¿Cómo puede ser que la UGT presente un ERTE para mandar al paro temporalmente a sus trabajadores si los sindicatos son considerados servicios esenciales? He leído no sé dónde, porque el confinamiento me invita a leer tantos periódicos que me despisto, que el secretario general de la UGT de Cataluña, Camil Ros, no todos los días está confinado y que va a trabajar presencialmente en la fastuosa sede que el sindicato socialista tiene cerca de la Rambla del Raval. Se lo permite, precisamente, esta condición de servicio esencial del sindicalismo. Es por eso que, de entrada, no se entiende que en plena como la actual, que en Cataluña ya ha dejado sin trabajo a 692.205 trabajadores, un sindicato se añada a los 94.348 expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE). Si no es ahora cuando un sindicato debe trabajar más duro, cuándo va a ser. El contrasentido es notorio. Lo más alucinante es la justificación de la UGT para “confinar” en casa a una parte de la plantilla y reducir la jornada laboral de otra. La dirección del sindicato justifica la presentación del ERTE por causas productivas debido al “brusco descenso de la actividad de la organización a raíz de la pandemia de la Covid-19”. Quién haya tenido la pensada de echar sus trabajadores —sí, sí, ya lo sé, temporalmente— con este argumento no debe de ser sindicalista ni remotamente.

Que Camil Ros no es el Noi del Sucre es evidente, pero lo que resulta más preocupante es que los abogados de la UGT actúen cómo jamás hubiera actuado Francesc Layret, que incluso fue asesinado para defender la causa de los trabajadores. El sindicalismo actual no se parece en nada al obrerismo catalán de primera hora y los sindicatos de hoy son empresas de servicios que ya no tienen nada que ver con la primera asociación obrera surgida en Cataluña en 1840, la Sociedad de Tejedores de Barcelona. El cambio no solo está provocado por el transcurrir de los años, sino que es debido al cambio de concepto. La UGT —al igual que CC.OO.— dejó de ser un sindicato para convertirse en una empresa. La prueba es que el ERTE a causa de la pandemia no es el primero. En 2014 el sindicato pactó un expediente de regulación temporal para todos sus trabajadores. Este fue el acuerdo con el comité de empresa para evitar los 55 despidos planteados inicialmente por la dirección del sindicato, lo que en aquel momento suponía un 20% de la plantilla. Los sindicatos también participaron con sus promociones de viviendas en el boom inmobiliario que llevó a la crisis del 2008, del mismo modo que se vieron implicados en varios casos de corrupción. En 2013, por ejemplo, tuvo que dimitir el secretario general de la UGT en Andalucía, Francisco Fernández Sevilla, por el escándalo de las facturas falsas vinculadas a los ERE fraudulentos. José Jané, delegado sindical de UGT en SEAT hasta el 2003, podría contar muchas cosas si quisiera.

La autonomía sindical es cada vez más escasa. Y lo es en un sentido doble, respecto al poder y al centralismo. Qué pena que un hombre como Camil Ros, que cuando le conocí estaba ligado al grupo de jóvenes de ERC que habían decidido practicar el “entrismo” —la conocida tesis de los trotskistas de infiltrarse en los partidos socialistas— para “catalanitzar la UGT” (lo explicaban así), ahora diga que la decisión de presentar el ERTE no lo ha tomado la UGT de Cataluña en exclusiva, sino que es de alcance estatal. Centralismo al estilo Pedro Sánchez. Estado de alarma sindical. Si la CSC-Intersindical, el sindicato al que estoy afiliado, se atreviera a presentar un ERTE, me  daría de baja al día siguiente. Si tomara las decisiones desde Madrid y no desde Barcelona, también. Pero, claro está, pensándolo bien, la Intersindical es declaradamente un sindicato de trabajadores e independentista. Debe de ser por eso que crece más cada día, por oposición al sindicalismo del Régimen del 78.