Al día siguiente del contundente triunfo de las derechas en las elecciones andaluzas, con el viejo monopolio del PP a la baja, el salto de Ciudadanos y la entrada triunfal de Vox, Susana Díaz corrió a echarle la culpa a Catalunya de haber perdido cuatrocientos mil votos en el total de más de setecientos mil electores perdidos por la izquierda. La tesis contó de inmediato con el respaldo entusiasta de la derecha mediática y política, siempre coherente con el compromiso inquebrantable de atribuir todo lo malo que suceda en el mundo y en España a un inmisericorde castigo al okupa presidente Pedro Sánchez y sus diabólicos pactos con chavistas e independentistas.

A nadie, ni siquiera en el PSOE, pareció importarle la contradicción que supone que sea, precisamente, la candidata que más se ha envuelto en la bandera de España y más se ha distanciado de los pactos de Sánchez quien reciba tan violento castigo por andar de parranda con los golpistas catalanes. En este relato tampoco cuentan ni los cuarenta años de régimen socialista andaluz y su corrupción, ni la desastrosa campaña de una candidata que representa la esencia de ese aparato que el votante socialista lleva castigando desde 2011, ni la incapacidad del PSOE-A y Adelante Andalucía para aprender y no repetir el error del PSOE y Podemos en 2016, cuando desmovilizaron a parte de sus votantes empeñándose en demostrar lo mucho que les separaba.

Casi con la misma rapidez que Díaz culpaba de sus males a Catalunya, la portavoz del Govern, Elsa Artadi, comparecía para aclarar que Catalunya no tenía nada que ver en Andalucía y que la culpa del ascenso de Vox había que situarla sobre quienes le habían abierto la puerta en actos y fotos de familia, no en el independentismo. Que a la derecha extrema le han abierto la puerta el PP y Cs se antoja una verdad tan cierta como útil para ellos e inútil para todos los demás. Aunque igualmente cierto resulta que una parte del resultado se explica en función de la situación en Catalunya, no se explica la desmovilización de la izquierda que derrotó a Susana Díaz, pero sí la movilización masiva de la derecha que va a poner al PP y Cs en San Telmo y a Vox en las instituciones.

Sucedió en Andalucía y volverá a suceder en las elecciones que vienen en mayo y las generales cuando caigan. El nacionalismo catalán cometería un grave error si ignorase la principal lección que dejan las andaluzas: las derechas suman y pueden ganar unas elecciones generales hoy. A ERC y al PDeCAT les toca decidir ahora si prefieren no tener presupuestos ni en Madrid ni en Catalunya, acelerar la convocatoria de elecciones y exponerse al riesgo de que las derechas amplíen su ventaja ante la falta de alternativa real o negociar un acuerdo con el PSOE, Podemos y el PNV que demuestre que es posible una mayoría entre las izquierdas españolas y los nacionalistas que construya un proyecto de convivencia plural y promueva una idea diferente del Estado. Es su decisión y se acaba el tiempo: o un gobierno de derechas con quien pelearse o un gobierno de izquierdas con quien tratar de entenderse.