Mala cosa hacer trabajar a miembros de la sala tercera del Tribunal Supremo en domingo. Y no solamente porque los magistrados de la capital del reino tienen que poner fin antes de tiempo a un puente largo, de los que tiene buena pinta disfrutar en primavera, sino porque además lo tienen que hacer para coger una patata caliente (más bien un buñuelo ardiente) que les lanzan desde un juzgado provincial. Al fin y al cabo, se supone que los magistrados del Tribunal Supremo tendrían que tener algo que decir (va intrínseco en el cargo y en el sueldo) cuando hay derechos básicos en juego. Pero el Supremo ha salido con un contraataque rápido y efectivo. En unas primeras declaraciones, aunque no ven motivos para excluir Carles Puigdemont, Toni Comín y Clara Ponsatí de las listas en el Parlamento Europeo, devuelven la decisión de dictar sentencia al juzgado contencioso administrativo número 2 de Madrid. Los magistrados del Supremo siempre podrán agradecer las dos horitas extras en festivo a una mayoría de JEC que parece vivir en el absolutismo. En cambio, a los miembros de la sala tercera del Supremo no les tendremos que agradecer nada más que reconocer lo que es más obvio mientras salvan la cara pensando en el Tribunal de Derechos Humanos con sede en Estrasburgo. Pero el reloj no para de correr, va pasando el tiempo y se agotan los plazos que nos hacen a todas y todos más pobres en democracia.

Los ciudadanos y ciudadanas de Catalunya (y de todo el Estado) tienen tanto derecho a escoger una papeleta encabezada con los nombres de Puigdemont, Comín y Ponsatí como derecho tienen el president i el exconseller y exconsellera de presentarse y ser votados. Es cosa de todas y todos. En democracia no hay más y no hay excusas maquinadas por Ciudadanos o el PP que valgan, por más que una mayoría de la JEC las acepte. En una ironía próxima al sarcasmo, entienden los días de votación (que todavía algunos friquis y nostálgicos denominan "fiesta de la democracia") como una especie de Black Friday por el oligopolístico mercado político. El derecho al sufragio "activo" tiene sentido si no nos limitan a la pasividad de votante-consumidor cautivo de partidos o coaliciones que los poderes establecidos aceptan y bendicen.

Dividir los derechos, hacer callar las voces que desafían, poner peaje a las libertades políticas, es simplemente un hurto político en beneficio de los propietarios de los códigos

Por eso no cuesta nada de entender el profundo orgullo rebelde de haber contribuido al hecho que el Front Republicà desafiara las fuerzas del 155 en las pasadas elecciones del 28-A, ni el gozo de haber visto hacer campaña a personas como en Roger Español, que tiene marcadas en la fisonomía las cicatrices del 1 de octubre del 2017. Cien diez mil votos de personas que nunca más aceptarán ser súbditos, y que entienden que el derecho a decidir pasa también por no aceptar el veto en Puigdemont, Comín y Ponsatí de los instigadores de todas las involuciones.

Y así, la lucha continúa de urna a urna y de plaza en plaza. Tuiteaba este domingo Albano Dante Fachin, que encabezó el Front Republicà por SomAlternativa, que en las próximas elecciones al Parlamento Europeo no está tan solo en juego el futuro de Puigdemont, sino la posibilidad de que la ciudadanía pueda ejercer el voto libremente. Y concluía: "Votes lo que votes, si @KRLS no se puede presentar, no serán unas elecciones democráticas". Y por Gonzalo Boye (ver El Nacional del 2 de mayo) los derechos humanos y también los civiles y políticos no son patrimonio de la izquierda sino del conjunto de la sociedad, y su defensa es obligación de todos. Y decía también: "Los derechos humanos, los derechos civiles y políticos y el derecho a tener derechos ni tienen bandera ni partido ni ideología, simplemente son".

Dividir los derechos, hacer callar las voces que desafían, poner peaje a las libertades políticas, es simplemente un hurto político en beneficio de los propietarios de los códigos. Y votes lo que votes, tienes que escoger si lo aceptas. Pero si recuerdas el 1 y 3 de octubre el derecho a escoger, a ser, a decidir, no es cosa de un día, de cuando somos llamados a las urnas. Tiene que ser la práctica común de todos y cada uno de los días de nuestra vida.