Desde que se jubiló, Joan Tardà está muy activo. En vez de jugar a la petanca o al tute, se dedica a escribir tuits y artículos con los que dispara contra todo bicho viviente. ¡Menos mal que el “junquerismo” es amor! Un amor muy singular, porque lo disimula con la voz y el comportamiento cuando se dirige a los otros independentistas. El “junquerismo” no es nada, por lo menos de momento, porque lo que tiene de parecido con el “pujolismo” es el victimismo, las malas prácticas, las persecuciones, las exclusiones, los cheques bajo mano, el doble lenguaje y ahora, ¡madre mía!, un “roquismo” de baja intensidad, de “chulo” de Lavapiés. Deseo y espero que ERC no acabe como CDC, embargada por la corrupción sistémica del Régimen del 78. Una corrupción, sea dicho de paso, que también hubiera debido fundir al PP y al PSOE (incluyendo al PSC, protagonista de uno de los primero escándalos de corrupción, el que mandó a la cárcel a Josep M. Sala), pero, claro, los partidos españolistas no se apuntaron al independentismo. Todo habría acabado en anécdota si no hubiera sido por eso. No lo excuso. Al contrario. Por eso lamento que los “guardianes” de las esencias “junqueristas” se parezcan tanto a los gánsteres que antes dominaban la escena pública de la mano de CDC.

Tardà se equivoca cuando dispara contra el president, porque la popularidad de Torra, como saben quienes se dedican a las encuestas, está muy por encima de la de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias

El independentismo político deambula por un callejón sin salida que solo celebran los descerebrados. Sin un independentismo político fuerte, es imposible lograr la independencia. Con la gente, con la ANC y Òmnium, que son el objeto del deseo de los partidos, no se conseguirá el objetivo. Y todavía se conseguirá menos si el recelo preside toda acción. Es necesario reorganizarse y por eso es imprescindible despejar el panorama de siglas, tanto de la sociedad civil como de los partidos. La actual dirección de la ANC recela del Consell per la República, a pesar de estar representada en su dirección, y ERC lo boicotea activamente (¿no es así, querido Isaac Peraire?), simplemente porque piensan que es un instrumento al servicio de Carles Puigdemont. También es verdad que el president en el exilio es como una marea descontrolada, a veces sube y baja sin sincronizarse con la Luna. El independentismo no necesita césares, solo necesita líderes que sepan mandar y quieran hacerlo. ¿Saben ustedes por qué la consellera Capella le ha negado el permiso a Jordi Sànchez para trabajar en la Crida? Porque este hombre, injustamente encarcelado, tiene un proyecto político en la cabeza que ERC quiere impedir a toda costa que crezca. Todo lo demás es literatura legal, que es peor que las falsedades que se inventó el ahora defenestrado Pérez de los Cobos.

Esta es también la razón por la que Joan Tardà ha inventado el “torrismo”, equiparándolo al “sanchismo” que él —y la derecha nacionalista vasca— encumbraron. Si por “torrismo” se entiende el liderazgo que el MHP Joaquim Torra ha ejercido durante la pandemia, bienvenido sea, a pesar de estar en su fase terminal debido a la “majadería” de la pancarta y a su incapacidad manifiesta de cesar a los consellers más ineptos de ERC y JxCat, quienes, además, lo que da risa, aspiran a sustituirlo sin disimulo, a pesar del lastre que acarrean como antiguos miembros del PDeCAT, heredero de la corrupta CDC. Sin Puigdemont ya estarían muertos. Tardà se equivoca cuando dispara contra el president —o no, si pensamos como él, con el partidismo exacerbado que destroza ilusiones—, porque la popularidad de Torra, como saben quienes se dedican a las encuestas, está muy por encima de la de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, representante del “pablismo” que seduce a Tardà hasta el punto de hacerle perder el oremus. En los años treinta, el PSOE ya consiguió que Joan Lluhí i Vallescà —ministro y representante del sector federalista y laborista de ERC— fuera desleal a Francesc Macià y a Lluís Companys. Por eso la historiografía catalanista lo ignora o lo trata muy mal. En Madrid, unos se enamoran de verdad y cambian de mujer. Otros, menos suertudos, cambian las convicciones y se convierten en una especie de Miquel Roca con sobrepeso. No era eso, Joan, no era eso por lo que miles de independentistas os votaron.