No se puede hacer una tortilla sin romper huevos, avisa el viejo dicho. No se puede ir hacia la independencia sin unas cuantas inhabilitaciones, podría advertir una versión actualizada por la Fiscalía General del Estado. Y si no, que se lo pregunten a Francesc Homs. Su visceral reacción en las redes sociales ante el cese fulminante de Jordi Baiget, el conseller que temía por su patrimonio, ha puesto voz a un sentimiento que probablemente desasosiegue a no pocos cuadros y votantes de la antigua Convergència.

Más que cansados, parecen hartos de una dinámica donde ERC pone el listón del soberanismo pero quien tiene que saltarlo y se suele dejar los dientes en el intento es el PDeCAT. Las inhabilitaciones y las sentencias condenatorias se las llevan Artur Mas y sus consellers, mientras que Junqueras y los suyos imparten lecciones y recogen más miles de votos a cada encuesta; unos se comen la tortilla mientras que a los otros sólo se les rompen los huevos.

No se puede entender qué sucede en Catalunya sin tener en cuenta la tensión electoral entre los dos socios principales de Junts pel Sí. Ambos compiten por ocupar un espacio nacionalista finito y ambos saben que la cuestión de firmar o no las normas y documentos que amparen el referéndum definirá quién puede o no competir en unas hipotéticas elecciones a corto plazo. ERC no quiere perder la ventaja que ahora mismo le dan todos los sondeos y el PDeCAT fía toda su estrategia a forzar que su socio empiece a compartir los costes de las decisiones, no únicamente los beneficios. En los anuncios sin firmas y las firmas anunciadas hay mucho de estrategia procesal, pero también bastante de mutua desconfianza.

Los cálculos electorales siempre resultan entretenidos y funcionan muy bien como tema de conversación, pero rara vez sirven como herramienta para gestionar un problema político

Tampoco se entiende bien la estrategia del gobierno central sin tener claro que Mariano Rajoy está convencido de que, precisamente, esa competencia entre Demócratas y Republicanos conduce inexorablemente a un adelanto electoral y acabará, antes o después, por desactivar el propio procés. Sólo hay que esperar, no perder la paciencia y rentabilizar electoralmente fuera de Catalunya todo cuanto suceda en Catalunya

Los cálculos electorales siempre resultan entretenidos y funcionan muy bien como tema de conversación, pero rara vez sirven como herramienta para gestionar un problema político porque se discute quién gana o quién pierde, no cómo afrontarlo. La lógica competitiva suele llevar a dejar las cosas como están mientras resulte electoralmente rentable.

Los datos acostumbran a ser tozudos como la realidad. Ocho de cada diez catalanes quiere votar en un referéndum y cuatro de cada diez quieren irse. Eso no se resuelve con otras elecciones. Sólo se gana tiempo hasta las siguientes y vuelta a empezar.