A mediados de julio del año pasado, se estrenó Dunkerque, una película del director inglés Christopher Nolan, responsable, también, de otros films de éxito como Memento, la saga de Batman, Origen, Interstellar, etc. Dunkerque es un film íntimo e intenso, casi sin diálogo, que transporta el espectador a los diez días de finales del mes de mayo y principios de junio de 1940, cuando Hitler dominaba Europa, y en las playas de este puerto del norte de Francia, fronterizo con Bélgica, quedaron atrapados, entre el mar y los bombardeos aéreos de la Luftwaffe, 338.226 soldados británicos y 112.546 franceses. Las tropas aliadas organizaron una gran operación, llamada Dinamo, que finalmente permitió evacuar a la mayoría de los jóvenes soldados ingleses, franceses y belgas, si bien tuvieron que esperar a que subiese la marea para llegar a los barcos de la Royal Navy, a menudo con la ayuda de embarcaciones civiles. No obstante, unos 40.000 de aquellos jóvenes soldados fueron hechos prisioneros por los nazis y 68.111 soldados de la Fuerza Expedicionaria Británica perdieron la vida. Dado que habría podido ser una masacre brutal, la evacuación salvó a tanta gente que casi fue un milagro, que es como se conoce popularmente esta operación de rescate.

Lo que podría ser considerada una derrota aliada se convirtió, por tanto, en una victoria y permitió que los británicos se recuperaran del batacazo para derrotar a los alemanes pasado el tiempo. Tardaron cinco años en conseguirlo, pero al fin lo consiguieron. El 4 de junio de 1940, último día de la evacuación en Dunkerque, el primer ministro británico Winston Churchill pronunció un épico discurso en la Cámara de los Comunes, el que en la película de Nolan lee del diario uno de los soldados rescatados, y que sirvió para dar la vuelta a lo que para Churchill también era evidente, que “la guerra no se gana con evacuaciones”. La fuerza de las palabras precede a las acciones: “Por más que grandes extensiones de Europa y muchos Estados antiguos y famosos hayan caído o puedan caer en poder de la Gestapo y de todo el espantoso aparato del régimen nazi, no vamos a flaquear ni a fracasar, sino que seguiremos hasta el final. Combatiremos en Francia, combatiremos en los mares y los océanos, combatiremos cada vez con mayor confianza y fuerza en el aire; defenderemos nuestra isla a cualquier precio. Combatiremos en las playas, en los lugares de desembarco, en los campos y en las calles; combatiremos en las montañas. ¡No nos rendiremos jamás!”.

A pesar de las expectativas adversas a las que se enfrentaba el país, Churchill rehusó rendirse, que era lo que Hitler estaba esperando, y se mantuvo firme en la lucha hasta la victoria, que el premier creía posible. El ejemplo de Churchill y su incendiaria oratoria permitieron mantener la cohesión espiritual del pueblo británico en las horas de prueba suprema que significaron la derrota de Francia y el enfrentamiento en solitario contra el nazismo que dominaba en casi toda Europa. Churchill no quiso normalizar jamás la anomalía que era el nazismo.

Las evacuaciones no permiten ganar una guerra, pero uno debe saber salir de un embudo cuando el enemigo te bombardea y parece que tú no tengas otra salida que adentrarte en el mar para probar de huir

