“Vamos a ir a elecciones”, me insiste un amigo, ahora retirado de la política activa pero que fue alcalde y diputado, cada vez que hablamos. Yo le digo que no, que no se preocupe, que Pere Aragonès será investido president y podrá formar un nuevo gobierno. De lo que ya no estoy tan seguro es si este gobierno será de coalición o bien de Esquerra en solitario. A pesar de que las negociaciones se alargan y los comentaristas se ponen nerviosos, Esquerra y Junts juran y perjuran que la comisión negociadora trabaja y que ninguno de los dos partidos quiere repetir las elecciones. Mi amigo, que no es independentista, pero vota Esquerra porque se ha quedado sin partido, el suyo de toda la vida, más bien acusa a Junts de su mal agüero. Está convencido de que los de Puigdemont dilatan las conversaciones para agotar el tiempo y provocar la convocatoria automática de elecciones. Además, añade, “a los de Esquerra no los noto demasiado inquietos ante este escenario”. Y entonces es cuando yo replico que si, efectivamente, los de Esquerra no están preocupados por la repetición electoral y no mueven un dedo para que la negociación avance, lo que servidor sabe de buena tinta, es que son los de Esquerra los que especulan con el calendario y la repetición de los comicios.

Mi amigo y yo debatimos la cuestión al menos dos veces por semana. Lo hacemos mediante WhatsApp y sin acritud. Al contrario, incluso nos tomamos el pelo porque somos soldados de la “vieja política” e infinitamente menos sectarios que los actuales gladiadores del circo romano en que se ha convertido el Parlament. La razón política no nos ha hecho perder una razón ética fundamentada en un humanismo compartido, el suyo cristiano y el mío ateo. Nos reímos mucho y dejamos escapar alguna pulla, para no perder la costumbre de las viejas disputas entre independentistas y no independentistas, porque ideológicamente es difícil diferenciarnos. Los dos nos situamos en la izquierda, sin extremismos, a pesar de que él sea más jacobino que yo. Con otra amiga mía, ahora independentista pero antes fervorosa votante del PSC, también hablamos sobre lo que pasará. Ella se traga todas las tertulias y lee diarios con la fe de la periodista que fue. A menudo se enerva. Cuando ella se embala y empieza a despotricar de los políticos independentistas actuales, le recuerdo, medio en broma, que no razone como razonaba cuando era socialista. Y nos reímos. Nos reímos mucho.

No es que estemos en contra de la lógica que dicen que guía a los dirigentes de hoy en día, es que sencillamente no la entendemos, si es que lo que hacen responde a algo más allá del movimiento táctico

A pesar de que nunca hemos entablado una conversación juntos, y por tanto hablo con ellos por separado, los tres diagnosticamos lo mismo: no es que estemos en contra de la lógica que dicen que guía a los dirigentes de hoy en día, es que sencillamente no la entendemos, si es que lo que hacen responde a algo más allá del movimiento táctico. Cuando uno no entiende la lógica de quien sea, es muy difícil hablar de ella. En los casos más extremos, además de no entender los enunciados políticos que defiende quien sea, lo peor es el nivel de sectarismo. Esta semana, y con motivo del 14 de abril, he leído artículos de tertulianos próximos a Esquerra que, enojados con Junts, además de defender mitologías propias de la Nova Història, hacían diagnósticos que eran de juzgado de guardia. Los insultos no solo circulan por Twitter, ahora que parece que las mentalidades biempensantes defienden alejarse de la chusma tuitera. Que Ada Colau, la campeona de los escarnios cuando era activista de la PAH, que es una forma de acoso como cualquier otra, ahora se sienta ofendida por la zafiedad argumental y las formas groseras de los usuarios de Twitter, no sé si es maduración o cinismo. Hay gente que solo tiene escrúpulos cuando se ve afectada ella misma por un trato injusto y degradante.

Volvamos a mis amigos, que son más divertidos. Me he jugado una cena con los dos. Por separado. Pero ahora que lo pienso, quizás los convocaré a ambos en mi casa, porque, si bien no somos exactamente una burbuja de convivencia, en realidad sí que lo somos, cuando menos políticamente, aunque los tres votemos a partidos distintos. Nos une que para nosotros la acción política no consiste en lo que defendía Marx, no el barbudo, sino el del bigote falso, el gran Groucho: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Y nos reímos, nos reímos mucho con la ocurrencia marxista, porque hemos llegado a la edad de los séniors, reivindicados por el director de La Vanguardia en uno de sus billetes editoriales, y los hay, como yo, que nos vemos obligados a sustituir el trago de güisqui por un agua de Vichy.

El gas es vida. ¡No os riáis!