1. Derrota o colapso. La palabra derrota es polisémica. Para la gran mayoría de los mortales, derrota significa, en un sentido clásico, la fuga en desorden de un ejército vencido. Pero la derrota también designa un camino, una senda. Así pues, en una misma palabra confluyen dos actitudes contradictorias: la estampida y el camino, la ruta. El colapso es otra cosa, además del significado médico que tiene. Es la paralización provisional de las actividades económicas, políticas, etcétera. ¿Después de octubre de 2017 el independentismo fue derrotado o sufrió un colapso? No es lo mismo, evidentemente. Soy de los que no tienen ningún inconveniente en afirmar que el 1-O fue una victoria y el 27-O fue una derrota. El referéndum fue un éxito innegable, a pesar de los porrazos y la requisa de urnas. En cambio, la traducción de esa victoria en la fallida proclamación de la independencia fue una derrota en toda regla. Aquel despropósito solo podía dar como resultado la salida en todas direcciones de los partidos. Cada uno inició una nueva ruta, una derrota. Y en eso estamos. Mientras queden partidos independentistas, aunque sea solo uno nada más, y el apoyo a la independencia siga rondando el 49 %, el colapso que ven los nuevos autonomistas será una de esas quimeras que perseguía Mariano Rajoy mientras la gente protagonizaba la década soberanista. Dar por muerto lo que está vivo es el peor de los autoengaños. Basta con oponer resistencia para desmentirlo.

2. Viejos y nuevos liderazgos. La política catalana va renovándose lentamente. Los cambios son más rápidos en las organizaciones de la sociedad civil soberanista que en los partidos, en cuyo seno la vieja guardia se resiste a apartarse. No es que haya que jubilar a todo el mundo. Eso también sería un suicidio. Aun así, el movimiento independentista ganaría solidez si una nueva generación tomase conciencia de que el futuro es suyo y que ya no vale criticarlo todo con una mala leche corrosiva, mientras que los más críticos no mueven ni un dedo. Algunas plumas se han convertido en dardos descontrolados. La crítica despiadada a los presos es exagerada, si bien es verdad que ellos han abusado de su condición de represaliados para imponer una forma de actuar que en otras circunstancias mucha gente habría rechazado. Han abusado de su notoriedad. Pero ahora ellos son el pasado. Solo Jordi Turull opta para seguir en primera línea. Si quiere generar ilusión entre los decepcionados y recuperarlos electoralmente, no tendrá otro remedio que reinicializarse y olvidarse de su condición de preso. Los indultos dejaron muy tocado el prestigio de los presos. Mucha gente recela sobre el precio que han pagado para ser liberados. Ven en ello una relación de causa-efecto entre los indultos y la desmovilización programada del independentismo. Los derrotados reaccionan al mal tiempo; los líderes, por el contrario, tienen la capacidad de anticiparse en medio de una fuerte tormenta. Estamos obligados a confiar otra vez si queremos ganar.

Si la década soberanista estuvo marcada por la transformación del catalanismo regeneracionista en un independentismo sin complejos, la derrota de octubre de 2017 tiene que comportar una revisión a fondo de las ideas, transformadas en estrategias, que dieron vida a la llamada hoja de ruta

3. Ideas nuevas por una nueva estrategia. Ricard Domingo y un servidor hemos aceptado ponernos al frente de iRe/Pública, un think tank promovido por el Consell per la República, cada uno con su responsabilidad, para contribuir a otra renovación, que es tanto o más necesaria que la de los líderes. Damos este paso provisionalmente, a la espera de que gente más joven coja pronto el relevo. Si la década soberanista estuvo marcada por la transformación del catalanismo regeneracionista en un independentismo sin complejos, la derrota de octubre de 2017 tiene que comportar una revisión a fondo de las ideas, transformadas en estrategias, que dieron vida a la llamada hoja de ruta. Está claro que la fórmula, ideada por Carles Viver i Pi-Sunyer, que establecía el paso de la autonomía a la independencia “de la ley a la ley”, garantizando la seguridad jurídica del proceso, no funcionó. Era idealista y se fundamentaba en un mal diagnóstico sobre la democracia en España. No solo esto, sino que el unionismo recurre a las leyes de desconexión para afirmar que eran el golpe de Estado por el que se juzgó a los dirigentes del 1-O. La ingenuidad de Viver fue no prever que los mismos que un día le otorgaron la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica y la Orden del Mérito Constitucional, al final no tendrían ningún inconveniente en sentarlo en el banquillo de los acusados del juzgado de instrucción número 13 de Barcelona con voluntad de condenarlo por sedición. El establishment español no conjuga otro verbo que no sea reprimir cuando se trata de dar voz a la ciudadanía para decidir su futuro.

4. Autodeterminación y democracia. La conspiración del CatalanGate ha demostrado por enésima vez que el conflicto entre el soberanismo catalán y el Estado es de naturaleza democrática. Sabe mal reconocerlo, pero tenemos que dar la razón al diputado popular José Antonio Bermúdez de Castro Fernández cuando reprocha a Margarita Robles que el problema "es que su Gobierno considera a los dirigentes separatistas suficientemente sospechosos como para intervenir sus comunicaciones, pero a la vez suficientemente fiables para Sánchez para ser sus socios de investidura". El PSOE es tan poco democrático como en 2017 lo fue el PP al aplicar la intervención de la autonomía y mandar a otro Bermúdez de Castro, Roberto, como virrey de la Generalitat descabezada. Los dos Bermúdez de Castro no son parientes y, sin embargo, son de la misma camada política. Con anterioridad a poder ejercer el derecho a la autodeterminación habrá que luchar para restituir la democracia. O formulado al revés, habrá que demostrar al mundo que la España constitucional es una monarquía bananera, que espía y protege a un exmonarca corrupto, huido al Próximo Oriente de las monarquías feudales para esquivar la justicia. Entretanto, el Estado mantiene la persecución de Carles Puigdemont, el presidente del 1-O, porque es el símbolo de la lucha catalana por la democracia y la independencia. Al fin y al cabo, lo uno y lo otro es la misma lucha. La batalla de las ideas es capital para recuperar el relato y la iniciativa. No será desde la rendición y el pesimismo que se podrá renacer. Definitivamente, tenemos una alternativa, ha escrito el lehendakari Juan José Ibarretxe, y es la conciencia.