Dice el refrán que un pueblo que canta nunca será vencido. Y parece que por unos momentos, escuchando a Gemma Humet cantar aquella mañana delante de las cuatro columnas de Puig i Cadafalch, nos permitíamos escucharnos las emociones, acostumbrados desde hace meses, quizás años, a preparar sólo las palabras que hilvanan argumentos razonados, "como si la razón fuera por sí misma garantía de justicia y el sentimiento lo fuera sólo de desbarajuste", me decía un buen amigo que lo acababa remachando con un "santa paciencia". Un silencio impuesto a un pueblo por la fuerza, porque los silencios impuestos siempre lo son por la fuerza. Los catalanes hemos sufrido la imposición de un silencio cotidiano y amargo por parte de un Estado español vía TOP, para enumerar a uno de tantos, y que sigue queriendo imponerse, ahora vía TC. Una sociedad que asimila con normalidad los silencios impuestos por el Estado a una población que quiere autodeterminarse mediante las urnas tiene muy poco de democrática. Y como ha hecho hace pocos días el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, al Estado español se le tiene que recordar que el silencio impuesto puede ser legal y razonado, pero también, y sobre todo, está equivocado.

De la emoción del canto al latido de la tierra. El representante de los campesinos en el acto, Pep Riera, el único que con urna en las manos utiliza la palabra autodeterminación, grita un sentido "¡Visca la terra!". La tierra, la "terreta" que dicen los valencianos, que siempre es, y queramos todos que con ella estén siempre los campesinos, la hoz y la huerta que para tantos espantos.

El discurso final, la versión ilustrada del latido, aquellas palabras seleccionadas para la ocasión, fueron pronunciadas por el ejemplo de éxito catalán en el que mejor se refleja el alma processista que se levanta pronto para trabajar y hacer país: Pep Guardiola. Me encantó ver a tantísima gente contenta y por eso, gracias, Pep. Nuestro Sean Connery, a nivel de punch internacional, daba titulares por todo el mundo encarnando la serenidad y la racionalidad del que sabe que efectivamente: "Referéndum es democracia". Sólo un pero, quien fuera quien redactara el texto se dejó llevar por aquella pátina de incredulidad catalana, forzada por los hechos vividos durante años y años de funambulismo. Un vértigo que pide ayuda porque se piensa que tiene que haber alguien más importante que su propio pueblo alzado y en marcha, alguna cosa más poderosa que el poder que su pueblo se da ejerciendo el derecho que tiene a autodeterminarse y que, en circunstancias democráticas, ningún Estado puede obstaculizar sin poner en riesgo su buen lugar entre los países democráticos.

Saber que eres bueno trabajando cuando has perdido en la mayor de todas las tareas, la que preserva tu libertad, te permite sentirte un poco satisfecho, incluso feliz dentro de la cautividad

El director inglés David Lean nos muestra en el filme El puente del río Kwai (1957) un grupo de ingleses que caen prisioneros de guerra y se emplean a construir un puente perfecto para que los que los tienen en cautiverio, los japoneses, pasen y avancen posiciones. Trabajan para el enemigo y mientras tanto silban animadamente. ¿Se pueden conseguir momentos de felicidad sin libertad? Tendría razón Max Aub cuando decía que "la libertad no hace al hombre feliz, la libertad lo hace hombre". Saber que eres bueno trabajando cuando has perdido en la mayor de todas las tareas, la que preserva tu libertad, te permite sentirte un poco satisfecho, incluso feliz dentro de la cautividad. A los catalanes nos puede gustar que nos pidan ayuda, hacer las cosas bien y que se nos reconozca, nos da una pizca de dignidad dentro de la castración que significa saber que como pueblo no nos hemos organizado lo suficiente bien como para volver a mandar legislativamente y ejecutivamente sobre nuestra vida. Sin embargo, en general, pedir ayuda no halaga a quien escucha, sino que, al contrario, diría que causa una enorme desidia en un mundo en permanente alerta roja. Como hemos dicho tan a menudo dentro y fuera de Catalunya, "los catalanes hoy no nos quejamos, no pedimos, los catalanes informamos". No pedimos ayuda, invitamos a los demócratas de todo el mundo a que nos acompañen, porque estar al lado de la democracia es siempre excitante, y, por qué no decirlo, síntoma de felicidad. Estar al lado de Catalunya ayuda a definirse uno mismo y a definir la Europa y el mundo que en definitiva queremos.

Esta última petición de ayuda al mundo, como la campaña "Let catalans vote" que pide permiso no sabemos a quién, ¿a todo el mundo?, como los debates sobre el derecho a la autodeterminación de Catalunya que se promovieron en parlamentos como el de Dinamarca, son acciones tan bien intencionadas como exponentes soft de las rémoras de una Catalunya empobrecida de ella misma que todavía busca convencida, y casi necesitada, de quien le ponga y saque límites, pero que parece que Puigdemont, Junqueras, Gabriel y Rovira han decidido superar. Porque, eh, la puerta está abierta, sólo hay que atravesarla.

El drama de los comuns

Desde la muerte del dictador español Franco, ningún president de la Generalitat había defendido la práctica efectiva de la autodeterminación ni había hablado de hacer vinculante el resultado del referéndum que lo aplica, hasta ahora, que el president Puigdemont ha anunciado fecha y pregunta apelando al derecho de Catalunya a la autodeterminación de los pueblos. Y sólo por eso estamos de enhorabuena, reconocernos es un primer pero enorme paso. Sobre todo porque rompe con el contorsionismo discursivo del inconcreto y poco garantista derecho a decidir que hasta hace bien poco hacía de vaso comunicante entre la antigua Convergència y la actual Catalunya en Comú.

