1. Pedro Sánchez es un superviviente. Lleva años superando la agonía, primero en el PSOE y después en las Cortes. Su liderazgo está lleno de sobresaltos y se forjó a la contra de los designios del oficialismo socialista, al que incomodaba, como ya ocurrió con José Luis Rodríguez Zapatero. El pasado sábado murió definitivamente el felipismo ante un sanchismo incipiente, fraguado con habilidad y tesón de quienes hoy son un lastre para el joven líder. El puigdemontismo ha vivido algo parecido en los últimos tiempos. Todas, o casi todas las ministras entrantes (aquí lo del cambio de género está justificado, pues la mayoría son mujeres), empezaron su carrera política cuando Felipe González ya solo se dedicaba a enriquecerse y Alfonso Guerra dormitaba en su escaño permanente. El nuevo Gobierno deberá afrontar el avance de la triple derecha que fue propiciado, precisamente, por la Moncloa después del desbarajuste murciano y la extraordinaria victoria de Isabel Ayuso en las elecciones de la Comunidad de Madrid. No lo va a tener fácil.

2. Muy malas deben de ser las previsiones demoscópicas para que Pedro Sánchez haya decidido prescindir de su hasta ahora núcleo duro. Se marcha Carmen Calvo, la ministra que durante un tiempo fue interlocutora de Elsa Artadi, porque ha perdido la batalla ante Unidas Podemos y las jóvenes del PSOE. Se marcha, también, José Luis Ábalos, cuya eficacia ministerial es imperceptible y ni siquiera es respetado en Ferraz. Le gusta demasiado disfrutar de la vida. Sale de la Moncloa Iván Redondo, el mago que, enfrentándose a Carmen Calvo, enseñó unos cuantos trucos a Pedro Sánchez como anteriormente se los había enseñado a Xavier García Albiol, el alcalde de Badalona del PP. Redondo ha perdido el favor de su jefe mientras el PSOE toma posiciones en la Moncloa y lo hace reconquistando todos los mandos de su sala de máquinas. Cuando los llamados spin doctors sirven lo mismo para un barrido que para un fregado —o sea, para asesorar a políticos tanto de derechas como de izquierdas—, al final acaban mal. Si en los años setenta el ideologismo casi mata la política, el hibridismo ideológico actual está acabando con los principios democráticos. Gobernar no debería ser una conspiración continua de gente que sola anhela el poder.

3. Los cambios ministeriales solo han afectado a los sillones del PSOE. Los cinco ministros de Unidas Podemos mantienen su puesto, a pesar de que alguno de ellos debería haber sido cesado cuando quedó demostrada su irrelevancia. ¡Qué rápido se apagan las estrellas! Pablo Iglesias es hoy una triste figura en declive, que fue un pésimo vicepresidente, y Manuel Castells, el ministro de Universidades —quien sigue regalándonos un artículo semanal con teorías muy bonitas y denuncias irrebatibles—, está demostrando que ser sabio no necesariamente se traduce en ser un buen gobernante. Parece mentira, pero Castells no tiene ni idea de cómo funciona el sistema universitario español que, lamentablemente —ahí podríamos estar de acuerdo—, no se parece en nada al anglosajón. El ministro de Consumo, el coordinador de Izquierda Unida Alberto Garzón, si no espabila pasará a la historia por la llamada “guerra del chuletón” y poco más. A esas perlas del izquierdismo hispano que siguen en su puesto, deben añadirle dos ministros socialistas nefandos, Margarita Robles y Fernando GrandeMarlaska, brazo armado de la monarquía en el ejecutivo, con un temple poco dialogante.

4. Apenas seis meses después, Miquel Iceta será relevado del Ministerio de Política Territorial y Administración Pública. Se convirtió en ministro porque ya no servía de alternativa al independentismo catalán como candidato electoral. Los socialistas necesitaban un relevo y lo encontraron en Salvador Illa, representante de los capitanes del PSC, y que, como ministro de Sanidad español, una vez superado el sarampión militarista del inicio con el estado de alarma, siempre fue a remolque de la iniciativa que le marcó la bicha independentista, el presidente Quim Torra. Después de mucho tiempo sin saber interpretar su papel institucional, el presidente de la Generalitat se arremangó para tomar decidido el mando, por lo menos en Catalunya, de la lucha contra la pandemia. Junts no lo supo rentabilizar y Illa quedó primero en las elecciones. Entra en el ejecutivo la alcaldesa de Gavà, Raquel Sánchez, reforzando a los capitanes socialistas del Baix Llobregat, con una cartera cuyas responsabilidades podrían ser utilizadas del modo que siempre lo ha hecho el régimen del 78, al mismo tiempo que sirviran de anzuelo en la mesa de diálogo con Pere Aragonès.

5. Iceta fue el cerebro de la Operación Cataluña, cuyo objetivo era desactivar al independentismo. Ahora se hará cargo de un ministerio cuya influencia política es irrelevante, pues no actúa como un ministerio realmente multicultural, que es lo que debería ser, siéndolo también España. Es el ministerio de los hispanoparlantes. Si el PSC fuera tan exigente con la diversidad en el conjunto del Estado como lo es con la Generalitat respecto al castellano en Catalunya, a lo mejor contribuiría a la armonía y a la igualdad de los catalanohablantes. El patriotismo constitucional español no cuaja entre las minorías nacionales porque los órganos del Estado las discriminan y las ningunean sistemáticamente. Llevamos una década de conflicto en Catalunya y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no lo mencionó ni una sola vez durante su comparecencia para anunciar los cambios gubernamentales. Puesto que en Catalunya la Generalitat está en manos de ERC, su aliado en Madrid y de estrategia, veremos hasta qué punto es cierto lo que proclama Gabriel Rufián, que de entrada parece un oxímoron, sobre que cuanto mejor están los socialistas, mejor le va al independentismo.

6. Den por seguro que Iceta no participará en la mesa de diálogo entre los gobiernos español y catalán que se reunirá en setiembre. Por el contrario, después del cese de Juan Carlos Campo, el “ministro del perdón”, como le llaman en Madrid, y del nombramiento de Pilar Llop, la nueva titular del Ministerio de Justicia, sí que estará sentada en esa mesa, junto a Raquel Sánchez. La solución al meditado desaguisado judicial que sigue persiguiendo al independentismo catalán llegará con la política o, como ya intuyen en Madrid, por medio de los tribunales europeos. Todos los gobiernos de España han blandido el Código Penal como si fueran ayatolás iranís. Está por ver lo que da de si este nuevo gobierno, entre cuyos atributos se resalta algo extrapolítico —juventud y más feminizado—, aunque por el momento expresa el deseo urgente de Sánchez por recuperar la vieja normalidad con la ayuda de los voceros habituales, en Madrid y en Barcelona. Sánchez es la apuesta del régimen del 78 para salir de su crisis.