"¿Qué es la patria? La comunidad de gentes que hablan una misma lengua, tienen una historia común, y viven hermanadas por un mismo espíritu que sella con elementos originales y característicos todas las manifestaciones de su vida”. Esta era una de las múltiples preguntas y respuestas que Enric Prat de la Riba y Pere Muntanyola plantearon en su Compendi de doctrina catalanista. Este librillo fue publicado en 1894 y es un resumen de hechos históricos, teorías y reivindicaciones, escrito con afirmaciones tajantes. En muchos aspectos está envejecido, porque el nacionalismo que rezuma es difícilmente asumible hoy en día, y algunas de las certezas son simplemente idealizaciones. Tuvo, sin embargo, bastante prédica entre los catalanistas de primera hora. A la pregunta “¿cómo tiene que mirarse Catalunya?” —la patria—, los autores responden: “Como la larga cadena de generaciones unidas por la lengua y tradición, que han ido sucediéndose en la tierra que hoy ocupamos nosotros”. La respuesta no es muy diferente de la definición que ofrecen de patria los diccionarios de la RAE y del IEC, respectivamente: “Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos” y “Tierra donde se ha nacido. País al que se pertenece como ciudadano”. El diccionario español introduce la idea de nación que, tal como está planteada, es sinónimo de estado-nación, mientras que la definición del diccionario catalán es, digamos, cívica en cuanto que liga la patria a la ciudadanía.

No es ningún juego de palabras. Las definiciones de los diccionarios reflejan el espíritu de una época. Si buscan la voz catalanidad en la última versión del diccionario del IEC, leerán la definición siguiente: “Carácter o espíritu propio de los catalanes. Calidad, hecho, de ser catalán”. En el diccionario de la RAE, la locución españolidad tiene una definición breve y de carácter tan tautológico como en el caso catalán: “Calidad de español. Carácter genuinamente español”. Por lo tanto, lo importante es determinar qué comporta ser catalán o español. Eso no lo soluciona ningún diccionario. Afirmaciones del estilo “es catalán todo aquel que vive y trabaja en Catalunya y quiere serlo”, resuelven la cuestión por la vía del voluntarismo, aferrándose a la doctrina de Ernest Renan, formulada en la famosa conferencia de 1882, sobre qué es una nación. Por oposición a la metafísica divina, Renan definió una nación como “un plebiscito cotidiano que, como la existencia del individuo, es una afirmación perpetua de vida”. La renovación diaria de lo que es perenne y se transmite de generación en generación. La lengua, por ejemplo. Cuando en el diccionario del IEC se define el término catalanidad se pone el ejemplo: “la catalanidad de Mallorca”. Está claro que no se apela a la integración política de las Illes Balears en Catalunya, que desde los orígenes es separada, sino a los vínculos lingüísticos, culturales y jurídicos que unen los dos territorios. Cuando nos levantamos y seguimos hablando el catalán o transmitimos a nuestros hijos y nietos la lengua, aquella lengua única que habla una minoría en Europa, estamos defendiendo la patria. La tierra donde hemos nacido. El idioma propio de Albacete, en la antigua al-Basit andalusí, hoy territorio de Castilla-La Mancha, es el castellano. En todo el mundo lo denominan español, porque el Estado, España, es monolingüe y tiene vocación de serlo, en Catalunya y en El Carxe, la provincia de Murcia donde todavía se habla catalán porque hasta allí llegó el rey Jaime. En pleno idilio entre el PSOE y ERC, Bildu y Compromís, el BOE deja de publicarse en catalán. Costó veinte años, de 1978 a 1998, que el Estado se dignara a respetar la lengua de los “otros” españoles. El nuevo documento de identidad español es más nacionalista que nunca y también ha suprimido el catalán. La intención es clara, me da la impresión.

Aunque el catalanismo no haya sido muy productivo, lo importante es que el pueblo, los catalanes y las catalanas, han mantenido viva la catalanidad, que al final es lo importante porque es lo que expresa el carácter nacional, específicamente catalán, de esta tierra

Todos los que hemos nacido en Catalunya deberíamos defender el catalán. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará? La patria es de todos. Pertenecemos a un Estado que nos castiga, que nos discrimina, que nos minoriza, que nos estrangula económicamente y que no nos protege del odio que cada mañana desprenden los titulares de los medios de comunicación. Antes de que se hundiera el imperio austrohúngaro al finalizar la Primera Guerra Mundial, la persecución de las minorías nacionales reforzó la idea de que aquel artefacto político, la llamada monarquía dual, en realidad era una prisión de pueblos. El constitucionalismo español es, también, una prisión cuya llave está en manos de los partidos españoles. La derecha y la extrema derecha española hace tiempo que la echaron al mar. La izquierda y los populistas se la guardan en el bolsillo y solo la muestran, sin abrir realmente la puerta, cuando necesitan los votos de un partido catalán. La ingenuidad es creer que las promesas se cumplirán. El compendio catalanista de finales del siglo XIX se cierra con un apartado que se encabeza con una pregunta: “¿Triunfaremos?”. Los autores estaban convencidos de que sí, porque ellos tenían la razón y porque los vientos del mundo soplaban a favor de causas como la catalana. Apelaban al diálogo, a la conciliación, a la solidaridad, al mundo, etc. Desde entonces han transcurrido ciento veintisiete años. Es un tiempo prudencial para abandonar una estrategia, la del catalanismo histórico, que ha fracasado.

Aunque el catalanismo no haya sido muy productivo, lo importante es que el pueblo, los catalanes y las catalanas, han mantenido viva la catalanidad, que al final es lo importante porque es lo que expresa el carácter nacional, específicamente catalán, de esta tierra. Es por eso que, a pesar de los muchos motivos de descontento que nos han dado los políticos y los dirigentes de las entidades cívicas, el próximo sábado acudan a la manifestación para defender la escuela catalana y en catalán. Desde 2010 los políticos fueron a remolque de la multitud. Cuando lo que se conoce como estado mayor quiso dirigir el procés, el empujón popular acabó en nada por su culpa. Así, pues, patriotas, volvamos a tomar las calles para que sean nuestras. Demostremos quién tiene el poder.