“Ahora es mañana”. Así arranca el poema de Miquel Martí i Pol que el grupo de folk Coses, del voluntarioso Jordi Fàbregas del Tradicionàrius, adoptó para titular el álbum de 1977. “No calienta el fuego de ayer / ni el fuego de hoy y tendremos que hacer fuego nuevo”, sigue la estrofa. Ni ayer, ni hoy. El mañana es el futuro que queremos que sea posible hoy. Por eso me costó entender una distinción que el exvicepresidente del Parlament, el honorable Isidre Molas, hace en su nuevo libro de memorias: Quan tot ens semblava possible (Eumo Editorial). En la introducción Molas distingue entre el mañana y el futuro, que, además, según él, no siempre coinciden. El futuro es el horizonte, los ideales, una esperanza. El mañana, en cambio, es la concreción, las reformas, el proyecto de gobierno. La pirueta intelectual de Molas es para decirnos que lo que importa para un político es el mañana y no el futuro, que así se convierte en una inspiración romántica. Una utopía que cuanto más avanzas, más lejos se sitúa. Visto de este modo, se entiende mejor el título nostálgico del libro de recuerdos de quien fue uno de los puntales del catalanismo en el PSC.

El independentismo creció cuando la gente creyó que aquello que parecía imposible podía ser posible

La socialdemocracia entró en crisis el día que dejó de creer que “todo lo sólido se desvanece en el aire”, por enunciarlo con una frase de Marx que siempre me ha gustado. Es un lema propio de un historiador más que de un revolucionario. Los historiadores sabemos que hay ciclos cortos y después la larga duración, que acostumbra a remover los cimientos de lo establecido. Incluso el imperio romano cayó, les digo a mis alumnos para que no adopten el típico nihilismo de quien cree que nada cambiará por muchos esfuerzos que haga. Ahora es mañana, sí señor. Y es más que un verso. Leo en un diario que Manuel Llanas ha dado a conocer una carta que Agustí Calvet, Gaziel, dirigió a Jordi Rubió en 1957 para expresar su desaliento respecto a la esperanza de un diálogo entre los pueblos de España. El resumen es contundente: “Como que no creo prácticamente en el separatismo, por imposible, no me queda otra que el refugio del separatismo platónico o mental”. Enseguida pensé en Molas, pero, sobre todo, pensé en mi padre y en Joan Cornudella, dos de los grandes dirigentes del primer partido independentista de la posguerra, el FNC de verdad —cuyo 80 aniversario se conmemora este año— y no la falsificación actual, de tinte xenófobo y militarista. Durante todo el franquismo defendieron la independencia de Catalunya y cuando se restauró el parlamentarismo, mi padre se convirtió en diputado de CiU y Cornudella del PSC, los dos partidos que ayudaron a consolidar el subsistema autonómico del régimen del 78. El separatismo, recuerdo que me decía mi padre, es el horizonte emocional. El ideal de Molas, que adquiría así la condición de utopía imposible, porque lo importante era el mañana. Jordi Pujol ha sido el gran maestro de este tipo de filigranas que mezclaban el posibilismo con la política de las emociones sin resolver, sin embargo, el expolio fiscal, la persecución del catalán o que el Estado recuperara competencias a golpe de leyes de bases.

La negociación de ERC con el PSOE y Podemos para aprobar el presupuesto del gobierno “más progresista” que haya visto nunca la tierra sigue este mismo patrón. El pijoaparte Rufián es el separatista platónico de hoy en día. Rufián no ha necesitado dar un giro tan dramático como el de EH Bildu, que ha pasado de defender el terrorismo (con todo lo que ello comporta de inmoral) a convertirse en la muleta del PSOE y reducir al absurdo el ideal republicano: “Alcanzar la república vasca pasa por el ‘sí’ a los presupuestos”. ¡Cuánta razón llevaba Ernest Lluch cuando les recriminaba! Lástima que le costara la vida a manos de ETA. Quien repase lo que han sacado Rufián y ERC de la negociación de los presupuestos del Estado, verá que quien ha salido ganando es la coalición PSOE-Podemos y no Catalunya o las repúblicas españolas. ERC habría podido reclamar por lo menos que desbloquear los presupuestos comportara que el “nuevo modelo de gestión pública” aprobado por el Gobierno no se inspirara en un jacobinismo que pone los pelos de punta y que es contrario, no ya al separatismo, sino al autonomismo. Conseguir eliminar los flecos del 155 no es ninguna victoria. Es la asunción de la derrota. Si ahora no es mañana, ¿cuándo lo será? El independentismo creció cuando la gente creyó que aquello que parecía imposible podía ser posible. Quizás sea necesario recordar que gente como Rufián ayudó a abortar el triunfo del 1-O.