Hoy, 25 de abril, una mayoría de electores, en Francia, celebran el triunfo de ayer de Macron. Otros, con la acritud que dan los sapos que se tragan por el bien de mantener las formas de la democracia, tienen el migrado consuelo de haber evitado lo peor. Si cuarenta y nueve años después de la revolución de los claveles portuguesa, Marine Le Pen hubiera conseguido la presidencia de la república francesa, habría demasiado para reflexionar e incluso avergonzarse. Porque la historia cuenta, y el 25 de abril de 1974, desde uno de sus extremos de Europa, Portugal ofreció en el mundo —y más si añadimos que el dictador español ya había entrado en los últimos meses de vida— una gran esperanza política. No solamente fue protagonista de la última acción descolonizadora importante: dio ejemplo de la fuerza de la democracia en los cuarteles gracias al M.F.A. y se fundió con una población que de repente perdió todos los miedos. Un vuelco hacia la libertad y la igualdad que gritava en Alentejo y Ribatejo que la tierra es para quien la trabaja, y que hacía de los artistas y poetas los mejores intérpretes del 25 de abril: el pueblo pasó a ser "el que más manda" en las tierras atlánticas de una península desdichada.

En Portugal, el 25 de abril de 1974 no hubo urnas: la ciudadanía votó con los pies y las manos que ponían claveles rojos en los fusiles, y llenó las calles, plazas y villas de Portugal de sonrisas y ojos brillantes. En Francia, ayer, sin demasiado entusiasmo ni épica verdadera, la abstención llegó al 28,2%, más de dos puntos y medio por encima de las últimas presidenciales. Y un nuevo concepto apareció como hashtag y eslogan en los debates que intentan explicar y concentrar realidades tristes y complejas en un solo concepto: la abstención militante. Personalmente, creo que es poco honesto sumarse a este debate blanqueador que olvida mencionar que es el voto en blanco el que tendría que expresar el disgusto militante ante una elección demasiado forzada. La propaganda política de una elección poco atractiva (Macron o Le Pen, o sea, derecha o extrema derecha), que hace crecer la abstención, no se puede presentar como la "salvación" del Elíseo: se tiene que asumir como un fracaso porque implica que determinados grupos de edad y algunos estratos sociales renuncian a su derecho de voto. Y es una manifestación preocupante de los fallos políticos del sistema.

"El mal menor" no atrae una población convencida de que ya vive en el peor de los mundos, y está harta de mentiras, trampas, corrupción, explotación y desposesión

No puede ser que la gente más joven se abstenga, "pase" de la política, porque la política no "pasa" de la gente joven: al contrario, les destroza el futuro, pone en riesgo su salud, decapita las capacidades de desarrollo personal y social, y los margina, más y más, en un mundo en crisis y una desigualdad rampante. Defender la existencia de una abstención militante en una segunda vuelta como la de las elecciones presidenciales en Francia es un intento desesperado de encontrar una veta escondida de defensa de la democracia en la abstención, y quizás sería mejor asumir el asco político que han provocado las promesas incumplidas, o la inacción ante la crisis climática, o la falta de acierto para defender la paz y una convivencia más amable entre las personas y los pueblos.

No puede ser que la abstención crezca en los barrios trabajadores, donde se había optado en primera vuelta por la Francia insumisa, porque "el mal menor" no atrae una población convencida que ya vive en el peor de los mundos, y está harta de mentiras, trampas, corrupción, explotación y desposesión. Y aunque comparto que los sueños de muchas y muchos no caben en las urnas, no es tampoco honesto contraponer la democracia económica, social y popular, con la democracia representativa. Comparto el alivio porque Marine Le Pen ha perdido. Pero pienso también que Macron no se merecía ganar. Y con Mélenchon, espero que una "tercera vuelta" empiece este 25 de abril, mucho más próximo al espíritu del Portugal de la revolución de los claveles.

Todos los 25 de abril superan el ámbito de sus territorios e interpelan con fuerza a toda a la Unión Europea de los Estados con alma de carbón y acero. Si no se actúa contra las derivas que apartan a la gente —sobre todo a la población más joven— de la política, si todas las promesas de un futuro mejor se reducen a la mediocridad de votar "por el mal menor", no solamente estamos menospreciando la democracia. Nos estamos convirtiendo en los rehenes de los que siempre tienen a punto aquella "fiera feroz" que el añorado Ovidi Montllor nos deconstruyó como una herramienta más de dominio de los poderosos.