Enhorabuena, doctores Bonaventura Clotet y Carme Torras. ¿Quién puede negar el talento y la solvencia de estos dos investigadores, él médico y ella matemática? Nadie con dos dedos de frente. Por lo tanto, es innegable que ambos se merecen haber sido galardonados con el Premi Nacional de Recerca, otorgado por el Govern de la Generalitat y la Fundació Catalana per a la Recerca i la Innovació (FCRI). Hace unos días se celebró la gala de entrega. Tiempo atrás, servidor asistía a este acto, pero dejé de hacerlo por pura envidia. Cada vez que me sentaba en la butaca del TNC, rebosante de políticos y familiares de los premiados, me sobrevenía, para nada de improvisto, un sentimiento odioso de querer que las humanidades tuvieran una fiesta anual como esa. Si los galardonados de este año aprovecharon la ocasión para reivindicar la necesidad de más financiación pública en ciencia —ciencia de su campo, está claro—, imaginen ustedes qué tendría que decir un investigador que se dedica a la historia, a la filosofía o a la literatura comparada. Las humanidades son la pariente pobre de la ciencia.

George Steiner, Martha C. Nussbaum, Marc Fumaroli, Jordi Llovet, Nuccio Ordine, Josep Ramoneda, Xavier Antich o Marina Garcés son algunos de los autores que han reivindicado las humanidades, al margen de la asociación postiza con las ciencias sociales. Afirma Garcés —que en el 2020 recibió el Premi Talent d’Honor d’Humanisme del cartel de premios Talent de la Fundació Privada Impulsa Talentum XXI— que, en un mundo marcado por el utilitarismo, los algoritmos y el auge de los totalitarismos, el antídoto es el humanismo. Es evidente que una investigación sobre el catalanismo, que es a lo que me he dedicado durante años, no cura el cáncer. El cáncer de laringe que he supurado recientemente me lo trataron tres grandes médicas del Clínic: las doctoras Isabel Vilaseca (otorrinolaringología), Neus Basté (oncología de cabeza y cuello) e Izaskun Valduvieco (oncología – radioterapia). El Clínic es un reconocido hospital universitario, pionero en el tratamiento de esta enfermedad y otras, que no acaba de encontrar la forma de ampliarse por culpa de las obsesiones de los gestores políticos. El cáncer lo cura la medicina, pero las decisiones políticas sobre la ampliación del hospital —urbanismo, organización de la atención primaria, gobernanza, etc.—, para seguir con el ejemplo, están completamente ligadas a las humanidades. No les quepa ninguna duda. La política de investigación o el diseño de las políticas sociales, solo puede salir de un laboratorio de humanidades y no de los prestigiosos centros de investigación que tiene Catalunya, financiados, en parte, con la descapitalización de las universidades públicas.

La última pandemia ha vuelto a poner de manifiesto que los gobiernos, los científicos y las industrias farmacéuticas podían unir esfuerzos y recaudar dinero para encontrar una vacuna que proteja la humanidad de la covid-19. Que el llamado tercer mundo no tenga acceso a las vacunas tiene que ver, en cambio, con todo lo que es propio de las humanidades

Con las humanidades ocurre como con la inversión en cultura, que no llega al 2 % prometido desde hace años. Cuando el conseller Andreu Mas-Colell aplicó los recortes que diezmaron el sistema sanitario catalán, el presupuesto dedicado a la cultura menguó un 10 %, hasta dedicar un exiguo 0,3 % del presupuesto general. En un país en que cultura es sinónimo de grandes equipamientos, no es necesario que les diga que la promoción del talento y la creación sufrió tanto que hoy la cultura y la lengua catalana han entrado en una decadencia que ya se verá dónde llegará. Puesto que en este país incluso los ricos reciben subvenciones, hace años que se perdió la antigua tradición burguesa del mecenazgo. Hay pocos casos de gente que con su dinero apueste por la cultura y por las humanidades en general. Los dos personajes que hoy en día se podrían comparar con aquellos burgueses que construyeron el Liceo —cada acción daba derecho a un asiento— son los empresarios Antoni Vila Casas, promotor de grandes museos, y Tatxo Benet, quien no se cansa de advertir que el futuro del sector audiovisual depende del contenido de la forma. Los dos ponen su fortuna al servicio de las artes y de las humanidades. El impulsor de los Premis Talent, el emprendedor Bru Recolons, por lo menos pensó en galardonar las humanidades, a pesar de que las entiende en un sentido, en mi opinión, demasiado laxo. Según las bases, se premian personas de “sectores derivados de la comunicación y relaciones interpersonales y entre entidades e instituciones, y por otra todo del ámbito de salud de la persona: adelantos científicos, salud, farmacia, alimentación y deportes”.

No quisiera desviarme de la cuestión principal. Tampoco querría caer en un discurso a la defensiva para reclamar la preservación de las disciplinas maltratadas por el cientifismo neoliberal. No es eso. Albert Einstein, uno de los científicos por antonomasia, defendió las humanidades sin ningún victimismo. Su libro Mi visión del mundo (Tusquets Editores, 2005) está repleto de reflexiones humanistas de quien con sus investigaciones, además de aportar la teoría de la relatividad, facilitó la fabricación de la mortífera bomba atómica. Son reflexiones de un científico que se plantea el sentido de la humanidad, de la relación entre ciencia, ética y religiosidad, del individuo con el estado, etc. En una de las entradas de este libro, elaborado con recortes de su pensamiento, Einstein resalta que, si bien la investigación científica acelera el progreso de la humanidad, solo las humanidades permiten el perfeccionamiento ético o moral, elijan ustedes. Un ejemplo. El problema no es que las guerras sean cada vez más mortíferas, sino que las ideologías, “el maldito patriotismo”, utilizando sus palabras, las engendre y sea la fórmula fácil que tienen los gobernantes y los desesperados para resolver los conflictos humanos.

Me gustaría vivir en un país que, además de conmemorar el cincuentenario del bonito discurso de Pau Casals en las Naciones Unidas, invirtiera dinero, público y privado, para fomentar la investigación humanística. Esta es la mejor herramienta para afrontar la vida con un pensamiento crítico que se inspire en “la belleza, la bondad y la verdad”, por volver a Einstein. Sin un ideal humanista, rehecho permanentemente con la investigación, es imposible abordar el futuro. ¿Con qué tipo de criterios científicos se ha podido determinar la identidad de los cadáveres de las fosas comunes? Pues forenses e históricos. Nadie premia este tipo de investigaciones. Entre las diversas modalidades de premios que otorga la FCRI, pero que no está dotada económicamente, está el premio de comunicación y divulgación científica. Es lo que más se aproxima a las humanidades. Este año lo ha recibido el profesor y novelista Martí Domínguez. Estoy contento por él, pero que un declarado humanista sea premiado no compensa para nada el desequilibrio existente entre el fomento de la investigación de las ciencias aplicadas y las humanidades. La última pandemia ha vuelto a poner de manifiesto que los gobiernos, los científicos y las industrias farmacéuticas podían unir esfuerzos y recaudar dinero para encontrar una vacuna que proteja la humanidad de la covid-19. Que el llamado tercer mundo no tenga acceso a las vacunas tiene que ver, en cambio, con todo lo que es propio de las humanidades. Es la razón y la causa del malestar actual.