Catalunya es un país dinámico con una sociedad plural, como casi todos los países avanzados. El problema es, en todo caso, la interpretación que de ella ha hecho la casta intelectual que ha dominado durante años todos los resortes de la transmisión mediática y educativa. Su interpretación sobre lo que es en verdad esta sociedad pluralista, que también se ha forjado con la absorción más o menos afortunada de las diversas oleadas migratorias, es más ideológica que real. Por eso es tan importante la lucha por el relato. La Catalunya contemporánea sólo se puede entender desde el pluralismo y su historia es, por lo tanto, la historia de los muchos conflictos que han modelado la sociedad, desde los efectos sociales de la industrialización hasta las confrontaciones políticas de todo tipo, ideológicas y nacionales, que han configurado el presente que vivimos.

Catalunya no fue nunca un oasis, a pesar de lo que dijera en su día Josep Benet refiriéndose a la Guerra Civil, siguiendo lo apuntado por Ferran Soldevila en 1938. Al contrario. El mismo Benet se desmintió en sus memorias cuando rebeló que el PSUC había querido fusilarlo en plena guerra. Superado ese episodio y después de cuarenta años de dictadura, él no tuvo inconveniente alguno para encabezar en 1980 las listas electorales de los comunistas. La historia es movimiento y el dinamismo económico y social catalán ha provocado de todo, “dictaduras y dictablandas, semanas cómicas y semanas trágicas”, como afirmaba, jocosamente, mi padrino Agustí, de la rama saludable de los Millet del Masnou. Y es por eso que se puede asegurar, sin caer en un error, que Catalunya fue el último baluarte desde donde se defendió la Segunda República y casi sin solución de continuidad también fue el escenario donde muchos catalanes se apresuraron a levantar el brazo para saludar la entrada de las tropas franquistas por la Diagonal de Barcelona. Una cosa no niega la otra, como la presencia de un montón de catalanes entre las huestes franquistas tampoco niega que Franco perpetrara su golpe de estado, entre otros motivos que arguyó para justificarlo, en contra del catalanismo y de lo que representaba socialmente.

La Catalunya contemporánea sólo se puede entender desde el pluralismo y su historia es, por lo tanto, la historia de los muchos conflictos que han modelado la sociedad

Entre los franquistas había apellidos catalanísimos, como también los había entre los republicanos. Con los franquistas llegó gente de fuera que se dedicó a someter a los catalanes, del mismo modo que con la oleada inmigratoria de los años sesenta llegó gente que enseguida se convirtió en antifranquista, si es que ya no lo era de origen, y fue precisamente ese antifranquismo lo que impulsó a la mayoría de esos inmigrantes a defender la lengua y la cultura catalanas como si fueran suyas. Insisto. Lo extraño habría sido que una sociedad avanzada no reflejara el pluralismo que Isaiah Berlin definió de una forma excelente en sus conferencias y que hubiera sido tan monolítica como pretenden los que hoy en día están obsesionados en recuperar la hegemonía perdida después de la muerte del dictador. Les queda, eso sí, el mundo académico y periodístico, menos plural de lo que es la sociedad catalana en su conjunto.

Es por eso que personalmente no me sorprende que la macro-encuesta cibernética que ha puesto en marcha CC.OO. con motivo del 11º congreso que se celebrará el 4 de abril, rebele que el núcleo dirigente, todavía vinculado a los poscomunistas, no representa la realidad de la base sindical, que es muy parecida a como es hoy la sociedad catalana. En esta encuesta, que se hará pública dentro de unos diez días, se pregunta a los trabajadores y trabajadoras afiliados (que según datos de la organización alcanzan las 140.000 personas) sobre la independencia y sus preferencias políticas. El resultado, que todavía no es oficial, es sin embargo inapelable: el 40% por ciento de los afiliados y afiladas son partidarios de la independencia de Catalunya y el partido más votado por todos ellos es, si bien a poca distancia del segundo, ERC. ¡Caramba, vaya cambio desde la época de Paco Frutos o Cipriano García! Está claro que este giro también debió producirse anteriormente en la UGT catalana, dado que su actual secretario general, Camil Ros, es de la camada que se integró en el sindicato “socialista” con los jóvenes de ERC que en 1997 constituyeron Avalot, la activa sección juvenil, cuya portavoz nacional era hasta hace poco Afra Blanco, una soberanista confesa.

La realidad siempre destruye los tópicos y las interpretaciones ideológicas de la historia. Catalunya no es lo que dicen que es gente como Gemma Galdón, Vicenç Navarro, Andreu Mayayo, Núria Alabao, Josep Ramoneda o Manuel Delgado, por citar algunos iconos de la izquierda que escribe en los periódicos y pontifica en las radios de este país. Para empezar, no es tan monolítica como la pintan. Estos días estoy leyendo la biografía de Joan B. Cendrós, el hijo del barbero que en 1932 creó el aftershave de color naranja que le hizo rico. En El cavaller Floïd queda claro que aquel hombre no era como lo representó Albert Boadella en 1997 (cuando decía ser de izquierdas y no un títere de la derecha españolista como es ahora) en la obra de teatro La increïble història del Dr. Floit & Mr. Pla. La “tribu” no ha sido nunca como la han imaginado algunos artistas e intelectuales, cuya tradición familiar les ha condicionado irremediablemente, como le pasa a todo el mundo.

La realidad siempre destruye los tópicos y las interpretaciones ideológicas de la historia

El estereotipo sobre la homogeneidad de la burguesía catalana se deshace ante la monumental biografía de Genís Sinca, que habría sido mejor si el autor hubiera conseguido controlar el entusiasmo por el personaje. Hubo burgueses antifranquistas, aunque no se quiera reconocer, y Cendrós fue uno de ellos, quien se enfrentó, además y a partes iguales, con Josep Tarradellas y Jordi Pujol. Qué cosas, ¿verdad? No sé si Joan B. Cendrós formaría parte de los partidarios de la independencia de Catalunya, porque los muertos no hablan, pero lo que sí sé es que sus hijas y la mayoría de sus nietos son rematadamente independentistas. El mundo gira y una parte de los burgueses siguen a Joaquim Gay de Montellà i Ferrer-Vidal, presidente de la patronal catalana y defensor del regionalismo autonomista, como sus antepasados, mientras que otros se organizan en asociaciones desacomplejadamente soberanistas, como por ejemplo FemCat o el Cercle Català de Negocis, rectificando la acomodación al statu quo de sus ancestros. Son los “ricos” que toman el relevo de una generación de burgueses catalanistas que se comprometió con su país en épocas difíciles sin dejar de amasar dinero.

La suerte que tenemos en Catalunya es esa, aunque la desgracia es que gran parte del mundo intelectual esté en manos de gente muy antigua y corta de vista. No es cierto, como sigue propagando en Madrid Boadella, que el “90% del mundo de la cultura en Cataluña [sea] separatista y en ese 90% incluyo mi propia profesión, que se ha vendido al régimen que hay en Cataluña, donde hay más un 'régimen' que una democracia”. Quizás lo que esté pasando es que, como refleja la encuesta interna de CC.OO., el tiempo está cambiando. Vuelve a cambiar, si somos modestos y hacemos caso a Bob Dylan, actual Premio Nobel de Literatura, cuando en los años sesenta recomendaba a los escritores y críticos que creían saberlo todo que cambiaran si cambiaba el mundo. Me parece evidente que Catalunya está cambiando y que quien ayer perdía, hoy está ganando la partida.