¿Es España una “democracia vulnerable”, según describe este fenómeno la Comisión de Venecia? Esta Comisión, que es un organismo consultivo del Consejo de Europa y en el que participan dos catalanes a título individual, pero amparados por Andorra (Pere Vilanova) y España (Josep Maria Castellà), el 21-22 de junio del 2019 presentó el documento Parámetros de las relaciones entre la mayoría parlamentaria y la oposición en una democracia: una lista de criterios - CDL-AD(2019)015. Otro catedrático de la Universitat de Barcelona, el antiguo letrado del Parlament Joan Vintró, recientemente ha publicado un comentario sobre este documento en el blog de la Revista Catalana de Dret Públic. Subraya Vintró que “la lista de criterios se dirige preferentemente a las denominadas ‘democracias vulnerables’, es decir, a aquellas en las cuales ‘el pluralismo político existe, pero se encuentra frágil’”. Así pues, la Comisión de Venecia emite un documento con la intención de ayudar al legislador de cada estado miembro a formular reglas jurídicas y a implementar buenas prácticas para preservar el papel de contrapoder de la oposición parlamentaria. No existe la democracia sin oposición. No existe la democracia cuando no se respeta el pluralismo. Los simulacros de oposición son propios del autoritarismo.

La Comisión de Venecia se preocupa por una de las cuestiones más relevantes en cualquier régimen democrático parlamentario. Incluso las democracias liberales consolidadas hoy en día se ven amenazadas por unos líderes que persiguen y asedian a la oposición por tierra, mar y aire. El ejemplo que ustedes ya deben tener en mente es Donald Trump, el actual presidente de los EE.UU. que emula los peores tiempos del macartismo. Ahora no se trata de perseguir actores o intelectuales por su supuesta filiación comunista, que era lo propio en los tiempos de la Guerra Fría, sino de perseguir la libertad de expresión, arrebatar el derecho a decidir de la ciudadanía o militarizar la sociedad. Trump cumple todos estos requisitos y muchos más, como se ha visto cuando Twitter le ha suspendido la cuenta y él se revuelve con la intención de cerrar una red social que, por otro lado, es famosa por ser el paraíso del bullying salvaje.

La imposición, la represión, los informes falsos de la policía o, como ha ocurrido en los EE.UU., la violencia policial indiscriminada, son síntomas muy claros de que una democracia está enferma

Poner el foco sobre Trump para admitir que sí, que efectivamente estamos viviendo una época de gran vulnerabilidad de la democracia, es relativamente fácil. Las aguas bajan agitadas en todas partes. No sé si el “régimen de Trump” se está hundiendo como pronostica Franklin Foer en un interesante artículo publicado en The Atlantic, pero el autor de un libro curioso que explica el fracaso de la globalización con la metáfora del fútbol, lleva toda la razón cuando indica que para comprender la magnitud de la tragedia de lo que está pasado en estos momentos debe echarse un vistazo a lo ocurrido anteriormente y que ha señalado el camino a los partidarios de las democracias iliberales. Foer menciona Serbia, Ucrania y Túnez y las lacras del antisemitismo, la islamofobia y el nacionalismo extremo. Los catalanes no necesitamos viajar tan lejos. La democracia española empezó a hundirse en el País Vasco cuando se decidió combatir el terrorismo de ETA con el terrorismo de Estado, y ha continuado en Catalunya a raíz del proceso soberanista, la corrupción y el mangoneo del Ibex-35 hizo el resto. Las decisiones que ha tomado el ejecutivo Sánchez-Iglesias durante la pandemia han sido la culminación más descarnada de este largo pero inexorable viacrucis hacia el debilitamiento de la democracia.

Uno de los principios del informe de la Comisión de Venecia para contener la vulnerabilidad de la democracia es asegurar la viabilidad del cambio político. La mayoría —dicen— no puede adoptar medidas tendentes a modificar las reglas del juego democrático de tal manera que a la oposición le pueda resultar imposible materializar la alternancia política. Los de la Comisión veneciana se refieren a la oposición parlamentaria, pero su análisis podría aplicarse sin modificar ni una coma a la imposibilidad de una minoría nacional de autodeterminarse. La imposición, la represión, los informes falsos de la policía o, como ha ocurrido en los EE.UU., la violencia policial indiscriminada, son síntomas muy claros de que una democracia está enferma. Ante una situación como esa solo caben dos posibilidades. Una es disimular como si nada ocurriera y salir a la calle para vituperar a Trump —la presa fácil—, que es lo que propician lo que hoy gobiernan el Estado con la ayuda de los que se sienten fracasados por la inviabilidad del 1-O. La otra posibilidad es revolverse y seguir los consejos que Foer expone en su artículo, adoptando las tesis de desobediencia civil formuladas por Gene Sharp (1928-2018) años atrás, cuando este politólogo se convirtió en objeto para oponerse a la guerra de Corea. Puesto que Foer recomienda desobedecer a Trump, los bobos de aquí le aplaudirán. Cuando alguien defiende hacer lo mismo con el poder español, entonces quien lo predica es, según la intelectualidad del régimen, un ingenuo. Un político naif, como diría aquel articulista que siempre da lecciones y que jamás se ha ensuciado las manos en nada.

Sharp destiló su pensamiento en un libro imprescindible: De la dictadura a la democracia (1993), disponible en catalán gratuitamente, como también pueden descargar sin coste otra obra suya: La defensa civil no-violenta. En este último libro Sharp señala la vía para acabar con un régimen fraudulento: “La gente no siempre obedece a lo que le mandan, y a veces hace cosas que tiene prohibidas. Los gobernados pueden desobedecer las leyes que rechazan. Los trabajadores pueden parar el trabajo. La burocracia puede negarse a cumplir instrucciones. Los soldados y la policía pueden cumplir de una manera ineficiente las órdenes de infligir represión o, incluso, pueden amotinarse”. Si todo ello ocurre, dice, es cuando los regímenes se derrumban. Trump reclamó la presencia del ejército en la calle, y el Pentágono se lo negó. En España, en cambio, PP, PSOE y Cs condecoran a los policías del 1-O que ellos mandaron a Catalunya para hacer más vulnerable todavía la ya depauperada democracia española. Quien no ha sabido extraer las conclusiones adecuadas nos quiere engañar con el ya famoso “principio de realidad”.