encarcelados y desterrados ya volvían a estar en casa. Al Estado le había salido, pues, el tiro por la culata y se iniciaba una etapa que desembocó en la creación de Solidaritat Catalana, el rechazo masivo a los partidos dinásticos de Madrid, la creación de la CNT (1911) y toda una dinámica democrática catalana que no entraba en ningún caso en los planes de los represores.

Si miramos la lección que nos ofrece la historia, veremos que, a pesar de la aparente oscuridad, nunca lo había tenido tan bien el movimiento catalanista para salir relativamente bien de una situación tan grave

Hoy el deep state alberga serias dudas sobre cuál será la reacción catalana, por mucho que tengan armas políticas y mediáticas muy considerables para intentar atenuarla. No hay que olvidar que, por mucho que Franco siga presente en la política española, esto no es 1939. Ni siquiera el protodemocrático 1901. La dura sentencia contra doce demócratas cogerá Catalunya con un gobierno soberanista en la Generalitat y con un 80% de los ayuntamientos, tres de las cuatro diputaciones y una mayoría social también soberanistas, vaya, con un panorama institucional que hará muy difícil cercenar el catalanismo por mucho que Iceta se esmere. Al contrario que en 1939, no podrán contar con un exilio masivo, grandes campos de concentración, fosas comunes en abundancia y la inhabilitación social masiva para sacarse de delante a los opositores. Ni siquiera se puede descartar que algún sector del mismo PSC pueda tener alguna reacción inesperada, al estilo de la del admirable alcalde Ballart de Terrassa. Por mucho que PPPSOECSVOX hayan esgrimido y/o tolerado la consigna del "Puigdemont golpista" o el "Junqueras al paredón", por tierra, mar y aire, ya no quedará lugar para los equidistantes liristas de la "sentencia justa" y la "simpática sonrisa de Marchena" que todavía escuchamos en todas las tertulias. Cada día será más evidente el carácter punitivo y vengativo de la operación de estado que pretenden consumar con una cúpula judicial todavía llena de filofranquistas, digámoslo bien claro. Con una sentencia dura, una parte de los que todavía creían en el estado de derecho y la independencia del Tribunal Supremo (en Catalunya sólo un 30-40%), pueden acabar cayendo del caballo de Damasco añadiéndose al 60-70% que no cree lo más mínimo en ello.

Quizás una parte del problema, pues, la tiene el Estado, mira por dónde, y no sólo los independentistas absurdamente divididos (con una división que no tendrá ningún sentido una vez llegue la dura sentencia). Madrid tiene que administrar una situación en que las divisiones entre catalanes y españoles cada día son más evidentes, en que la ventaja independentista ―según las trabajadas estadísticas del analista Joe Brew, entre otros― es creciente, y en que un estado de la UE no solamente tendrá presos políticos preventivos, sino que los tendrá definitivos, como piedras permanentes en el zapato.

Pero es que todavía hay un nuevo factor que tendría que ir a favor de los catalanes en esta compulsiva huida hacia adelante de España contra la homologación democrática europea y la posición de la ONU. Y es la perspectiva histórica. Bien, no siempre es fácil de comprender. Lo cierto es que, en España, pocos macrojuicios ―a parte del 23-F y los del franquismo― han acabado con sentencias cumplidas integralmente (salvo ―claro― de las ejecuciones, que en este caso, por suerte, no corresponden). Así, los 30 años de prisión a los que condenaron a Companys en 1934 se convirtieron en un mero año y pico de pena, liberado como lo fue por las elecciones de febrero de 1936. Igualmente, después del Foc de la Bisbal (1869), no pasaron ni dos años que el bravo líder republicano Pere Caimó ―de quien este año celebramos el bicentenario― volviera a ocupar la alcaldía de Sant Feliu de Guíxols ―atención― ¡después de un juicio que lo condenó a muerte! En el caso del Juicio de Montjuïc, ni cuatro años pasaron antes de que todos los represaliados estuvieran en la calle. Y en todos los casos, estamos hablando de juicios celebrados en duros consejos de guerra y con hechos de sangre sobre la mesa.

Si miramos la lección que nos ofrece la historia, veremos que, a pesar de la aparente oscuridad, nunca lo había tenido tan bien el movimiento catalanista para salir relativamente bien de una situación tan grave. Ni nunca lo había tenido tan mal el Estado para parar definitivamente un movimiento insurreccional. Un movimiento que sigue fuerte y al que se le ha tratado con una represión y un odio que descartan toda opción de reconciliación. No nos pararán, no, sea cual sea la condena que haya. Eso sí, siempre que nuestra respuesta sea contundente, sostenida en el tiempo y eficaz. Que lo será, no tengamos ninguna duda. Una vez más, como 1901, España habrá cometido el grave error de no dejarnos ninguna otra salida. En este caso, la de la independencia.