La renuncia de Carles Puigdemont, Artur Mas y Ada Colau a ser candidatos a la presidencia de la Generalitat, y el silencio administrativo de Oriol Junqueras sobre el asunto, provocan una pregunta nada frívola sobre el presente político catalán: ¿Existe alguien, entre nuestros líderes o aspirantes a serlo, que quiera presidir la Generalitat? Dicho de otro modo: ¿gestionar una Generalitat autonómica interesa a uno solo de nuestros setenta y dos diputados por el ? La pregunta no es banal, porque demuestra que políticos tan dispares como la hiperalcaldesa o el Molt Honorable ciento veintinueve tienen asumido desde hace mucho tiempo que administrar el Govern equivale solamente a gestionar una miseria económica y política que deriva únicamente en la lógica frustración de mandatarios y electores. La Generalitat, aunque nos pese, no es nada.

Que Ada Colau se divierta mucho más negando la condición de hotel a los fálicos edificios lumínicos de Barcelona que no soñando en cruzar la plaza de Sant Jaume demuestra que hasta la líder encomuna ha entendido como bajo el pomposo simbolismo nacional y toda posible mandanga que se quiera el Govern es una administración española pensada para guardar obediencia a Madrid. Que Puigdemont se haya mantenido en la promesa de abandonar el Govern se aplique o no el referéndum, mientras dice a sus pedecators que con él no cuenten para gestionar ningún chiringuito autonómico, y que Junqueras viva también poco motivado en ser un presidente independentista de un gobierno que debería asumir el fracaso previo de no haber puesto las urnas, desnuda como nada la nulidad de una administración catalana que no es nada más que humo.

A través de una inaudita acumulación de poder y el reparto de beneficios (comisiones incluidas), Jordi Pujol hizo creer durante lustros a los catalanes que la Generalitat era un casiestado potente dentro del marco regional europeo. Ahora que la pasta y los sobres no lucen tanto, nuestros políticos reniegan de la ficción y –ente copas de cava y canapés, cuando charlas con ellos– ya no tienen ningún inconveniente en reconocer que se sienten imbéciles gestionando la nada y actuando como si dispusieran de un cierto autogobierno. No existe vergüenza alguna en reconocer abiertamente la inexistencia de un solo independentista en el Parlament que se sienta ilusionado por ser el jefe de bedeles de una administración que solo tiene competencias en el ámbito sanitario, un espacio de poder que los españoles nos han regalado simplemente porque genera marrones.

Cuando se amenaza en inhabilitar a nuestros consejeros y funcionarios uno no tiene que preocuparse, porque lo que se amenaza de castrar es una administración estatal urdida como control a los ciudadanos de Catalunya. Que ninguno de nuestros setenta y dos valientes quieran gestionar un chiringo español es una buena noticia. Ahora solo nos falta que imiten al president y que aten su cargo de diputado al éxito del referéndum. Hace semanas escribí que sería muy creíble ver como los políticos catalanes se juegan sueldo y futuro por aquello que nos han prometido. De momento, silencio.