1. Liderazgos autonómicos. Emmanuel Macron, ¿es un político de derechas o de izquierdas? Esta es una pregunta recurrente ahora que se vuelve a hablar de él con motivo de las nuevas elecciones presidenciales francesas. Macron llegó a la presidencia de Francia en 2017 después de haber formado parte del gobierno socialista de François Hollande y posteriormente del que dirigió un conocido de los catalanes, el también socialista Manuel Valls. Nosotros sabemos que Valls ha sido el aliado de la derecha más casposa de Catalunya —asistiendo a manifestaciones, como le recordó recientemente un oyente de la radio francesa, junto a Vox—. No sabemos cómo habría actuado Macron si hubiera hecho el mismo trayecto que Valls. Pero el ejemplo de este último personaje demuestra que uno de los motores principales que ayudan a posicionarse políticamente es el nacional. Es tan trascendente, que acostumbra a distorsionar el posicionamiento clásico ideológico. La ideología se ha tornado plastilina. ¿El gobierno actual de la Generalitat es de derechas o de izquierdas? En opinión de la mayoría, lo que le define es su autonomismo. ¿Qué es Aragonés? Quiere ser Giró, pero con el puño en alto.

2. Ciclos históricos. Políticamente, Catalunya es un país permanentemente convaleciente. Desde 1640, para echar la vista atrás, no acaba de encontrar el camino de la soberanía. Al contrario, cuanto más tiempo trascurre, más la pierde. El autogobierno es hoy un decorado. Desde Catalunya se ha guerreado contra la corona castellana, ha pactado con ella e incluso ha intentado reformar el Estado para que respondiera a las necesidades de un país industrial, moderno, cosmopolita, burgués y obrero a la vez. Esta última fase ha llegado hasta nuestros días. Podríamos fecharla entre 1830 y 2010. Ciento ochenta años de frustraciones, con todos los errores y contradicciones que se puedan atribuir al catalanismo, que llevó al cambio de rasante de los últimos diez años y que los historiadores acabarán denominando la década soberanista. Ahora puede parecer que el crecimiento del independentismo se ha estancado. La derrota del 27-O y la preeminencia de los partidos que practican el autonomismo, podría hacernos creer que hemos cancelado el presente para volver a las pútridas aguas del régimen del 78. Dependerá de los abstencionistas que eso sea así. Los ciclos históricos no son nichos. Lo que hace avanzar las sociedades es el conflicto y dependerá de nosotros que se mantenga vivo.

Sin un espíritu reformista es imposible cambiar nada. Para transformar sobran los grandes eslóganes. Basta con atreverse a promover los cambios necesarios. La regeneración acompaña las revoluciones

3. Elecciones a la vista. Los predictores habituales de Esquerra, a los que hay que sumar los nuevos, procedentes del viejo mundo convergente y que son conservadores porque ya lo eran de serie, dan por amortizados los diez años de lucha por la soberanía. Puesto que todo lo analizan en términos de poder —del poder que acumula cada uno—, por eso el nuevo Barómetro del CEO, que depende de un departamento en manos de Esquerra, subraya la cuestión de las estimaciones electorales. Tanto es así que Jordi Muñoz ha decidido ponerlo al principio del informe. Antes se ponía al final, como una conclusión. La demoscopia es una foto de un momento, susceptible a variar de repente. Los días anteriores a la sustitución de Pablo Casado, las encuestas daban por muerto al PP. En menos de una semana, con un nuevo líder, parece que Núñez Feijóo ya esté en condiciones de ganar las elecciones sin que la tercera condena por corrupción de los populares le afecte. Apliquemos el criterio en Catalunya. Junts podría recuperarse si después de la marcha de Jordi Sànchez, un supuesto estratega que solo ensalza el conservadurismo autonomista, este es sustituido por alguien que genere ilusión y tranquilidad. No será tan fácil. Si nos acogemos al CEO, resulta que, en Catalunya, a diferencia de España, no se perdona la corrupción. Junts deberá tener en cuenta este factor más que cualquier otro si quiere ser de verdad el partido de los independentistas. En Junts también es posible una tercera vía que supere los pactos bajo mano entre lo viejo y lo nuevo.

4. Un nuevo inicio, o no. Es difícil negar que el conservadurismo se ha apoderado de una parte o de casi la totalidad del independentismo. Si alguna lección hay que aprender de la década soberanista es que al frente de las instituciones y de los partidos estaban personajes más dispuestos a dejarse encarcelar por una idea abstracta que por tener la valentía de encarar una reforma a fondo de la misma administración catalana. Viví en propia piel esta contradicción y produjo un gran hartazgo. Sin un espíritu reformista es imposible cambiar nada. Para transformar sobran los grandes eslóganes. Basta con atreverse a promover los cambios necesarios. La regeneración acompaña las revoluciones. El ómnibus del CEO de finales de 2021 demuestra que en lo alto de los anhelos de los catalanes siguen intactas las preocupaciones que abrieron el proceso soberanista: la falta de inversiones en infraestructuras del Estado en Catalunya, el sangrante déficit fiscal, la falta de reconocimiento nacional (incluyendo el respeto a la lengua propia) y la demanda del derecho a decidir. Todo sigue igual. Esta es la semilla para que germine la segunda fase de la lucha por la independencia. Se dan las condiciones objetivas, por formularlo a la manera marxista. Solo hace falta que la vanguardia, para seguir con la misma lógica, esté a la altura de los tiempos por venir. En la década soberanista los que fallaron fueron los partidos y la dirección de una sociedad civil que dependía de ellos. La gente, el pueblo, estaba ahí