Estaba hablando con un buen amigo mío sobre los exiliados y los presos soberanistas y sobre lo que se debería decidir a partir de ahora, cuando él mismo recordó la famosa frase de Churchill. Las evacuaciones no permiten ganar una guerra, pero uno debe saber salir de un embudo cuando el enemigo te bombardea y parece que tú no tengas otra salida que adentrarte en el mar para probar de huir. Intentar llegar a las costas británicas nadando sólo está al alcance de los grandes deportistas. Todos los soldados que lo intentaron en 1940 murieron ahogados. Hay que saber aprovechar las victorias, aunque sean exiguas. A veces parece que Puigdemont esté atrapado entre la intransigencia del poder español —Rey incluido— y los reproches de los que tendrían que ser sus aliados. La legitimidad de su gobierno es indiscutible, pero hay que buscar una solución para convertir la derrota del 155 en una victoria futura. Replegarse no es una mala opción. Ya sé que en la campaña electoral de JuntsXCat se reclamaba el regreso del president y la restitución del Govern legítimo, pero ante el autoritarismo y la persecución política contra el soberanismo catalán ejercida por los tribunales españoles —con la absoluta indiferencia de la sociedad civil española, por cierto—, es imprescindible encontrar una fórmula para continuar la lucha y no quedarnos parados con una propuesta de restitución que, por ahora, es complicada. Mantenerse en Bruselas no es una mala opción. Al fin y al cabo, es mejor poder atender a los medios y convertirse en la imagen internacional del soberanismo catalán que tener que escribir cartas desde la cárcel que sólo sirven para el consumo interno. No se trata de normalizar lo que no lo es —la represión y el 155—, pero debemos acabar con la nada disimulada alegría de los unionistas —incluyendo unos cuantos comentaristas que se consideran “neutrales”— por los efectos perversos producidos por las dos cosas sobre el autogobierno y sobre la seguridad de las personas.

JuntsXCat tiene que saber hacer política, cosa que incluye el regate táctico, y tiene efectivos suficientes para encarar la configuración de un nuevo Govern que exija la supresión del 155, la excarcelación de los presos y el regreso de los exiliados, además de gobernar —como ya estuvo haciendo Junts pel Sí durante los dos últimos y convulsos años— el día a día de los ciudadanos de Catalunya. Debemos reconstruir el país, volverlo a coser, lo que no significa rendirse. De ninguna manera. Eso nunca, porque, aunque el tripartito del 155 haya invadido por la puerta se atrás la Generalitat, los soberanistas no se rendirán jamás, como los británicos no se rindieron ante el nazismo. Rendirse sería una traición, hacer política es otra cosa. Y ahora en Catalunya se necesita un Govern fuerte, presidido por la candidatura que ha ganado las elecciones en el campo soberanista, JuntsXCat, y que integre en él a gente con una misma cultura política, por mínima que sea, y no una mescolanza política que no se podría sostener. Puigdemont tiene que ser el líder de un espacio político que supere los viejos rencores entre independentistas. Él tiene la credibilidad para lograrlo y el prestigio que le otorga que todo el mundo lo considera el icono de los millones de catalanes y catalanas que son perseguidos en España para quererse independizar.

El autoritarismo español tampoco podrá profanar durante mucho tiempo el autogobierno catalán si los partidos soberanistas resuelven satisfactoriamente la investidura

El “milagro de Dunkerque” no es una leyenda. Abrió la puerta a la esperanza. Los nazis no pudieron cruzar nunca el Canal de la Manga. El autoritarismo español tampoco podrá profanar durante mucho tiempo el autogobierno catalán si los partidos soberanistas resuelven satisfactoriamente la investidura. Hay que ser consecuente con la idea de que la implantación de la República no conllevaría violencia ni la parálisis del país. JuntsXCat nació para conseguir el objetivo que más de dos millones de catalanes anhelan, que es la independencia de Catalunya, constituida en forma de República. Es necesario que comience la remontada. Y para empezar debemos superar las viejas estructuras partidistas y buscar quien afronte, con la complicidad de Puigdemont, de Junqueras y de la corriente más amplia del soberanismo, lo que está por llegar en la institución autonómica. La nostalgia no tiene futuro. Catalunya y los catalanes y catalanas, sí.

Franklin D. Roosevelt, uno de los mejores presidentes que han tenido los EE.UU., comentó que Churchill “tiene cien ideas en un solo día, cuatro son buenas, y las otras noventa y seis son sumamente peligrosas”. El 20 de mayo de 1940 Churchill tuvo una buena idea que lo fue tanto, que se convirtió en un éxito. El independentismo no defraudará a nadie si sabe explicarse.