La tercera vía somos nosotros: los independentistas posibilistas. Somos los que vivimos atrapados entre los supuestos radicales, los que quieren tatuarse en el culo el alegato de Xavier Melero para acordarse por siempre jamás de la traición de los presos políticos al pueblo de Cataluña, y los que les insultan porque les parece que las palabras del excelentísimo abogados son la prueba del algodón que demuestra que el rey se pasea desnudo y no se da cuenta de ello porqué se ha drogado con el independentismo mágico. Dos extremos, supuestamente independentistas, que en vez de denunciar a la “fiscalía mágica”, que es la que se ha inventado una realidad paralela para demostrar hasta qué punto el independentismo es violento, xenófobo y golpista, le hacen el juego para justificar sus propias debilidades. Quien sirve a otro, no gobierna sus pensamientos y quien no tiene cerebro piensa con la entrepierna. ¿Es o no es una mentira que los catalanes se rebelaran violentamente contra el Estado? ¿Es o no es una mentira que los políticos catalanes intentaran dar un golpe de estado? ¿Es o no es una mentira que los policías nacionales y los guardias civiles fueran asediados por la multitud el 20-S?

Los que acusan a los 12 del patíbulo de representar la traición o el independentismo mágico son como los recalcitrantes irlandeses que le pegaron un tiro en la cabeza a Michael Collins, uno de los líderes de la revuelta de Pascua de 1916 y organizador de la resistencia, después de que supuestamente “se bajara los pantalones”, como dirían ahora los pluscuamperfectos, ante los ingleses y aceptara la partición de la isla. Collins se comportó como un político y la respuesta de los intransigentes fue matarle. Aquí, por el momento, no llegamos a tanto. Es un país de radicales de salón que disfrutan con los puros caros o con las paellas de marisco para bajar la pena. Hay radicales que lo son simplemente por aquello de “sostenella y no enmendalla” del hidalgo castellano, quien blandía la espada por error y después no quería enfundarla por pura soberbia. Tantos años de dominación española afecta al cerebro de las mentes más lúcidas. Entre la acusación de venderse por 155 monedas de plata y la actual acusación que el 27-O todo el mundo iba drogado o bien mentía,  cabe la posibilidad que el Estado haya abusado de su posición para estropear el movimiento independentista.

Los independentistas posibilistas no necesitamos renunciar a la independencia y a lo que hemos hecho para demostrar que somos pragmáticos

El 28 de junio de 1923, Francesc Macià era diputado a Cortes. Entonces, según la gente de la Liga y de Acció Catalana, o sea de la derecha y de los refinados intelectuales catalanistas, “l’Avi” era un alocado. La tarde de aquel jueves de verano Macià ponunció un discurso desde su escaño, como se hacía antes, que si lo pronunciara hoy un diputado catalán saldría esposado de la Carrera de San Jerónimo. Macià quería fijar la posición de los llamados “separatistas”. Y ni decir tiene que lo consiguió y con contundencia. Advirtió a la cámara, al gobierno y a la monarquía que si continuaban ignorando las aspiraciones catalanas, a los catalanes no los quedaría otra opción que resolver el dilema “de continuar sojuzgados a la conducta que han venido observando los gobiernos, o ir a la violencia”. En ese preciso instante, el presidente del Congreso, el reformista Melquiades Álvarez, le interrumpió para asegurar, siguiendo la ortodoxia al uso, de que en España no se toleran más violencias que las que están dentro de la ley”. “Si a eso vais —respondió Macià— nosotros contaremos con otras ayudas y formaremos un bloque. Pensadlo antes bien, pues vais a derramar preciosa sangre y adelantar quizás con ello la consecución de nuestros ideales. Nosotros estamos dispuestos a lograr la libertad e independencia de Cataluña pase lo que pase. Nosotros no acudiremos al Parlamento el día que tratéis el problema catalán. Solo vendrán, de Cataluña, los que inútilmente tengan aún en vosotros esperanzas. Mientras tanto, nosotros seguiremos la marcha ascendente, convencidos de que la libertad e independencia de mi pueblo todo lo justifica”. Tres años después, fracasado ya el episodio de Prats de Molló, Macià se encontraba ante un juez de instrucción francés que le interrogaba por segunda vez. Aprovechó la ocasión para hacer una declaración en la que insistía en defender la vía armada y que empezaba así: “Los conjurados catalanes, como vosotros los llamais, representan la persistencia del espíritu rebelde de la Cataluña oprimida.[...] Jamás el espíritu liberal podrá fraternizar con el despotismo, ni el espíritu democrático con la reacción inquisitorial. [...] Queremos una Cataluña independiente dentro del concierto de los pueblos libres; un Estado democrático, pacífico y republicano junto a esa Francia que amamos y por la que murieron doce mil catalanes en Verdún”. En 1931, cuando Macià retrocedió en la proclamación de la República Catalana, el coraje de los años anteriores no le protegió de las críticas de los insatisfechos y de los sabelotodo.

Los independentistas posibilistas no necesitamos renunciar a la independencia y a lo que hemos hecho para demostrar que somos pragmáticos. El 27-O, que lo repito por enésima vez estuvo a punto de matar el 1-O, intentamos proclamar una república y no lo conseguimos. Queríamos forzar una negociación, sin violencia de ningún tipo, pues esta es la diferencia con los años de predominio del macianismo. Pero la España actual es hija del franquismo y de la dictadura anterior, la de 1923, precisamente, y los políticos españoles de hoy en día son todavía más intolerantes que los de antaño. Si una rebelión triunfa, como recordó Melero en la sala del TS, deja de serlo, y si no ha habido violencia no puede ser calificada de rebelión. Y si un parlamento aprueba unas leyes que sirven para avalar unos actos, que la fiscalía manipula y los quiere convertir en ilegales, y el Govern las aplica, es evidente que los responsables no han hecho otra cosa que seguir la propia legalidad. Este simple razonamiento, que es jurídico pero también es político, es el que usan los aliados “involuntarios” con la fiscalía —¡ay!— para desacreditar la digna lucha de los presos políticos. Tranquilos, sabios, lo volveremos a hacer, pero mejor.