MH Consellera, felicitaciones por el nuevo cargo. Os deseo muchos aciertos. Querría haceros algunas observaciones urgentes, ahora que debéis acabar de perfilar vuestra política ante la conselleria. Solemos oír decir que las conselleries de Salut y Economia son las que hoy tienen en frente una situación de más emergencia en nuestro país. Permitidme que incluya Cultura entre ellas. Según cómo se mire, incluso se podría argumentar que es la que más emergencia tiene. Porque la situación económica y sanitaria del país, por muy trágica que sea, se acabará arreglando, más tarde o más temprano. ¿Pero lo hará la situación de nuestra lengua, cuestión en la que Cultura tiene una parte importante de la responsabilidad? Tendremos vacunas e inversiones para las primeras. ¿Tiene vacuna expiatoria el catalán?

Desde cualquier óptica que la observemos, y basándonos en la evidencia, la situación de la lengua catalana tendría que ser la prioridad absoluta y urgente de su conselleria. Digámoslo bien claro, eso no ha sido así en los últimos tiempos si tenemos que hablar en términos de acción de gobierno y resultados efectivos, incluso de debate público. Sí bien hemos encontrado lógico que la conselleria de Salut haya priorizado la lucha contra la emergencia de la pandemia de la COVID-19, ¿por qué no pedimos una actitud parecida a Cultura con respecto a la pandemia que afecta al catalán? ¿No es tan o más grave en términos de resolución? Quizás no estamos hablando de las muertes de personas, pero sí de la posible muerte de un idioma a medio plazo, preocupación que no parece que tenga que sufrir ningún otro idioma con estado en la Europa actual. Al menos es lo que vaticinan no pocas personas de la sociolingüística y de la cultura, como el flamante Premio Nacional de Cultura, Narcís Comadira, a quien algún noticiario nuestro cortaba sospechosamente las declaraciones en que lo denunciaba.

Usted consellera, tiene el deber de cortar radicalmente con una tradición en la conselleria que, por las razones que sean, ha tendido a hacer como el avestruz, cuando no mostraba una manifiesta manipulación de los datos sobre el uso social de la lengua (cómo pasaba en tiempo de algún conseller del presidente Pujol). Si queremos salvar el catalán, Cultura tiene la obligación prioritaria de afrontar la situación con valentía y de explicar a la población qué comporta la operación de salvar un idioma sin estado. No estamos hablando de una tontería, si no de una situación que, si se le planteara a cualquier país normal con lengua propia –el portugués, el neerlandés o el danés–, sería cuestión de estado y de máxima urgencia. El dolor de ver cómo la juventud de este país pasa definitivamente del catalán, incluso cuando ha podido educarse en este idioma, sería insoportable después de todo lo que se ha tenido que sufrir para recuperar el catalán en tiempos todavía más difíciles que el actual. Y no es suficiente con la actuación de las ONGs, sino que es el propio Govern que tiene que liderar el procés.

Es inconcebible que en un país "normal" la suplantación, indefensión y menosprecio mostrados hacia la lengua del país fueran tan pandémicas como aquí

Quien dude de la gravedad de la situación, que escuche, que se fije en la praxis lingüística de la mayoría de los nuevos establecimientos comerciales que aparecen en las ciudades o de no pocos de los antiguos que, como denunciaba hace pocos días Antonio Baños, están sacando nuevos menús post COVID que ignoran el catalán. La lengua está ante una situación realmente grave que Cultura ni puede negar ni obviar. Que no nos pase igual que al occitano, la drástica disminución en el uso social del cual ocurrió sin el más mínimo choque mediático. No podemos seguir más tiempo engañándonos al respecto, la desaparición del catalán no será televisada, si no que es lo que nos encontraremos un día al levantarnos. Si bien el autonomismo ha servido por un tiempo para cubrir las necesidades básicas del uso del catalán entre los catalanohablantes, al menos para dar una apariencia de normalidad a la lengua, hoy el modelo ha caducado. No hay que ser un mago para ver que ni la escuela catalana ni TV3 están funcionando hoy como verdaderas herramientas de recuperación del catalán. Más bien TV3 es atrezzo para hacer hervir la olla de la burbuja catalanohablante, y todavía la de más edad. El catalán –como involuntariamente se demuestra a diario en excelentes programas como el Popap- simplemente no cuenta con las potentes herramientas modernas que hacen posible la vida de los idiomas modernos entre las nuevas generaciones de quienes depende el futuro. Tendría que ser un objeto de un plan de choque averiguar porque el canal Super3/33 tiene un cautivador 0,5% del share, lo cual confirma que tenemos un gravísimo problema entre los jóvenes, muchos de los cuáles ni ven la TV. Y fuera de TV3, el catalán encuentra una jungla. No extraña que el mundo que interesa a los jóvenes, sea mayoritariamente en castellano e inglés, como no pasaba a los jóvenes catalanes de los años 90. Eso nos ha llevado a una situación en la que hoy resulta francamente hilarante –si no fuera trágico– que alguien todavía tenga el cinismo de seguir hablando de "guetos castellanohablantes" en nuestra casa hoy. Los auténticos guetos lingüísticos en nuestra casa hoy, en casi todos los ámbitos, son los de los catalanohablantes, digámoslo bien claro de una puñetera vez. Y cada día más. Dejemos de engañarnos por favor. Porque este engaño también alimenta el grotesco discurso catalanófobo originado por Ciudadanos que ahora asume el PSC sin vergüenza alguna, e incluso algún sector de los comunes que se lo tendría que hacer mirar.

