Los ciudadanos desconfían de los políticos. Los jóvenes independentistas, todavía más. Después de anunciar a los cuatro vientos que responderían a la publicación de las sentencias con una gran movilización, al final los partidos han demostrado que no tenían ningún plan. Han confirmado, una vez más, como ya pasó en octubre de 2017, que el vacío de dirección política y la desorientación partidista es la tónica general. Los partidos, los viejos partidos del autonomismo, lo controlan todo, hasta el punto de que nada se mueve si la cúpula no quiere, y ahora resulta que todos los males del desgobierno de estos días son debidos al president Torra, quien no tiene partido, y los dos que le apoyan lo querrían muerto.

No voy a defender al president Torra, puesto que si ahora vive horas amargas es porque no ha querido confiar en quienes le ofrecían apoyo para hacer frente a los aparatos partidistas y así reforzar la presidencia. Ha rehusado todos los ofrecimientos para acabar como los políticos convencionales: se ha refugiado en una camarilla bastante inoperante. El resultado es evidente. Pero la culpa de que la calle haya desbordado a los políticos, y a los partidos, dominados por los militantes con cargo público, no es del president Torra. Es de los políticos egoístas, incapaces de responder a la generosidad del pueblo, que han alimentado la ira de los jóvenes y ahora no saben qué hacer con ella. El movimiento independentista les va grande. Solo saben lamentar lo que no han sabido conducir políticamente. Las actuaciones policiales injustificables de los Mossos d'Esquadra no se depurarán porque no hay ninguna voluntad política de que sea así. Al contrario, hay quien querría que la policía catalana se comportara como el CPN, en una versión catalana del famoso “¡a por ellos!”.

(Primer paréntesis, antes de continuar. ¿No les parece extraño que la sentencia del caso 3% todavía no se haya hecho pública y, en cambio, la del 1-O ya haya conseguido retirar de escena a unos cuantos políticos?)

Volvamos a la incapacidad de los políticos convencionales de aparcar su propia agenda política. Supongo que esta es la diferencia entre Quim Torra, Roger Torrent y un Artur Mas redivivo. Todos han demostrado un sectarismo que no está a la altura del momento. Demasiado cálculo. En una entrevista reciente, el conseller más oportunista del Govern de Carles Puigdemont, Santi Vila, tuvo la cara dura de presumir que estos días ha quedado demostrado que Torra no es un político. Si no lo es tal como lo era él y muchos otros de su entorno, bienvenido sea este neófito activista. Porque, veamos, tampoco Mas supo qué hacer ante el éxito del 9-N y el Govern Puigdemont sufrió una profunda crisis antes del 1-O por culpa de las dudas de algunos consellers del PDeCAT y ERC. El “síndrome Baiget” —la política pujoliana de “solo la puntita”— contaminó a los políticos convencionales mientras que el 1-O acabó siendo un éxito por la misma razón que estos días el Estado se siente acorralado y castiga a la juventud independentista con la brutalidad propia de los estados autoritarios. El oportunista Vila se mantuvo en el Govern por mero cálculo personal, y, mira tú por dónde, al final lo han condenado igualmente. Ha acabado en la “papelera de la historia” antes que su mentor.

(Un segundo paréntesis, para unionistas biempensantes. Puesto que, según ellos, los catalanes también somos españoles, ¿qué está haciendo el gobierno español para solucionar la profunda división social que vive España? Lo que está claro es que unos cuantos millones de catalanes/españoles nos sentimos discriminados en España por los unionistas.)  

La política catalana está demostrando que la actual primera fila de políticos va perdida. Los políticos de hoy día no tienen autoridad porque, para empezar, no tienen pensamiento

Después del éxito del 1 y el 3 de octubre ocurrió lo mismo que ocurre ahora. Los políticos convencionales se pelearon entre ellos, con acusaciones retorcidas y frívolas, hasta llegar al 27-O y a la escenificación de la nada. Allí estaba otro oportunista, Gabriel Rufián, que entonces aleccionaba a todo el mundo sobre qué había que hacer para ser independientes pulsando un botón que solo él sabía cuál era. Por lo que parece se activaba rechazando las 155 monedas de plata españolas. Un bocazas a quien la calle le ha devuelto las múltiples bofetadas que propina con un abucheo que le obligó a recular. A él y a Joan Capdevila, que se afilió a ERC porque los de UDC, de donde proviene, eran poco guerreros, falsamente nacionalistas, según el veterinario. Los vicios políticos jamás se pierden.

Estamos viviendo un cambio generacional que ya se verá dónde nos lleva. Leí hace poco que un político muy experimentado aseguraba que la mejor edad para dedicarse a la política es entre los 40 y los 60 años. Son, según él, las dos décadas más fructíferas de una persona. La política catalana está demostrando que la actual primera fila de políticos, que más o menos es de esta franja de edad, va perdida. Los políticos de hoy día no tienen autoridad porque, para empezar, no tienen pensamiento. Para liderar moralmente un movimiento hay que tener ideas, aunque después se descubra que algunas de esas ideas eran de cartón piedra, como en el caso de Pujol. Cuando no tienes pensamiento, ordenas la exhumación de Franco y permites que al mismo tiempo el fascismo hispano le monte un homenaje. Cuando vas perdido, anuncias que morderás a quien ose reprimir al pueblo y, a fin de cuentas, te apuntas al discurso de condena de los jóvenes airados. La calle empieza a desconfiar de unos políticos que de día se comportan de una forma y por la noche son como prostitutas. La mentira no sostiene a ningún político y cuando se descubre que miente, lo mejor es que se vaya. La Iglesia ya ha probado qué efectos devastadores tiene proteger a los pederastas. Se resquebraja la fe de los creyentes.

El president Torra no ha podido destituir al conseller Buch simplemente porque no tiene fuerza alguna para hacerlo. No tiene partido y depende de la voluntad de otros actores, que no están en el Parlament. Si yo fuera él, empezaría a pensar en crear el “partido del presidente”, si es que realmente quiere representar la voz de las movilizaciones; si quiere enfrentarse a las traiciones. No le veo muy capaz, pero esto no quiere decir que no fuera conveniente que lo hiciera. Es que si no lo hace él, otros lo harán, aunque en estos momentos sean políticos invisibilizados por la presión mediática que solo desea volver a las putrefactas aguas del autonomismo. La próxima elección —el próximo casting— será entre un presidente/a de la Generalitat que diga amén a todo mientras va proclamando que la independencia sería la solución a los males de Catalunya, y un presidente/a que sepa construir un bloque nacional que avance realmente hacia la independencia con el apoyo de la generación de jóvenes que estos días llenan comisarías y prisiones. Ellos son también presos políticos, tanto como los 9 primeros. Además de jóvenes y gente mayor, la calle está llena de personas entre 40 y 60 años dispuestas a tomar el relevo de las que han nacido viejas.

(Paréntesis final. Si en las elecciones del 10-N la abstención es mayor que en todas las elecciones anteriores, ¿no será esto la señal de que los cambios son necesarios? El mejor aval del procés ha sido la alta participación electoral.)