"Si no dejamos claro que el PSOE no tiene nada que ver con el independentismo, ni por activa ni por pasiva, a nosotros, en Extremadura, nos matan”. No podía ser más gráfico el presidente de los socialistas extremeños, Guillermo Fernández Vara, durante la celebración del comité federal del PSOE el sábado, a la hora de explicar a puerta cerrada por qué los socialistas no podían ni acercarse a buscar el apoyo de los diputados en el Congreso de ERC y de Democràcia i Llibertat, ya se trate del voto afirmativo o de la abstención. Aunque Vara se alinea con los que creen que Pedro Sánchez ni puede ni debe intentar la investidura tampoco con Podemos, su afirmación sobre las fuerzas políticas catalanas que abogan por el independentismo o incluso, de una manera más amplia, por una salida negociada a partir de un referéndum, no deja de ser una muestra más del unitarismo que engloba a PP, PSOE y C's.

Cuesta saber a estas alturas si el soldado Sánchez sigue con vida o simplemente lo mueve la inercia. Porque el principal problema del secretario general del PSOE no son sus adversarios —que por algo lo son—, sino sus compañeros de partido que parecen, sobre todo, enemigos. No recuerdo, desde la destrucción que se propició desde la misma UCD de Adolfo Suárez, con el apoyo entusiasta de los medios de comunicación de la época, un caso similar de caza al hombre desde la misma organización política. Tanto, que a cualquier observador neutral de la política Sánchez le produce hoy una cierta lástima, zarandeado por los suyos, por el PP y por Podemos. Una situación que sólo un impensable acceso a la presidencia del Gobierno modificaría. A diferencia de Vara, que sostiene que acercarse al independentismo mata si eres extremeño y socialista (espero que de una manera figurada), Pedro Sánchez ve los puñales tan cerca de su despacho de Ferraz que no necesita mirar tan lejos.