Sé que es arbitrario recurrir a la experiencia personal, pero no querría que se me pudiera juzgar por habérmelo callado. Yo vivo delante de una escuela en el Empordà –sí, en el "mítico" Empordà del pastor y la sirena– y cuando a la salida de clase oigo hablar a algún alumno en catalán, me hace girar la cabeza y todo. Me decía una abuela que, cuando viene a recoger a sus dos nietos, de familia 100% catalanohablante, salen de la escuela hablando entre ellos en castellano. Y de estas anécdotas, todo el mundo de mi entorno explica a carretadas. ¿No llega esta realidad a los políticos? Se llega al punto de dudar, como lo hacen no pocos maestros sufridos, si más allá de enseñar la lengua, la escuela no está sirviendo más bien para socializar el castellano.

Consellera, hay que dejar de hacer el paripé. Ya no valen las posiciones acomodaticias. Sería gravísimo seguir sin actuar con contundencia ante la grave situación del catalán en casi todos los ámbitos: en los juzgados (donde baja dos puntos porcentuales cada año, y pronto ya no podrá bajar más), en las universidades, en el cine (donde cada vez más directores catalanes renuncian sin traumas a la lengua) o incluso en los medios teóricamente catalanófonos (ahora parece que en cada programa de la CCRTV necesiten una especie de comisario castellanohablante, haciéndonos llegar el mensaje subliminal que se puede vivir perfectamente en Catalunya sin usar el catalán). No piensan en el efecto nocivo que causa que siempre contacten con "expertos" para explicarnos en castellano cómo se cogen setas, como si no tuviéramos expertos en todas las áreas que lo expliquen en catalán. ¿Acaso la BBC entrevista a gente en francés de forma regular para informar del día a día tecnológico?

Necesitamos a una consellera de Cultura con valentía que reconozca honestamente la preocupante realidad de la lengua y trabaje incansablemente para encontrar fórmulas para empezar a rectificar y sacarla del gueto

Por otra parte, ¿nadie ve el efecto aniquilador que tiene para el catalán el síndrome "ahora-la-toma-en-castellano-por-favor" de las entrevistas a políticos y personajes públicos? Todo eso suplanta e invisibiliza perjudicialmente la lengua hasta el punto que, en ámbitos castellanohablantes, se dude de que los catalanes hablen realmente su idioma. ¿Nadie piensa en el inmenso daño que causa en la lengua este mensaje subliminal? Por cierto, haga la prueba consellera, de pasar por el dial de las radios disponibles en cualquier frecuencia, allí donde quiera del país, para ver que entre el alud de emisoras en castellano, la presencia de alguna en catalán es prácticamente anecdótica. Todo eso contribuye a una letal subordinación del catalán que los modernistas quisieron cambiar hace más de cien años, buscando la emancipación de su idioma. Hoy, volver a buscar esta emancipación perdida tendría que ser la prioridad de la Consellera. Lo sería en cualquier país "normal" que sufriera un problema parecido, aunque en realidad es inconcebible que en un país "normal" la suplantación, indefensión y menosprecio mostrados hacia la lengua del país fueran tan pandémicas como aquí.

Durante décadas, y por las razones que fuera (inestabilidad o inoportunidad políticas, indefensión ante el discurso del odio, inhibición ante el síndrome Calvo Sotelo, la falta de voluntad etc.), la situación del catalán –la auténtica situación del catalán– ha sido una preocupación menor para la conselleria, a pesar del buen trabajo realizado por Àngels Ponsa i Lluís Puig. Lo pude comprobar de primera mano formando parte de la Comisión de Cultura del Parlament de Catalunya en la IXª legislatura (que realmente era la Xª). No se debatía casi nunca sobre la ya preocupante situación del catalán. Tampoco se explica que hoy el gasto por habitante en Cultura en Catalunya sea 24 veces menor que en Suecia, y 6 veces menor que en Francia. Debemos ir sobrados, factor que, en el fondo, sospecho que es una parte importante del problema. A ver si un día los vascos –con toda la dificultad que el euskera comporta–nos adelantan en el tema de la lengua. No sería extraño con el constante pico y pala que practican, con la movilización masiva que hay a favor del modelo D y el empuje de entidades como AEK y el movimiento de ikastolas. Torres más altas... Porque aquí, en cambio, no hay ni movilización ni debate. Preferimos dividirnos entre los que no ven el problema y los que lo dan por finiquitado.

Además, el silencio que predomina en torno a la lengua también es letal al permitir que proliferen los rocambolescos relatos culturalmente genocidas de algunos grupos unionistas, estos sí, promocionadísimos. Estoy convencido de que nuestro problema quiere pelea. Es la tarea de la Conselleria de Cultura promover un debate en la sociedad –y entre departamentos– que explique el riesgo que corre la lengua, resalte su legitimidad como lengua de la tierra y abra una ofensiva inteligente y a gran escala para cambiar la situación. En nuestro país, tanto catalanohablantes como castellanohablantes necesitamos una consellera de Cultura con valentía que reconozca honestamente la preocupante realidad de la lengua y trabaje incansablemente para encontrar fórmulas para empezar a rectificar y sacarla del gueto. Hace falta una consellera con la voluntad de romper tópicos y la ambición de querer liderar el procés que devuelva el catalán al sitio que le pertenece antes de que sea demasiado tarde. Buena trabajo consellera.