La izquierda se bloquea y la derecha se activa. Es el ciclo de la vida en la política española. Cuanto más se enconan Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, más claras y precisas se vuelven las órdenes de Pablo Casado y Albert Rivera a los suyos para que se desbloquee lo que haya que desbloquear por cualquier medio necesario. Ya han asegurado Murcia y seguramente, la misma semana que Sánchez fracasa en su segundo intento de investidura, por fin caerá Madrid para que sea exhibida como la joya de la corona de orden y estabilidad que promete la derecha, frente a la imprevisibilidad y las veleidades de la izquierda.

No es casual que Pablo Casado haya decidido desaparecer del primer plano para dejarle todos los focos a las peleas de socialistas y morados y a la purga naranja que Rivera aplica a sus críticos. El líder del Partido Popular hizo la peor campaña, pero ha aprendido rápido una de las reglas básicas de la política: nunca distraigas a tu adversario mientras se está equivocando. Tampoco parece casual que alimente con cuidado la esperanza socialista de que, al final, los populares podrían llegar a abstenerse; una forma muy eficaz de enredar aún más los líos de la izquierda.

Los votos y los apoyos hay que ganárselos, nadie te los regala y nadie tiene la obligación de dártelos

Fiado a una investidura que parece seguro se producirá en septiembre por puro desgaste, Pedro Sánchez subirá a la tribuna el próximo lunes exponiéndose a sumar única y exclusivamente los votos de los suyos y algún despistado. En el relato socialistas todos son culpables menos ellos. Pablo Iglesias es un macho alfa cegado por el rencor, la envidia y las ansias de poder. Albert Rivera ha resultado ser de derechas para sorpresa general de la izquierda bien pensante. Pablo Casado carece de sentido de estado porque no hace aquello que el propio Sánchez se negó a ejecutar y se abstiene para dejarles gobernar. Vox se ha convertido en la nueva “niña de Rajoy”, esa muletilla que se saca constantemente para acabar de rematar al otro.

Ni siquiera los nacionalistas, que parecen los más dispuestos a facilitar la investidura aguantando con estoica paciencia los dimes y diretes de unos y otros, se libran del rapapolvo por parte de unos socialistas que casi parecen esperar que vascos y catalanes les den las gracias por aceptar sus votos. Cuesta trabajo adivinar de dónde espera sacar el candidato del PSOE los votos y las abstenciones que le hacen falta para tirar adelante la investidura cuando no queda nadie en el espectro político a quien no le hayan echado la bronca. Ni siquiera el verano, con todas sus bondades, va a cambiar otra de las reglas básicas de la política: los votos y los apoyos hay que ganárselos, nadie te los regala y nadie tiene la obligación de dártelos.