El independentismo no tiene tiempo para repetir errores. Y aun así cada día comete uno nuevo. El Govern va deshaciéndose sin pulso ni iniciativa mientras en los antiguos partidos del autonomismo se reavivan las viejas disputas por la hegemonía. En el horizonte se vislumbra la posibilidad de que el 28-A los socialistas vuelvan a sacar provecho en Catalunya de aquel “si tú no vas, ellos vuelven” que el PSC (el PSOE, en suma) usó para las elecciones españolas de marzo de 2008. Once años después estamos ante un revival, como si no hubiera pasado nada. Como si el PSC-PSOE no tuviera algún tipo de responsabilidad por el ambiente ultranacionalista que se ha ido imponiendo en España en la última década. Los dirigentes territoriales socialistas distorsionan tanto o más la realidad catalana que la triple alianza de derechas. Desde Alfonso Guerra, Paco Vázquez, Juan Carlos Rodríguez Ibarra hasta el aragonés Javier Lambán, las muestras de xenofobia anticatalana han sido muchas y variadas. Con esos tipejos —y otros que se ven menos pero que son igualmente perniciosos— no se puede contar. Baste también con recuperar los ofensivos tuits de Pedro Sánchez contra Quim Torra cuando fue investido president. Menos guapo, le dijo de todo.

Por lo tanto, el independentismo tendría que reflexionar un poco sobre qué hacer ante el 28-A. “Si tú no vas, ellos vuelven”. ¡Claro que sí! Pero vuelven a Catalunya para ahogar al independentismo. Me cuesta creer que haya algún partido independentista que esté tan tarado que no sepa leer la realidad de lo que puede comportar la victoria en Catalunya del PSC-PSOE en la próxima cita electoral. Enterraría a los presos por una buena temporada, dejaría en el limbo el exilio y desarticularía al movimiento independentista por mucho tiempo. No puedo creer, pues, que alguien busque este escenario conscientemente. Si así fuera, entonces sí tendría razón Jordi Graupera cuando proclama a voz en grito que estamos ante la generación de la traición. Porque, ciertamente, ya no se trataría solo de que los actuales dirigentes soberanistas no hubieran sabido gestionar el 1-O, sino que la reiteración del error significaría otra cosa.

El 28-A será la primera prueba de estrés para el independentismo

El 28-A será la primera prueba de estrés para el independentismo. Las elecciones municipales y las europeas serán las siguientes. Y, de momento, la estrategia elegida no augura grandes éxitos. Partidistas quizás sí, ya lo expliqué en mi último artículo, pero para el conjunto del movimiento, no. La unidad de acción es inexistente, a pesar de que ERC y JxCat compartan el Govern de Catalunya sin que nadie note la diferencia entre la acción gubernamental de los unos y de los otros. No deben de estar tan lejos ideológicamente Puigdemont y Junqueras si desde 2015 se reparten el gabinete con pocas disensiones. No conozco ni una sola dimisión entre los altos cargos por motivos ideológicos. Eso quiere decir, por lo tanto, que ERC y JxCat podrían ir juntos a Madrid, por ejemplo, que es, de hecho, lo que han venido haciendo Pere Aragonès y Elsa Artadi durante el periodo de tiempo que ha durado el gobierno de Pedro Sánchez.

¿Es que el Gobierno de coalición, que sería conveniente que perdurara hasta el final de la legislatura, no saldría reforzado si tuviera a su disposición un grupo parlamentario compartido en Madrid entre ERC y JxCat? Es evidente que sí. Pero la unidad no la quieren los sectarios de los dos bloques, que solo actúan en clave de partido. Rufianes y Campuzanos, para entendernos, liquidadores del procés en las dos variantes posibles, no son los únicos que trabajan para cargárselo todo. Sin embargo, obligar a los partidos a pactar no es fácil. Me parece imposible en estos momentos, a pesar de que considere un error no hacerlo. El debate de la unidad se ha reducido, además, al mundo, digamos, que rodea a Puigdemont, que está más dividido que nunca porque algunos dirigentes se comportan como una centrifugadora. Expulsan cualquier disidencia con el amparo de los presos.

El mundo amplio de Puigdemont, que es algo más que ese estereotipo periodístico que lo reduce a los “legitimistas”, está en peligro por la vieja disputa entre familias posconvergentes que ha contaminado a la Crida, por dentro y por fuera. Si no hay quien se decida a poner orden porque ha entendido que la Crida solo podría intentar abordar las elecciones del 28-A reproduciendo la fórmula del 21-D —o sea, con unidad, transversalidad y apartidismo—, el virus de la disolución entrará en un cuerpo demasiado tierno todavía. Por esta razón he votado sí y no en la consulta de la Crida. Quiero la unidad, pero la quiero total, de base, sin negociaciones bajo mano. Y si no es posible, lo mejor es no destrozar la Crida para proporcionar un salvavidas al PDeCAT. No nació para eso.