El miedo siempre ha sido un arma de dominio, sobre todo por parte de gente incapaz de inspirar respeto. Mario Bunge

 

No sabemos cómo se habrá levantado el juez Marchena, ni qué trato dará a testigos y letrados. Puede hacer prevalecer fingidas maneras versallescas o se puede decantar, como ha hecho las últimas semanas, por el lado estrecho del embudo. Y hacerlo de forma tan chapucera como el pasado 15 de mayo, cuando el Consell de l’Advocacia Catalana salió en defensa de Benet Salellas, Marina Roig y Alex Solà. Los miembros del tribunal, por unanimidad, habían calificado el comportamiento de testigos y abogados de la defensa de "intolerable", y tildaban de provocación su comportamiento, en los límites, decían, del código deontológico. El  Consell de l’Advocacia Catalana consideró la descalificación como una falta de ecuanimidad del Tribunal, una presión evidente contra el legítimo derecho de defensa, y manifestó su pleno apoyo y solidaridad con los abogados de Jordi Cuixart.

Bienvenida sea la declaración del  Consell de l’Advocacia Catalana, pero queda todavía un gran vacío por llenar antes de llegar a Estrasburgo. Hace falta oír voz y opinión de más estamentos profesionales. Y hay que escuchar más voces ciudadanas como las de M. Luisa Carrillo, Jordi Pesarrodona y Ramon Font para que el miedo –y su instrumentalización– también sea debatido y juzgado. Explicaba Mario Bunge que ningún ciudadano asustado puede ser buen ciudadano porque teme incluso cumplir sus deberes cívicos. Y José Luis Sampedro desenmascaraba el mecanismo escribiendo: "Si usted amenaza con la guillotina pero después no mata a nadie, puede esclavizar a quien quiera. La gente pensará: al menos no nos guillotinan". Así pues, no hay que filosofar mucho para entender que el miedo construido y exhibido por testigos interesados en juicios como los del Supremo es una burla a la razón y a la democracia que esconde un hurto de derechos.

Lo explicaba así M. Luisa Carrillo: "No soy letrada. Sé que había algo que no se quería que se votara, pero solo quiero decir que soy una ciudadana libre y pienso que mi opinión tiene que ser respetada, porque si no hay opinión de los ciudadanos, dígame hasta dónde vamos...". M. Luisa se dejó guiar por su dignidad, como más de 2 millones de personas, a pesar de que ella, Roger Español y muchos otros, pagaron un precio muy caro.

Marina Garcés no tuvo oportunidad de hablar porque el juez Marchena era muy consciente del poder subversivo de su testimonio. En octubre del 2018, en la Sala Beckett, y tomando como material de base un cuento del escritor sudafricano y Premio Nobel de Literatura J. M. Coetzee, Garcés diseccionó los usos políticos del miedo a partir de la existencia de un ámbito exterior que desde dentro se piensa como amenaza. La búsqueda de seguridad genera un campo de miedo que se puede confundir y es, de hecho, en muchos casos un gran espacio de odio hacia el de fuera y un sentimiento de frustración y humillación que a veces comparten –y tenemos pruebas– las víctimas y los que tendrían que velar por la seguridad y, en la versión más utópica, las confianzas compartidas. Si como el personaje de Coetzee se intentan emprender las mediaciones mínimas, nos podemos encontrar, como en el cuento, un silencio que inhibe el progreso del raciocinio, la deshumanización de la víctima y una indiferencia estéril de los verdugos que solamente acentúa las diferencias.

Pero nunca sabremos qué nos quería explicar Marina Garcés en el Supremo. El juez Marchena mandó callar a Benet Salellas y nadie más preguntó. Lo que sí sabemos es que la libertad se gana por encima del miedo, venciendo al miedo, y se traduce en crecimiento personal, empoderamiento y autonomía. Y para deducirlo no hay que comparar a los testigos de la fiscalía o de la defensa. Es mucho mejor experimentarlo, de dentro hacia fuera, porque ya hemos aprendido con Nelson Mandela que la valentía no es la ausencia de miedo, sinó el triunfo sobre el miedo que se supera con la acción, de hecho, con un cúmulo de acciones que, con el tiempo, generan el hábito de la valentía. Por eso los testigos llamados por la defensa de Jordi Cuixart eran claramente "impertinentes" según el juez Marchena. Y es verdad. Lo son si está al lado de los que no quieren que se sepa que "el miedo siempre ha sido un arma de dominio por parte de gente incapaz de inspirar respeto".