Un partido, CeC, que parece mentira que sea el que más se llena la boca exigiendo garantías a un referéndum de autodeterminación –que las tendrá, todas– a la vez que es el primer valedor de un derecho a decidir sin ninguna regulación internacional. Parece mentira que quienes más hablan de representar al pueblo y a los trabajadores afectados por un PP desbocado en recortar derechos sociales a nivel estatal, sean los que antepongan un pacto por el referéndum, precisamente, con este gobierno español tramposo y corrupto antes que defender la vinculación que el pueblo pide y que el pueblo otorga. Parece mentira que los de la Catalunya en Comú, que repiten el concepto cupaire de "echar el régimen del 78" (PP/PSOE) pero lo reducen a conveniencia cuando pactan para mantenerse en la capital catalana, sean quienes contemplan la maquinaria del Estado español como solvente procurador de garantías en vez de atribuirle a la fuerza que emana de la determinación combinada de instituciones y ciudadanía catalana, con ellos incluidos. Parece mentira que quien representa querer ser la voz de los comuns de los trabajadores quiera reuniones privadas con el president de la Generalitat en vez de reuniones colectivas donde sí acude el secretario general de Podem en Catalunya. Un trato muy selectivo, pide el partido de los comuns. Quizás es que, desgraciadamente, lo más común es la vieja política.

Nos encontramos ante el "Drama de los Comuns": utilizar partidístamente el derecho de toda una sociedad a autodeterminarse, echando a perder la oportunidad colectiva sólo por el propio interés de marcar espacio político

Queremos catalanes más comprometidos con la voluntad del pueblo que comprometidos en representar al pueblo. Y para sorpresa de adversarios y, todavía más, por incomodidad de próximos, Albano-Dante Fachin ha demostrado tener criterio propio haciendo una consulta interna, pero también ayudando a los comuns a tener un mínimo de relato y no quedarse estancados, que no sería nada propio de los que quieren llamarse activistas y han cantado más de una vez con puño alzado aquello de "no tomar parte es tomar parte por el estatu quo". Y aunque ahora converjan todos en la llamada "movilización no vinculante", también muy propio de activistas sociales entender las movilizaciones masivas como no vinculantes (ironía), la disposición democrática de Fachin y Urban dista de la de Domènech. Fachin explicaba el resultado de la consulta interna en términos de autodeterminación, de soberanía en manos del pueblo y de no sentirse previnculado a un resultado sin saber la dimensión que la gente ha decidido darle con su voto y los hechos que se desemboquen. Domènech, sin embargo, sin haber consultado las bases, sigue aferrándose al 9-N como idea legitimadora y rechaza aceptar la votación del 1 de octubre como referéndum porque dice que es la hoja de ruta del gobierno catalán, tratando como dato totalmente prescindible el hecho excepcional de que más del 70% de la sociedad catalana esté dispuesta a votar sin acuerdo con el estado (CEO). Le puede más el partidismo, marcar distancias con el PDeCAT, que las tozudas realidades que flotan sin remedio, sólo hay que ver el resultado del PNR. Viven con el paso en falso, y lo saben. El ecologista Hardin en 1968 hacía evolucionar "la tragedia de los comunes", planteada por el economista Foster (1833), acuñando el conocido Dilema de los Comunes: cómo evitar que los usos individuales echen a perder los recursos comunes. Pues, como si se tratara de una involución, nos encontramos ante el "Drama de los Comuns": utilizar partidístamente el derecho de toda una sociedad a autodeterminarse, echando a perder la oportunidad colectiva sólo por el propio interés de marcar espacio político.

No creer que se tenga que hacer efectiva la voluntad de la gente común si no hay un Estado español que diga que lo garantiza, no tiene ningún tipo de coherencia con el histórico activismo de movilizaciones catalanas

El referéndum es, básicamente, la hoja de ruta de la mayoría de la sociedad catalana, de la mayoría absoluta del Parlament y, en consecuencia democrática, del Govern, sólo faltaría. Pero lo que haría falta recordarle al secretario general de los comuns es que lo que sí es la hoja de ruta del gobierno español de Rajoy, es precisamente negarle a la gente de Catalunya la fuerza vinculante de su voto, exactamente lo que quiere hacer el señor. Domènech. Sacarle al pueblo la fuerza vinculante de su voto, no creer que se tenga que hacer efectiva la voluntad de la gente común si no hay un Estado español que diga que lo garantiza, no tiene ningún tipo de coherencia con el histórico activismo de movilizaciones catalanas; os diría el nuestro noi del Sucre.

Haremos el referéndum el 1 de octubre, con todas las garantías electorales y lo vincularemos oficialmente y popularmente, como toca, como hace la gente que cree en la gente, la común y la excepcional, la que lucha y por la que tenemos que luchar porque ella sola no puede. Porque, como dirían los que ya han trabajado con tantos otros consentidos: "Quien quiere hacer una cosa la hace, y quien no la quiere hacer sólo encuentra excusas".

Todo el mundo puede estar, es hora de dar un paso adelante a favor de la gente normal.