Todo el mundo sabe que las encuestas electorales de los últimos años no han dado pie con bola. Pero un día acertarán finalmente. Si nos tomamos en serio las encuestas, el próximo ciclo electoral, que arrancará con la campaña para las generales del 28-A, ERC logrará, por fin, el sueño de superar a los restos del naufragio de CiU. Según esos sondeos, el partido de Junqueras está en una fase expansiva que, por otro lado, no concuerda con la euforia independentista. Quiero decir que me cuesta de entender cómo liga que los republicanos hayan reculado en sus planteamientos hasta el extremo de refugiarse en esto de ensanchar la base, que es un eufemismo muy bueno para evitar hablar de retirada, con las vibrantes exigencias de la masa independentista. Quizás es que los electores son más finos en el análisis y prefieren prestar su voto a ERC, aunque sea a regañadientes, antes que tener que buscar a Wally en el magma vaporoso de PDeCAT y JxCAT, que es el mismo y no, dado que el grupo parlamentario que lleva este nombre es claramente mucho más izquierdista y moderno que los neoconvergents de Bonvehí (o de Mas, ahora que vuelve a mover los hilos) y más plural que el partido JxCAT, propiedad del PDeCAT, y que los neoconvergents usan para salvar los muebles en las elecciones municipales. Ya se han perdido, ¿verdad? ¡Yo también! Y mientras tanto la Crida no encuentra su camino.

Ante este panorama, ERC y la CUP son un valor seguro. Está claro lo qué son y qué buscan. La CUP es siempre CUP, incluso ante el Tribunal Supremo, independientemente de si sus actos perjudican o no la defensa de los acusados. Ellos son así. Coherentes, comprometidos, valientes, descarados. Y a mucha gente le gusta este tipo de arrebatos de dignidad como los de Baños y Reguant. Otros lo considerarán una majadería absoluta y se lanzaran sobre los cuperos como el consejero Pujals se lanzó sobre el gran Flotats. La CUP no engaña y quien les vota ya sabe cuál es el riesgo. No va de coherencias. Es otra cosa. En el caso de ERC, en cambio, cuando miras el termómetro no sabes si la temperatura sube o baja. Va por temporadas. Se convertido en gallegos, como Girauta toledano. El año pasado la fiebre subió tanto que estuvo a punto de colapsar y ahora la hipotermia es tan exagerada, que no sabes cómo afrontar la reanimación. Las urnas. Se ve que las urnas son el remedio. En España, en las municipales y en Europa. Si así fuera tendría que reconocer que es cierto el diagnóstico que escuché en una tertulia privada: los más de dos millones de votantes del 1-0 hoy ya no serían tantos y el independentismo habría entrado en una fase inexorable de decrecimiento. Ale-hop y vuelta a empezar. En una mañana 4.000 personas se hacen socias de Òmnium por la declaración de Jordi Cuixart y al día siguiente por la tarde la desesperación se apodera de la mayoría desconsolada que no sabe qué hacer. Demasiado emocional, cuando menos para mi gusto.

 ¿Qué sentido tiene que los presos  encabecen listas electorales? No me parece una buena idea

Es evidente que las tres elecciones que vienen serán un buen test de cómo están las cosas. Y pueden poner en un aprieto al Govern Torra. Para empezar, me cuesta entender la manía de los políticos de acaparar responsabilidades que después abandonan a la primera de cambio y que ahora se repetirá con la salida del Govern, según parece doble, de las consejeras Artadi y Capella, que se añadirán a la renuncia anterior de Maragall a su cargo de consejero de Exteriores para pasar a ser el candidato de ERC a la alcaldía de Barcelona. ¿Tan poco vale este Gobierno? Pero es que, además, también se sabe que el portavoz adjunto de JxCAT quiere marcharse a Madrid no se sabe muy bien por qué, si no es para satisfacer pecados inconfesables. Debilitar la política catalana no tiene ningún sentido desde un punto de vista soberanista. El Gobierno es autonómico y el Parlamento tiene una soberanía limitada, eso ya lo sabemos, pero es un error ahondar en su crisis. Además, si, como anuncian las encuestas, ERC se alza con la victoria por goleada en las tres elecciones, Quim Torra ya puede empezar a hacer las maletas porque se le habrá acabado el crédito. Le tienen ganas unos y otros.

Y todo esto pasará mientras todavía se estará juzgando en Madrid, injustamente, a los líderes del 1-O. La mayoría sabemos cómo acabará y que los presos políticos serán condenados. Entonces, ¿qué sentido tiene que los presos  encabecen listas electorales? No me parece una buena idea. En su día propuse que Puigdemont encabezara una candidatura europea porque él sí que puede encontrar la manera de recoger el acta y seguir la lucha desde el exterior, las otras opciones son un error. Ni siquiera como reclamo. Ya sabemos que este tribunal es político. Pero precisamente porque intuimos cuál será la sentencia, estamos obligados a actuar de otro modo. Tanta acumulación de errores me lleva a dar por buena la conclusión del general Charles de Gaulle: “la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”.