No sé cómo se lo hará Lluís Llach para dormir la siesta larga con la que amenaza. Quizás sus canciones le servirán de banda sonora, y como el rumor de los arroyos, le ayudarán a hacer la digestión de todo lo que cuesta tanto digerir. Adivinando lo que se nos viene encima, bienaventurado sea Lluís si consigue echar una siesta tranquila. En cambio, otros somos tan torpes que, por no poder, ni siquiera hacemos viajes oníricos a Ítaca. Las pesadillas se imponen y los genios malignos de los cuatro lados de la cama nos trastornan. Como en noche de tormenta, el trueno que retumba es el sonido de los tiros en el pie que hacen imposible avanzar.

Los destrozos de empezar los pactos de gobierno con los socios pequeños para "apretar" a los grandes yerra la diana. Y los chasquidos de ultimátums con pólvoras mojadas o el atronador estallido de peligrosos cartuchos de dinamita solos abren paso a nuevas incógnitas y hacen entrar —tanto si se quiere como si no se quiere— en dimensiones que preferiríamos ignorar.

Por el camino de los desacuerdos que no llevan precisamente a conseguir gobierno, surge la insinuación perversa de que el Consell per la República quiere imponerse como organización privada (se recuerda sobradamente) sobre un Parlamento legítimamente escogido. Si este fuera el caso, no solamente sería torpe, sobre todo sería feo y nada democrático. Pero no lo es, y Lluís Llach nos dice mucho más. Escribe que es un disparate y, como excusa, muy mala. Que no hay ningún intento de imponer tutelas, ni suplantar soberanía. Y yo me lo creo. Del todo. Porque Lluís lo ha vivido muy de cerca y nadie puede dudar de que es, por encima de todo, una persona demócrata y honesta.

Ir contra el Consell per la República, deformar su imagen y sus intenciones ante la gente y aducirlo como obstáculo insalvable a la formación de gobierno entre ERC, la CUP y Junts, solamente quiere decir que no se ha progresado lo suficiente en las maneras de hacer política ni en el respeto a la verdad

No hay nada que se pueda imponer, sin dictadura, sobre los parlamentos y los gobiernos legítimamente constituidos. Ojalá lo entendieran así de bien las fuerzas oscuras que irrumpieron en los colegios el 1 de octubre, las que mandan descolgar pancartas que reclaman libertad, y las que no soportan los lazos amarillos, ponen multas que arruinan familias, e inhabilitan a todo y a derecho... Claro está que la Generalitat tiene que ser soberana. Y no hay ningún demócrata informado que pueda ponerlo en duda, pero quien interfiere en la soberanía de Parlamento y Gobierno no es ningún Consell per la República, sino las escurriduras de las fuerzas del 155 que nos dicen incluso de qué color tienen que ser las ponsetias cuando el presidente Pedro Sánchez hace ver que inicia diálogo con el presidente Quim Torra y Pla. Amarillas no. ¿Recuerdan?

Ir contra el Consell per la República, deformar su imagen y sus intenciones ante la gente y aducirlo como obstáculo insalvable a la formación de gobierno entre ERC, la CUP y Junts, solamente quiere decir que no se ha progresado lo suficiente en las maneras de hacer política ni en el respeto a la verdad, que es una forma prioritaria de respeto por la ciudadanía. Privarse de este instrumento que tiene ya las raíces y el reconocimiento de pertenencia a una Catalunya libre y activa más allá de fronteras y constituciones impuestas y tribunales de parte, es tirar al fuego una herramienta de liberación que puede ser más exitosa todavía de lo que lo es ahora. Sin el Consell ni se favorece el independentismo ni el soberanismo. Y sí que se favorece, en cambio, a los que nos quieren sin voz ni fuerza hacia el norte: los herederos del franquismo partidarios de la unidad über alles. ¿De verdad hay alguien que quiera lo mejor para el reconocimiento internacional de Catalunya y se permita el lujo de prescindir del Consell per la República? Tal como están ahora las cosas ahora, cuesta demasiado de entender.

Los intentos de dormir y descansar —no veinte años hasta épocas doradas, sino solamente lo que hace falta y es justo para sobreponerse a los sustos— no llegan a cumplirse porque sobrevuelan los monstruos de la razón que buscan nuevas corporeidades después de perder hasta la camisa en los resultados mesetarios del pasado 4 de mayo. Sabemos que Madrid no es España, pero sabemos también que Catalunya es demasiado a menudo el recurso y auxilio de las élites estatales unionistas con problemas.

Quizás lo mejor sería detenerse... y pensar. Y por mucha rabia que den algunos compañeros, entender muy bien la diferencia entre adversarios y enemigos

Parodiando el viejo consejo machista atribuido a Dumas, padre de cherchez la femme, se encuentra la sombra de un tercer hombre en el crimen de deshacer las mayorías del 14 de febrero. Y el delito es dejar ganar a los big pretenders" de la JONS y las FAES, y a todos aquellos para quienes debilitar Catalunya y su cultura es razón ominosa de vida. Y lo es también dejar dar pasos adelante, hacia un futuro gobierno, a un Salvador Illa desperdiciado, que pasa de ministro de Sanidad a jefe la oposición de una autonomía tan poco autónoma, mientras sube de nuevo al podio de los maquiavelismos un Miquel Iceta, ahora ministro de Política Territorial, que demuestra no haber perdido facultades desde que consiguió tomar —Valls mediante— el Ayuntamiento de Barcelona a Ernest Maragall y a ERC. Puede parecer mentira, pero Iceta, después de robar para los comuns el Ayuntamiento de Barcelona, puede conseguir —presuntamente— que la damnificada ERC aguante la mecha para hacer la voladura incontrolada del mundo independentista.

Pero ojalá nada de eso sea verdad y no pase de ser una pesadilla, o los cuentos de una aprendiz de Miss Marple en horas bajas. Hay, sin embargo, un convencimiento fundamentado por los dos años de vivir de cerca la manera de hacer política de Catalunya Sí Que Es Pot poblada por los que reparten ahora carnés, en selección propia, de quien es de izquierdas y de quien no lo es, aunque ellos mismos no pasen, en muchos casos, de ser izquierdas de pizarrín forjadas, contra naturaleza, en las inexistentes equidistancias.

Quizás lo mejor sería detenerse... y pensar. Y por rabia que den algunos compañeros, entender muy bien la diferencia entre adversarios y enemigos. Mientras estemos a tiempo, recordemos con Lluís Llach que no és això, companys, no és això...

Detengamos la pesadilla y crezcamos de una vez.